el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 29 de septiembre de 2016

HOY SOLO DOS

Me acabo de bajar el sexto integral de Valerian editado por Norma, que es el que trae los álbumes Rehenes de Ultralum (1996), El Huérfano de los Astros (1998) y En Tiempos Inciertos (2001), que vendrían a ser los tomos 16 al 18 de la colección creada a fines de los ´60 por los maestros Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres. En las tres aventuras se los ve absolutamente cómodos, cancheros, en un equilibrio fascinante entre acción y comedia, y siempre afilados a la hora de meterse con temas que tienen que ver con la realidad socio-política de nuestro presente.
El primer tomo, el más aventurero, nos familiariza con un planeta que funciona como analogía de una nación petrolera de Medio Oriente. Los conflictos de geo-política son más o menos los mismos, el califa actúa como los clásicos jeques árabes y Christin agrega una arista jodida y atractiva: las pésimas condiciones laborales de los trabajadores que extraen el carburante ultralumínico (petróleo, para nosotros). El álbum tiene 59 páginas, cifra bizarrísima para el mercado francés, y en las primeras cinco Mézieres se zarpa con una puesta en página loquísima, alienígena para los lectores de Bande Dessinée clásica, con una splash-page y todo.
El segundo tomo (de 50 páginas) está muy ligado al primero, es su secuela directa, pero el tono vira un poco para darle más cabida a la comedia. Acá Mézieres no innova tanto en la puesta en página, pero es donde más se luce con el color.
Y finalmente, en el tercer tomo también tenemos una cantidad rara de páginas (55), delirios dignos de Moebius y Druillet en el armado de las páginas y viñetas en las que Mézieres cambia totalmente de técnica para incluir pequeñas obras pictóricas, algunas más cercanas a su estilo habitual y otras con técnicas de ilustración digital bien de fines de los ´90. La historia es sumamente ambiciosa: Christin se juega a explicar qué pasó con la Tierra después de la desaparición de Galaxity, mezcla a dos “metáforas” de Dios y el Diablo con una mega-empresa abanderada del capitalismo salvaje y propone un juego bizarro en el que todo el tiempo reaparecen personajes a los que ya habíamos visto en álbumes anteriores, algunos en roles tan chiquitos que no pasan del guiño cómplice al lector más avezado. Es un tomo de hiper-fan service, pensado de punta a punta para que el fiel lector que acompaña desde siempre a Valerian y Laureline experimente un nerdgasmo atrás de otro. Y abre puntas interesantísimas a futuro.
Me está costando conseguir el séptimo integral de Norma, pero lo deseo con toda el alma.
Y me quedo en los ´90, pero retrocedo hasta 1992, cuando salió (y pasó completamente desapercibido) este prestige de Moon Knight, al que rescaté de una mesa de saldos por tener guión de Bruce Jones y dibujos de Denys Cowan. La verdad que no es una joya ni una bosta, es un comic entretenido, competente, para pasar un rato. Lo más notable es cómo Jones (que nunca había escrito a Moon Knight) entiende perfectamente la dinámica entre Marc, Marlene y Frenchie y cómo logra que los vínculos entre ellos se mantengan en el centro de la trama, más allá de que a nivel de “lucha grossa contra el villano” pasan un montón de cosas. Divided We Fall parece un thriller de intriga política, pero en realidad es una historia de relaciones entre seres humanos que se quieren desde siempre, algo que los tiros, las persecuciones y las patadas no logran esconder prácticamente nunca a lo largo de 46 páginas.
Lo más flojo es que al guión de Jones le sobra material para esta cantidad de páginas, con lo cual todo está muy comprimido. Entre la gran cantidad de viñetas que tiene cada página y las tintas de Tom Palmer y Mike Manley, el dibujo de Cowan queda un poco opacado, se le achica bastante el margen para lucirse en toda su dimensión. Hay pocos cuadros que se ven tan maravillosos como las mejores páginas de Cowan en The Question (por ejemplo), pero igual esto está a años luz del nivel estrepitoso de dibujo que se veía en la mayoría de los comics de Marvel en esta época. Si sos muy fan de Moon Knight, de Jones o de Cowan, buscá esta oscura mini-novela gráfica y atesorala. Si no, no te calientes, porque no te va a cambiar la vida.
Sigo avanzando con las lecturas y prometo una nueva tanda de reseñas para muy pronto.

