el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 31 de octubre de 2013

31/ 10: EL LOCO CHAVEZ Vol.2

Hace unos cuantos años leí el Vol.1 de esta colección, dedicado a la relación entre el Loco Chávez y Gato, y no me gustó. Por el contrario, reafirmó mi convicción de que El Loco Chávez es la oveja negra en la insuperable seguidilla de colaboraciones entre Carlos Trillo y Horacio Altuna que engalanaron a la historieta argentina (y mundial) entre 1975 y 1987, más o menos. A la historia con Gato le faltaba pimienta, se quedaba en el chamuyo, o en las fantasías, nunca llegaba a concretarse nada, ni un beso. Claro, Gato era una chica de 16 años y el Loco un tipo de treinta y pocos. La historieta salía en un diario masivo, en plena dictadura militar... no era muy lógico esperar que subiera demasiado el voltaje erótico entre ellos en esas condiciones. Y todo quedaba en la franela inofensiva, en chispazos de histeriqueo.
Esta vez, aunque parezca una joda, es peor. En apenas 48 páginas, el Loco conoce a una periodista llamada Roxana (al toque la invita a salir y rebota), se reencuentra con Renata, una artista plástica con la que –se supone- tuvo un tiroteo en el pasado y a la que también le tira los galgos con escaso éxito, y conoce a la fotógrafa-bomba atómica apodada Pampita, a la cual no llega ni a encarar. Con suerte le tira un par de piropos, o de semi-indirectas. Y de estas tres minas, ninguna es menor de edad. O sea que en vez de “Las minas del Loco” esta colección podría llamarse “Las pajas del Loco”, porque lo vemos ratonearse con varias minas, pero nunca está ni cerca de ponerla.
Las aventuras propiamente dichas son blanditas. Junto a Renata tendrá que abrir la caja fuerte de una financiera, y junto a Pamipita desentrañar el misterio del sátiro (en esa época no se podía usar la palabra “violador”) de Pompeya. En los dos argumentos Trillo deja que se filtre una generosa dosis de comedia, como para que el lector se relaje y no viva con tensión las situaciones apenas ásperas en las que se meten los protagonistas. Casi pareciera que el guionista se esforzaba por desenfatizar el aspecto peligroso de meterse con violadores y ladrones de cajas fuertes. Todo está condimentado con chistes (alguno que otro me causó gracia) y con personajes caricaturescos, de brocha gruesa, que están siempre en función de la comedia y no de la aventura.
Lo grosso acá es el dibujo de Altuna. Un Altuna que para este momento (1977) todavía no llegó a su pico, pero que ya te brindaba mucho más de lo que esperabas ver en una tira diaria. La anatomía, las expresiones faciales, la forma de meter los negros, la integración de la referencia fotográfica, los truquitos narrativos, el trabajo con las tramas mecánicas... todo nos habla a las claras del talento descomunal de un tipo que estaba en un momento increíble, ¡y que iba a seguir mejorando! Hoy no sé si hay en algún lugar del mundo un historietista que haga tiras diarias a este nivel. Me parece que no.
Más allá de todos esos hallazgos gráficos, este librito de El Loco Chávez es básicamente humo. Son aventuras que no llegás nunca a tomarte en serio, chistes que por ahí hace 35 años eran graciosos y hoy no, y relaciones entre adultos que todo el tiempo amagan con ir para el lado del sexo pero que jamás llegan ni a un beso hot. Por ahí tuve mala suerte y agarré justo las 48 páginas más flojas de una obra que se publicó durante 12 años, y que –supongo- tendrá momentos mejores. No lo sé. Para eso habrá que esperar a que alguien edite una recopilación POSTA de El Loco Chávez: tomos de muuuuchas páginas, que arranquen en la primera tira, que lleguen hasta el final sin cagarse en el orden en el que Trillo y Altuna generaron el material, y que no omitan esas tiras “de coyuntura” en las que el Loco, en vez de vivir alguna peripecia pseudo-cómica o pseudo-erótica, opinaba sobre los temas “del día”, como los cambios de ministros o el aumento de las mandarinas. En esa cancha se verán los pingos. En esta, lo único realmente atractivo es el dibujo de Altuna. Sólo por eso (y porque lo vi muy barato en una mesa de saldos) me animé a entrarle a este tomito.

