el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 11 de diciembre de 2013

11/ 12: EL LADO AMARGO

¿Te acordás de los indignados de España, que protestaban contra la lenta pero segura marcha hacia el abismo que les proponían los dos partidos mayoritarios y del que parecía no haber salida? Bueno, varios años antes de que estallara la muchachada, en 2005, Santiago Valenzuela le cantó a la indignación de un modo... por lo menos sorprendente. Con un filo y una mala leche dignos de los artículos polémicos de Arturo Pérez-Reverte y con un talento para la sátira finita, al límite, que me recordó a las mejores historietas costumbristas de Miguelanxo Prado, Valenzuela se lanzó al vacío con una obra audaz, rarísima, totalmente excesiva.
El Lado Amargo consiste en una especie de recopilación de historias cortas que se habían publicado en la revista Tos, hilvanadas con páginas nuevas, creadas especialmente para este libro. Leídas como un todo, estas 90 páginas nos sumergen de lleno en la deteriorada psiquis de Julio César Cienfuegos, un tipejo algo desagradable e increíblemente verborrágico, que dedica cada minuto de su vida a... bajar línea acerca de lo estúpida, miope, grasa y suicida que le resulta la sociedad moderna. Como los chistes de Miguel Brieva, pero sin el recurso de parodiar publicidades o programas de TV. Valenzuela va al hueso: nos propone página tras página de nueve cuadros (hay algunas con menos) en las que sólo vemos a Cienfuegos y su adláter Lázaro caminar por las calles de la gran urbe y hablar, hablar, hablar, hablar... Nunca vi tanto diálogo en una sola historieta, de verdad. Creo que Valenzuela se debe haber acalambrado varias veces en el intento por rotular él mismo todas esas interminables parrafadas de texto, que –es justo decirlo- están muy bien escritas, con el toque justo de delirio para que no se queden en la prédica o el manifiesto pasados de rosca.
Sin dudas, El Lado Amargo es una historieta que lleva su tiempo, que no se puede ni se debe leer de una sola sentada. Hay que clavar la pausa, cerrar el libro, leer otra cosa. Si no, tanto exceso te agobia, te aplasta. La acción es poca y está casi siempre en los segmentos a color que son (creo yo) lo que Valenzuela publicó en Tos. El resto son personajes que apenas se mueven, envueltos en interminables globos, que requieren un tiempo largo para ser leídos. Cada tanto, Valenzuela recurre también a las splash pages (simples y dobles) para plantear otro tipo de composiciones, en las que también lo más importante son los inmensos globos de diálogo.
El dibujo de Valenzuela es raro, me hizo acordar a dibujantes de la MAD, a dibujantes del palo indie yanki, e incluso a Manuel Redondo, aquel pionero de la historieta argentina, que se hizo famoso como dibujante de Sarrasqueta. En los fondos, Valenzuela lima un poquito más y combina realismo con una cierta deformidad intencional, mientras que los personajes son más grotescos, más granguiñolescos, y por supuesto sumamente expresivos. Todas las viñetas (grandes y chiquitas) están atiborradas de elementos: personajes, escenarios, globos y –en algunas secuencias puntuales- bloques de texto compiten sin tregua por el espacio en una historieta barroca, que se jacta de mostrar y decir mucho más de lo que hace falta.
Terminás de leer El Lado Amargo y te convencés de que no sólo al irascible Cienfuegos le faltan un par de jugadores. Santiago Valenzuela también tiene que ir a hacerse ver el bocho por alguien que sepa, porque esta es la obra de un zarpado absoluto, de un obsesivo, de alguien que no sabe de límites, desbordado por sus ideas y por una voluntad inquebrantable para transmitir un mensaje jodido, agresivo, con los tapones de punta desde la primera viñeta hasta la última. Y lo otro que sucede cuando cerrás el libro es que redescubrís el valor del silencio, después de haber sido ametrallado durante 90 páginas por esta máquina de bajar línea junto a la cual a Enrique Pinti le dirían “el mudo”. Enjoy the silence, diría Depeche Mode, y puestos a disfrutar, disfrutemos también de los huevos, de la entrega y de la cruzada quijotesca, satírica y demencial de Valenzuela contra la idiotez, la mediocridad y la oquedad, verdaderos molinos de viento del Siglo XXI.

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