viernes, 23 de septiembre de 2016

TRES DE VIERNES

Arranco con una joya bien actual, una de esas series que nos dan argumentos a los que creemos que la verdadera Golden Age es la que se está viviendo ahora. En el primer TPB de Injection, Warren Ellis y Declan Shalvey nos invitan a repensar el futuro de la mano de las cinco mentes más brillantes del Reino Unido: una especie de Sherlock Holmes, una especie de 007, una mina genia de la bioquímica y la física, una mina hiper-capa de la informática, y una especie de John Constantine, especialista en mitos y folklore del archipiélago, que niega tener poderes mágicos pero obviamente los está escondiendo. Entre los cinco, le inyectaron a la realidad una anomalía, una entidad artificial no física, no mecánica, pero con vida, raciocinio, capacidad de aprendizaje y sobre todo el poder para modificar el presente y acelerar el futuro.
Dicho así parece muy complejo. Pero leído en el comic, Injection es una especie de Planetary más cerebral, menos orientado a la machaca. Ellis no descuida el desarrollo de los personajes, riega todo con diálogos brillantes y personajes secundarios promisorios y logra engancharnos con una trama en la que (por ahora) hay poco margen para la acción. El irlandés Declan Shalvey acompaña con un dibujo elegante, expresivo, lleno de sutilezas y detalles logradísimos, por supuesto muy potenciado por la paleta de la infalible Jordie Bellaire. Injection no es tan emotiva como Trees, pero no se queda atrás en materia de conceptos cautivantes y personajes copados. Hiper-recomendable para fans de Ellis, o de la ciencia-ficción finoli, o de comics que –sin romper definitivamente con la aventura- se animen a no subirse al más de lo mismo.
Me voy a Chile, donde el año pasado se publicó Melodía, una novela gráfica de Gaspar Ortega en la que se nota mucho la influencia del genial Junji Ito. Melodía busca por todos los medios parecerse a uno de los mangas de este seminal autor, y la verdad es que las ideas con las que juega Ortega no tienen mucho que envidiarle a las de Ito. El chileno incluso se apodera de recursos narrativos típicos del manga de terror, se esfuerza por reconstruir ese tipo de clima, le pone énfasis a las secuencias mudas… No se puede decir que Ortega no haya hecho los deberes.
El problema es, básicamente, que no dibuja tan bien como Ito. No logra decidirse por una técnica de entintado y combina varias, muchas, más de las que conviene pelar en una misma página. Y la anatomía también, tiene pequeños desajustes que quizás Ito mostraba en sus primeras obras, pero no en las más recientes. Con menos efectos gráficos y con una impronta más personal, más original, no tengo dudas de que Gaspar Ortega podría generar una obra de gran nivel. Esta vez, se quedó en las buenas ideas.
Y cierro con la edición argentina de Zonzo, el primer libro de Joan Cornellá que se publica en nuestro país. Acá vemos al autor catalán hacer lo que mejor hace: historietas mudas de una o dos páginas, divididas en cuadros de idéntico tamaño y repletas de un humor que sorprende por la forma en que combina mala leche y absurdo.
Cornellá juega todo el tiempo al contraste entre su grafismo simple, amistoso y luminoso, y los chistes en los que suelen abundar la sangre, los muertos, las atrocidades y las porongas. Como suele suceder, algunos chistes son más graciosos que otros, pero en general disfruté mucho de la crueldad y el morbo del catalán y de su ingenio para mover la cámara y sorprendernos. Por ahí el dibujo y el color no me copan tanto, pero –como ya dije- es una estética pensada para contrastar con el contenido sórdido y macabro de los chistes. Si sos fan del humor sin barreras, en el que vale todo para hacer reir, las breves historietas de Cornellá se van a instalar definitivamente en tus retinas y te van a causar una mezcla adictiva de gracia, revulsión y WTF?!.
Grazie per tutti y nos leemos la semana que viene.