miércoles, 30 de octubre de 2013

30/ 10: SECRET BATTLES OF GENGHIS KHAN

¿Te acordás cuando, en Julio de este año, vimos el Drácula de Robin Wood? Ahí nos sorprendimos alentando a un genocida despiadado, sanguinario y calculador... y de alguna manera estaba todo bien. Ahora se viene el “quiero retruco” con esta biografía de Gengis Khan, en la que el guionista Daryl Gregory y el dibujante Alan Robinson nos cuentan la vida del legendario conquistador mongol, desde el punto de vista del propio Khan, de tal modo que él es el héroe, no el villano.
No me preguntes cómo, pero esta pirueta de Gregory logra que nos identifiquemos con este guerrero pasado de rosca y lo veamos realmente como un héroe, como un prócer de su patria que lideró a su pueblo no en masacres imperialistas, sino en gestas épicas de inigualable valentía. Ya existía un antecedente de este enfoque: un manga llamado “Genghis Khan: To the Ends of the Earth and Sea” (de Nakada Higurashi) que adapta una novela de Seiichi Morimura y que a su vez fue adaptado al animé. Acá también, la historieta nos muestra la infancia del conquistador, cuando se llamaba Temujin y era apenas el hijo del cacique de una tribu nómada y de escasos recursos. Tanto Morimura como Daryl Gregory apuestan fuerte a que el lector se identifique con este chico que sufre, al que de pronto no le queda más opción que –con sólo 11 años- ponerse al frente de esta tribu de las estepas de Mongolia y tratar de subsitir sin que se lo morfen los caciques de las otras tribus, que siempre parecen más sanguinarios y más avechuchescos que él.
Para cuando el joven Temujin ya es un guerrero consumado, es decir, para cuando empiezan las sangrientas incursiones de sus hombres por los territorios de sus enemigos, uno ya se encariñó con el “bravo guerrero”. Por si faltara algo, Gregory se centra en sus "batallas secretas": nos cuenta cómo su mujer le mete los cuernos (y él tiene el gesto noble de darle su apellido y su amor a ese hijo bastardo, fruto de la traición de la bella Börte), cómo su mejor amigo (muerto de celos) se le da vuelta y se planta en la vereda de enfrente, cómo lucha para que sus hijos no se maten entre ellos, cosas que nos muestran al ambicioso conquistador como un tipo vulnerable, al que no es para nada imposible hacerle daño.
De todos modos, lo más atractivo de esta novela gráfica es la cantidad de información que nos brinda Gregory en sólo 80 páginas y sin aburrirnos en ningún momento. Mientras nos entretenemos con las batallas, las runflas y la intriga palaciega, el guionista no para un minuto de tirar data sobre las tribus de Mongolia del Siglo XIII, su situación geopolítica, su relación con sus aliados y enemigos, cómo cambia el mapa con la irrupción de Gengis Khan, cómo revoluciona la táctica militar de su época, como se relaciona con los otros imperios grossos que coexistían en la Asia de aquel entonces, etc. Más todos los detalles de la vida de Temujin, claro, desde su nacimiento hasta su muerte. Es una biografía rara, porque nunca nos muestra al personaje como el genocida que la Historia dice que fue (de hecho, acá jamás pronuncia su frase más famosa, la de “por donde yo piso, no vuelve a crecer el pasto”), y aún así muy efectiva, muy sólida. Un lindo material para que los profesores de Historia compartan con sus alumnos.
Al frente de la faz visual tenemos al amigo chileno Alan Robinson, a quien conocimos en la reseña de Phoenix Without Ashes (27/06/12), en un trabajo que le impuso desafíos heavy metal tanto en el rigor documental como en esas escenas multitudinarias, con centenares de guerreros a caballo dispuestos a dar sitio a una gigantesca fortaleza y demás elementos de los que hacen que varios dibujantes consagrados se vayan al mazo o contraten hordas de asistentes. Robinson piloteó la ordalía con decoro y cintura, se lució en los primeros planos, aportó ritmo y dinamismo en la puesta en página y eligió con astucia las viñetas en las que tirarse a chanta y no dibujar los fondos. El color es de Jay Fotos, el colorista de Locke & Key, quien logra algo notable: que Robinson se parezca mucho a Gabriel Rodríguez. Es cierto que no son dibujantes de escuelas opuestas ni mucho menos, pero hay algo en el color de Fotos que los hace casi clones.
Secret Battles of Genghis Khan se puede leer como un buen comic de aventura, con abundante machaca y dramas humanos, o como una biografía que elige un enfoque atípico para un personaje histórico decididamente cautivante. Es una historia que le hubiese encantado escribir a Robin Wood (a quien mencionaba en el primer párrafo) y que a mí me gustó mucho leer.

martes, 29 de octubre de 2013

29/ 10: LOS AÑOS DULCES Vol.2

Esta reseña es casi un corolario a la del 11 de Febrero de este año y no se entiende nada sin leer la anterior. Recomiendo repasarla antes de seguir.
¿Ya está? Bien. En la segunda mitad de la historia (en la que el maestro Jiro Taniguchi adapta una novela de la escritora Hiromi Kawakami) pasa finalmente lo que todos queríamos que pasara: el Profesor Matsumoto y Tsukiko, su ex-alumna, avanzan en su relación y la consuman en un lindo garche. El problema es que en 225 páginas, sólo pasa eso. Ojo: no es un garche que dura 225 páginas! Son 223 páginas de chamuyo y dos que narran, de modo muy medido y para nada erótico, el encuentro sexual. Y bueno, después hay un epílogo, un cierre definitivo para la historia de esta pareja, que no te puedo contar.
En total, son más de 420 páginas para contarnos algo tan chiquito, tan intrascendente, que a ritmo pachorro y todo, se podría resumir en 48 páginas. En la reseña del Vol.1 yo comparaba a Los Años Dulces con un largometraje. Estaba en pedo. Con este argumento no se sostiene ni un episodio de 22 minutos de una sitcom.
¿Por qué se hacen mínimamente llevaderas tantas páginas al pedo, rellenadas con las larguísimas charlas y caminatas de Tsukiko y el Profesor y sus interminables noches de morfi y chupi? Porque las dibuja el glorioso Jiro Taniguchi, imbatible en el registro gráfico de los detalles de la vida cotidiana y en el ritmo parsimonioso. Taniguchi nos brinda un trabajo excepcional en los paisajes y decorados, en las expresiones faciales y la aplicación de las tramas mecánicas, que es exquisita. Centrado por primera vez en un personaje femenino, el sensei recrea la magia de otros obras suyas, en las que la contemplación y la introspección desplazan por completo a la acción. Acá no sólo no hay machaca: nadie corre, nadie grita, nada altera en lo más mínimo la rutina de los personajes salvo en las dos páginas del garche.
O sea que, por más fan que seas de Taniguchi, corrés serios riesgos de aburrirte, a menos que te emocione hasta las lágrimas el romance entre el ya veterano profesor y su ex-alumna, contado con apabullante frialdad, a paso de caracol, y condimentado con largas (y a veces interesantes) charlas sobre comida y paseos por playas, campos, museos, cementerios, parques y salas de pachinko.
Si seguís a muerte al maestro, entrale tranquilo. Su trabajo es magnífico y además nos ofrece la infrecuente oportunidad de verlo meterse a full en la psiquis de una protagonista mujer (guiado por el texto de Hiromi Kawakami, es cierto), con notables resultados.

lunes, 28 de octubre de 2013

28/ 10: HOY NOY HAY NADA

Tengo leídos no uno, sino DOS libros.
Pero no hago a tiempo para escribir la reseña. La prometo para mañana.
Hasta entonces!