lunes, 19 de septiembre de 2016

OTRA VEZ TRES

Difícil imaginarse una novela como Crimen y Castigo (la obra maestra de Fiodor Dostoievski) reversionada por el maestro Osamu Tezuka. Son esas cosas que hasta que no las tenés en las manos, no podés creer que existen. Esta historieta existe, fue realizada en 1953 por el Manga no Kamisama y, como apenas llega a las 130 páginas, la extinta editorial Otakuland la publicó junto con Lemon Kid, otra historieta de Tezuka de ese mismo año.
Estamos hablando de un Tezuka tempranero, de aquel autor que pensaba básicamente en los chicos como público de su obra, lo cual explica por un lado cierta precariedad en el grafismo del maestro, y por otro esa impronta tan cercana a la de los dibujos animados clásicos de la Warner y los hermanos Fleischer, con esos movimientos ampulosos y esos gags en los que los personajes se golpean y tropiezan cada dos escenas. Sin embargo, Tezuka hace pocas concesiones a la hora de bajarle la truculencia o el morbo al clásico de la literatura rusa: los hechos de la novela no están demasiado suavizados, ni trivializados. A pesar de los chistes pavotes, sigue siendo una historia sórdida, de asesinatos, mentiras, miserias, traiciones, obsesiones y grieta social entre ricos y pobres, con la revolución de 1917 como marco histórico. Tezuka resume, simplifica y sobre todo narra en otro idioma (el de las imágenes secuenciales) la historia original. Así es como Crimen y Castigo pasa a ser un relato dinámico, intenso, con mucha indagación en la psiquis de los personajes (principalmente Raskolnikov) pero también con mucha acción.
Y la otra historieta, el western Lemon Kid, es brillante. Creada 100% por el maestro, es una cátedra de revisionismo en la que Tezuka le da carnadura humana a los típicos héroes y forajidos del Lejano Oeste, como para demostrar que ese género también lo tenía perfectamente estudiado. Es un historia realmente bellísima, redonda, atrapante, a la que no le falta ni le sobra nada.
Sin sacarme el kimono me vengo a Argentina, al 2016, cuando se publica Bushido, la primera novela gráfica del cordobés Hernán González. En realidad, el término “novela gráfica” le queda un poco grande a Bushido, dada su breve extensión (49 páginas con pocas viñetas en cada una), pero bueno, ya le encontraremos el término cool y comercialmente viable a este tipo de relatos. ¿Qué más le falta a Bushido? Creo que dos cosas: en primer lugar, más espacio para desarrollar al personaje principal y que nos importe un poco más lo que le sucede. Y en segundo, más claridad en la narrativa, ser menos críptica en la forma en que se muestran los sucesos. A uno, como difusor de este medio, le gusta que cada historieta pueda ser disfrutada por un público amplio; y la verdad es que Bushido parece pensada para ser decodificada por un lector que se bajó toneladas de historieta experimental y rara. Una pena, porque la idea es buenísima, y porque el dibujo de Hernán González estalla con una magia única, original, de una potencia expresiva que por momentos nos hace preguntarnos si no estaremos viendo el nacimiento de un nuevo José Muñoz.
Me siento un hijo de un tren cargado con siete millones de putas y manejado por el ministro Aranguren por dedicarle apenas un parrafito a las casi 120 páginas de historieta que ofrece Mister X: Eviction, pero lo que tengo para decir sobre este material (originalmente serializado en 2013) es muy simple: me parece lo mejor en los 30 años de trayectoria del personaje. Sí, mejor que la saga que dibuja Jaime Hernández. Acá el maestro Dean Motter está recontra-afianzado en su estilo, el timing de los guiones es perfecto, la combinación entre novela negra, cine expresionista alemán de los años ´30 y ciencia-ficción limada funciona como un relojito y el laburo que hay en el desarrollo de los personajes es encomiable. Además dibuja, colorea y rotula todo el propio Motter, en una línea estéticamente impecable, con trucos narrativos heredados de Will Eisner, diseños de autos, trajes y edificios que lo emparentan con Daniel Torres y un manejo de la composición y de la mancha negra más cercanos a un Darwyn Cooke. Si nunca leíste Mister X, no empieces por acá. Pero empezá rápido, así llegás a este libro donde –repito- me encontré con las historias más sólidas de este personaje que milita desde 1984 en las márgenes del mainstream norteamericano.
Gracias por estar ahí y la seguimos en cualquier momento.

jueves, 15 de septiembre de 2016

VAMOS CON DOS MAS

Nunca había comentado comics de The Question en el blog, porque cuando le empecé ya había leído los primeros cuatro de los seis TPBs que recopilan (casi) toda la maravillosa serie de los ´80, en la que brillaron como nunca Denny O´Neil y Denys Cowan. Ahora le entré al quinto tomo y me queda pendiente conseguir barato el sexto y regalarle las revistitas a un amigo que las tenía en castellano, en la edición de Zinco.
Este es un tomo de transición, es lo que va entre un suceso fundamental para la serie (Myra Fermin gana las elecciones pero su marido le encaja un tiro y la deja al borde de la muerte) y el arco final, que obviamente no te voy a contar, en parte porque lo leí hace mil años y me acuerdo poco y nada. En estos seis episodios, Hub City no tiene autoridades y está más caótica y peligrosa que nunca. Un comisario honesto, Izzy O´Toole, se trata de poner al frente de la lucha contra los violentos y The Question lo va a tratar de ayudar. En el medio va a reaparecer Lady Shiva a tirarle nafta al fuego y cuando Myra revele su plan para retomar el control sobre la ciudad, buenos y malos se mirarán con cara de ¿WTF?!?. Por supuesto de lo que habla O´Neil es de la violencia, y nos invita a preguntarnos si salir a repartir piñas y patadas por la calle sirve o no para acabar con ella.
Además tenemos un unitario 100% fan service (Question vs. Riddler), en el que toda la chapa se la lleva un personaje creado y finiquitado en ese episodio. Y un segundo unitario que gira en torno a “la magia de la historieta”. Los dos están muy bien, aunque el del Riddler lo dibuja Bill Wray, en un estilo que no le sienta para nada bien. Poner a Wray a imitar a Cowan en un estilo cuasi-realista es desaprovecharlo por completo, como tener Direct TV y mirar Canal 7. En los cinco episodios restantes, Cowan se luce en la narrativa, en las escenas de pelea, e incluso sale bien parado de las secuencias superpobladas de diálogos. La tinta de Malcolm Jones III lo tapa un poco, no lo potencia tan bien como lo hacían las de Rick Magyar, pero igual el estilo de Cowan se impone por su propio peso gráfico. No hace falta que te recomiende que leas The Question, no? A esta altura, ya es una obviedad tan irrefutable como la ineptitud de Patricia Bullrich.
Y un día volvío Sento. Uno de los autores clave del comic español de los ´80, un referente de la línea clara valenciana y del estilo atómico, reapareció en 2014 con Un Médico Novato, una novela gráfica basada en hechos reales, que iba a publicar Sins Entido y terminó publicando Salamandra.
Lo único que le puedo criticar a Un Médico Novato es que está demasiado pensada para ganar premios y gustarle a los jurados de concursos y festivales. Es la típica historia de un pibe optimista, copado y laburador, al que de la nada le cae una dictadura que lo mete preso, mientras sus amigos, colegas, parientes, novias, etc., hacen lo que pueden para no ser los próximos en una larga lista de torturados, fusilados o desaparecidos. Sento toma una historia real sucedida en los albores de la Guerra Civil Española y la narra con maestría, virtuosismo y emoción, sin olvidarse nunca de bajar la línea política que garpa en este caso. No se le puede decir ni mu.
Por supuesto, si bien la historia de Pablo es real, el autor le puso su impronta a la (re)construcción de villanos y personajes secundarios y obviamente a la forma en que el relato se construye viñeta a viñeta, con secuencias realmente muy logradas y un laburo titánico en la recreación de la época.
Al dibujo de Sento le pasó algo muy raro: ¡se convirtió en un clon de Marcos Vergara! Si me mostrás este libro sin decirme quién lo dibujó, yo te digo “Es obvio que Marcos Vergara”. Y bueno, si leés este blog hace un tiempo, sabés que me encanta cómo dibuja Vergara. Extraño el trazo del Sento de los ´80, más estilizado, más anguloso, con más masas negras, pero esto me transmitió una calidez que no tenía (por ejemplo) Velvet Nights.
Un Médico Novato es una novela gráfica recontra-solvente, pensada para impactar también en el público que habitualmente no lee historietas pero se copa con las novelas históricas, o con la (aún hoy candente) temática de la Guerra Civil Española. Ojalá esta sea apenas la primera de una larga lista de obras en esta “segunda etapa” de Vicent Llobell (que así se llama Sento) como autor de comics.
La seguimos pronto.

viernes, 9 de septiembre de 2016

OTRAS DOS LECTURAS

Arranco con un one-shot de 2006 titulado simplemente “She-Dragon”, con guión del maestro Erik Larsen y dibujos de un muchacho al que no conocía, llamado Franchesco!, así, sin apellido y con signo de exclamación. Esto es rarísimo. 46 páginas donde abundan la machaca y las minas con cuerpo de vedettes y escasísima vestimenta y que de alguna manera tratan de hacerse pasar por una historia autoconclusiva.
El principal obstáculo es que esto está pensado para ser leído en simultáneo con la saga que en ese momento se estaba publicando en la revista Savage Dragon (alrededor del n°117, o por ahí) y si lo leés 10 años después, o si nunca leíste esa saga de Dragon, no se entiende un carajo. Incluso el final no es un final, porque te aclaran que la historia continúa en otro número de Savage Dragon. El one-shot consiste en mostrarte un pedazo de una saga grossa desde la óptica de un personaje secundario, en este caso She-Dragon, y de paso hacer mucho más obvias las similitudes (bastante notables) entre esta heroína y She-Hulk. Pero te juro que –incluso conociendo bastante a la protagonista- no se entiende nada. Recién al final, hay un epílogo de Larsen en el que, a lo largo de dos páginas de texto, explica más o menos qué fue lo que leímos, subraya algunas referencias crípticas (convencido de que nadie las pescó) a otros hechos y personajes del Universo Dragon, sitúa la historia en una época y una continuidad específicas (sí, Dragon tiene varias continuidades) y nos cuenta más o menos de dónde salió cada uno de los personajes con un rol importante en la trama.
A lo largo de las 46 páginas de historieta, el guión tiene mucho ritmo pero derrapa hacia la machaca y se llena de excusas pelotudas para que esta chica pierda la ropa y exhiba la mayor cantidad de nerca que se puede exhibir en un comic apto para todo público. Y ahí es donde la rompe Franchesco!. No en la narrativa, no en los fondos, no en las expresiones faciales. En las escenas en las que She-Dragon y una villana aparecen dibujadas de cuerpo entero, en poses tipo pin-up girls. De hecho, los pin-ups que aparecen después de la historieta son todos gloriosos. Pero en la historieta se combinan los bocetos de Larsen (que resuelve la puesta en página rapidísimo y sin pifiarla jamás) y las pretensiones de impacto y sofisticación anatómica de este dibujante al que los fans más cabeza habrán elevado al status de semi-dios por la cantidad de planos que encontró para mostrar a She-Dragon muy en bolas sin que se vean pezones ni genitales. El diseño de los trajes no es muy original (nótese el afano al traje asgardiano de Storm creado por Arthur Adams), pero cuando la ropa desaparece y la bomba verde queda en paños menos que menores, los pajeros aplauden de pie, aunque con una sola mano.
Hablando de pajeros, este año se recopiló en un muy lindo librito Yo&Yo, la historieta autobiográfica de Aníbal Ocanto Romero, también conocido como Anibaleitor, que se publicó durante varios años en la web. Como tantos “autobiografistas”, Anibaleitor elige mostrarse como un nabo absoluto, un perdedor especialista en dar lástima, un fracasado eternamente condenado a la soledad, la angustia y la paja. Algunas anécdotas son más graciosas, otras menos, pero siempre las redime el alto grado de patetismo involucrado. Lo más interesante llega cuando Anibaleitor vuela un poco más y les cede el protagonismo a tres personajitos que representan a su cerebro, su corazón y su poronga. Los diálogos entre estos tres “avatares” y su correlato con lo que le sucede al protagonista en el otro plano de realidad son lo más redondito que tiene Yo&Yo.
El dibujo está bien, muy trabajado, sin nada librado al azar. Lo que no me copa es que Anibaleitor se dibuje a sí mismo en un estilo bastante caricaturesco y al resto de los personajes (especialmente las minitas) con rasgos mucho más realistas. Yo hubiese ido a fondo en el estilo más simple, más caricaturesco, que es el que mejor se adapta al grotesco, al humor, e incluso a la ternura, que son los elementos centrales de estas mini-historias. Pero lo más importante, que es que el dibujo sea claro, expresivo y funcional al timing y a los diálogos, está logrado. Y hay chistes de tetas, culos, soretes, forros, erecciones y eyaculaciones, así que está todo bien.
Tengo más libros leídos, así que la seguimos muy pronto.

sábado, 3 de septiembre de 2016

DOS RESEÑAS MAS

Hora de entrarle al segundo tomo de Suburban Nightmares, con más material de los maestros canadienses Larry Hancock y Michael Cherkas, pero ahora ya todo realizado en los ´90. Esta vez la estética de las historias es más homogénea, pero porque también son sólo tres historias. La primera (la más corta) no se diferencia mucho de los trabajos más conocidos de Cherkas (The Silent Invasion). La segunda, en cambio, se acerca peligrosamente a lo que en esa misma época hacía David Mazzucchelli en Rubber Blanket, con pinceladas más sueltas y manchas más brutales. Y la tercera (la más larga) incorpora un trabajo alucinante en los fondos, que aparecen magnífcamente “ensuciados” con unas texturitas logradas con un plumín casi quirúrgico, casi en sintonía con el tratamiento que (también en esta misma época) le daba Eddie Campbell a los fondos de From Hell. Entre una cosa y otra, Cherkas parece despegarse del típico look de “linea clara posmoderna” o “estilo atómico” y buscar otra identidad gráfica, lo cual me parece perfecto, porque está bueno que los dibujantes con talento no se queden quietos.
En cuanto a los guiones, el primero es casi una fórmula, se ve venir todo el tiempo. El segundo, muy jugado a la revelación del final, es excelente. Y el tercero se me hizo un poquito largo, pero recontra-garpó, porque Hancock nos pega sobre el final un par de mazazos demoledores, que en parte pegan así de fuerte porque los conflictos se tensaron al máximo a lo largo de tooodas esas páginas previas. Esto es material raro, que creo que nunca se publicó en castellano, pero con un nivel altísimo en la narrativa, en la construcción de las tramas y en la disección (con bastante mala leche) de esa época pseudo-idílica que es la década del ´50 en la clase media suburbana de los EEUU. Muy recomendado.
Por suerte pasa lo contrario con Monstruos & Otras Historias: esta obra maestra tiene edición argentina y es fácil de conseguir. Este librazo también incluye tres historias autoconclusivas, todas a cargo del genio, el ídolo, el devastador Gustavo Duarte, seguramente el mejor historietista surgido en Brasil en lo que va de este milenio. Duarte es una bestia, en cuyo estilo conviven lo mejor de Walt Kelly y Albert Uderzo, pero totalmente aggiornados. No me quiero colgar hablando de los guiones, pero la hacemos corta: el tercero y más extenso (Monstruos, el relato que da título al libro) es majestuoso, y los otros dos, rarísimos pero tremendamente satisfactorios.
Lo que realmente me detonó el cerebro, más allá de la extraordinaria calidad de guiones y dibujos, es cómo Duarte se las ingenia para narrarnos todo esto sin palabras. Las tres historias son mudas, y la cantidad de recursos gráficos y narrativos que pone en juego el autor para suplir la falta de textos es algo realmente increíble, difícil de igualar. Cada encuadre está milimétricamente pensado para que esa imagen contribuya a hacer avanzar la historia, e incluso para decirnos cosas acerca de los personajes. El ritmo, la composición de cada viñeta, el armado de cada página, cada detalle en los fondos, la incorporación en los momentos justos de las masas de negro y los toques de azul, los momentos en los que los personajes traspasan los bordes de las viñetas, o estos últimos desaparecen por completo… TODO está controlado a nivel molecular por este maestro de la comedia, la sorpresa y el impacto. Que además tira esa magia (digna de André Franquin), con la que –si bien tiene todo fríamente calculado- te hace sentir que no, que estás presenciando un kilombo infernal, un torbellino de acciones y emociones sin control. Lo que vemos es, en realidad, un caos perfectamente planificado, en el que siempre lo más importante es la claridad del relato. Por encima de cualquier despliegue de virtuosismo y por encima del impacto que generan las imágenes (y creeme, el impacto es zarpadísimo), Duarte siempre prioriza la fluidez del relato, la claridad, la posibilidad de que ese silencio se vuelva elocuente y te narre de forma contundente estas historias grandilocuentes, oníricas o demenciales, según los casos. Ya publicado en Francia y en Brasil, no tengo dudas de que Monstruos se va a convertir en un clásico indiscutido del comic, un libro del que vamos a seguir hablando durante décadas, porque siempre que lo leamos nos va a atrapar y nos va a enseñar bocha de cosas acerca de la narrativa gráfica, de la gramática misma de la historieta. Te juro que pocos autores la tienen tan clara como Gustavo Duarte.
Nos reencontramos pronto con más reseñas y ¡Feliz Día de la Historieta para todos!

jueves, 1 de septiembre de 2016

HOY, DOS CLASICOS

Al final (y como casi siempre) tenía razón mi amigo, colega y referente Norman Fernández. El me quemó la cabeza con Ivo Milazzo, un dibujante italiano del que yo recordaba vagamente haber leído algún unitario hace mil años en la Cimoc, mientras que para Norman es algo así como el historietista vivo más grande del mundo. Desde mi último encuentro con Norman, releí esos viejos unitarios de Cimoc y me clavé en un viaje en subte este libro de 1980, casi 100 páginas escritas por Giancarlo Berardi y protagonizadas por Ken Parker, una especie de “Corto Maltés del lejano Oeste”, al que la dupla le dedicó infinitos álbumes entre 1977 y 2015.
La verdad que no estoy para afirmar que Milazzo es el Más Grande, pero… ¡qué dibujante, la puta que lo parió! El tipo te resuelve todos las figuras con un trazo muy finito, siempre del mismo grosor (como Gustavo Trigo cuando sacaba sus historietas con fritas) y después mete manchas negras no con el pincel a lo Hugo Pratt (como hacía Trigo), sino con una especie de fibrón al que le queda poca tinta, con el que logra un efecto alucinante. Se mata en los fondos, el color es sobrio y funcional al dibujo, y te parte en ocho mil pedazos con la narrativa, que sin dudas es su punto más fuerte. Por ahí en 96 páginas pareciera que cuenta poco, porque prácticamente no hay páginas de más de seis viñetas (y hay muchísimas de cinco). Pero el ritmo de esta saga es apasionante y Milazzo elige siempre bien las instancias en las que elimina los fondos, o los bordes de los viñetas, para subrayar momentos o expresiones invariablemente bien graficados.
El guión de Berardi tiene un montón de elementos del western clásico, con tiros, piñas, persecuciones, ladrones de bancos y timberos de saloon, pero se las ingenia para no caer en la fácil de “buenos contra malos”. Obviamente Ken Parker es el héroe, pero su coprotagonista en esta ocasión es un personaje complejo, ambiguo, muy bien trabajado. Y entre el elenco de secundarios también hay unos cuantos hallazgos. Voy por más álbumes de Ken Parker, o por cualquier otro trabajo de impronta más o menos autoral que lleve las firmas de Berardi y Milazzo.
Vamos con otra gloria de los ´80. Para festejar que conseguí muy barato el TPB, me volví a leer Skreemer, la gema que allá por 1989 puso en el mapa de los grandes guionistas al inmenso Peter Milligan. Skreemer tiene un problema: al ser una obra de autores ingleses publicada en EEUU a fines de los ´80, carga con la pesada mochila, con la tremenda presión de intentar pegar como pegó Watchmen, o por lo menos de tratar de llegar a ese mismo segmento del público que se cebó con el comic gracias a la monumental obra de Alan Moore y Dave Gibbons. Eso explica, por ejemplo, que Skreemer no tenga ni el más mínimo atisbo de humor, y que su mensaje sea de bajón, oscuridad y desesperanza. Eran tiempos en los que, para ser leídos por el público adulto, los comics tenían que ser amargos.
Pero Milligan hace muy bien el que quizás sea el mejor truco de Watchmen. La obra de Moore reproducía la estructura, el esqueleto, de la novela policial hard boiled, para luego vestirla y decorarla con elementos del comic de superhéroes, de modo que –vista superficialmente- Watchmen parecía una historia de justicieros enmascarados. Milligan hace algo parecido: en la superficie, Skreemer parece un thriller de gangsters que rosquean y se matan entre ellos. Pero lo que realmente sucede tiene más que ver con el drama humano, potente y clásico como el que más. Milligan explota a full ese fatalismo típico de la tragedia griega, le mete intrigas palaciegas que recuerdan a William Shakespeare y su Macbeth, y toques de conciencia social, en la línea “qué mal la pasan los pobres” al estilo Charles Dickens. El resultado es un comic crudo, brutal, impredecible hasta la última página, en el que el desarrollo de personajes y los malabares narrativos (la omnipresente sombra de Watchmen) le ganan por goleada a los tiros y la machaca.
Los dibujos, a cargo del fallecido Brett Ewins y el siempre sólido Steve Dillon, están muy bien, aunque todo el tiempo se nota que hay uno (Ewins) que se quiere zarpar y llevar el grafismo y la puesta en página al extremo, y otro (Dillon) que quiere bajar un cambio y ofrecer un producto más careta, más convencional, más reader-friendly. Felizmente, el equilibrio entre ambos funciona bien, no así el trabajo del colorista Tom Ziuko, que hoy se ve chato, poco esmerado, excesivamente apagado en algunas secuencias y con una estridencia que te encandila en otras. Si hace mucho que no revisitás a este clásico, date una vuelta por la violenta saga de Veto Skreemer.