domingo, 27 de octubre de 2013

27/ 10: BODY BAGS Vol.2

¿Cómo resistirse a Jason Pearson?, es la pregunta que me hago y que me voy a hacer (creo) a lo largo de toda la reseña. Jason Pearson es un dibujante completísimo, el verdadero heredero del inmenso Michael Golden, el que entendió todas las lecciones del maestro que no entendieron Jim Lee y sus clones, un tipo al que el encanta matarse en los fondos y en los detalles como si fuera Travis Charest, pero que a la vez se juega con expresiones faciales extremas, hiper-expresivas, casi grotescas, que por momentos parecen de Carlos Giménez. Un tipo que se vuelve loco cuidando aspectos mínimos del diseño de los personajes, armas, etc., y hasta mete mano en el diseño de sus publicaciones, y al mismo tiempo cuenta historias re-cabeza, de marginales al recontra-límite, en las que el hilo conductor muchas veces es la machaca más brutal. Por supuesto, Pearson es un dibujante de muy escasa producción en historieta; de hecho este es el segundo tomo de Body Bags, editado a fines de 2012, y el primero salió en 1997. ¿Cómo no le vas a comprar los libros a un tipo que tiene el decoro de sacar uno cada 15 años?
Acá tenemos cuatro historietas. Una que es un chiste largo, apenas seis páginas en las que Pearson nos muestra lo que podría ser el gen de una idea para una aventura; otra de 12 páginas, otra de 24 y la más extensa, de 44. Felizmente la mejor, la que tiene la trama menos predecible y mejor armada, es la más larga (One Shot). La de 24 es una aventura graciosa pero menor y la de 12 tiene dos problemas: por un lado, pasan demasiadas cosas y Pearson mete demasiados personajes para 12 páginas, con lo cual arma un kilombo narrativo difícil de leer. Y además parece ser una historia más antigua, dibujada por el ídolo en el estilo de los ´90, con muchos más puntos en común con el material recopilado en el Vol.1.
¿Qué es Body Bags? Imaginate que Cazador se hace cazador, pero de recompensas, y sale a boletear o capturar gangsters peligrosos, con implantes cibernéticos, armas mega-pulenta y artefactos que en las manos incorrectas podrían significar la destrucción de países enteros. ¿Te cerró? Bueno, ahora ponele una hija adolescente con un par de gomas infernales, igual de grosera y de violenta que él, que lo acompaña en las misiones y, cada tanto, se manda un moco de esos que ponen en riesgo toda la operación. El planteo de la serie está pensado para que Clownface y su hija Panda pasen casi todas las páginas de cada episodio envueltos en impactantes tiroteos contra mafias, traficantes, ninjas, u otros mercenarios igual de heavies que ellos, con un nivel de violencia muy zarpado, pero con el guiño cómplice al lector de que ellos dos nunca van a morir. La comedia está muy presente y define el tono de toda la serie. Pero como Pearson no tiene el talento para los chistes sutiles y efectivos de un Peter David, opta por los chistes brutales y efectistas que leíamos en Cazador: tsunamis de puteadas y guarangadas (una más innecesaria que la otra), que en boca de una chica de 16 años shockean un poco más. No está mal, la verdad que uno se divierte y pasa un rato entretenido. Y hasta ahí llegamos, eso es todo lo que le podemos pedir a Body Bags. Machaca, groserías, estridencia y algún mínimo sustento para todo esto desde los guiones.
Claro que, al estar todo dibujado con tantas pilas y tanto talento por Pearson, el combo cierra con facilidad. El tipo es una bestia descontrolada que no se priva de nada y –además de detonar autos y edificios- nos detona las retinas con unas secuencias del carajo y un dibujo ganchero y virtuoso como pocos. En la historieta más corta (o el chiste largo) además prueba con un estilo distinto, con línea clara, sin masas negras, y coqueteos con la estética que desarrollara Bruce Timm para la inolvidable Batman: The Animated Series. Para que la magia visual de Pearson se luzca y pegue aún más, tenemos en las cuatro historias al maestro Dave Stewart a cargo del color, y vos sabés que Stewart no falla nunca.
Por ahí, si el próximo tomo de Body Bags sale en 2027, para ese entonces me olvidé del leve escozor que me produjo la sobrecarga de puteadas y chistes fáciles, y de que de las cuatro historias una sóla tiene un guión presentable, y cebado por la posibilidad de descubrir nuevos trabajos de Pearson, le entro al Vol.3. Si lo saca el año que viene o el otro, me parece que no. No soy TAN fan de los Body Bags y 86 páginas de Jason Pearson mandando fruta cada 15 años, me parece una dosis adecuada.

sábado, 26 de octubre de 2013

26/ 10: EL TIEMPO ARREBATADO

Hoy cortito, porque tengo poco tiempo.
Esta novela gráfica de 2007 es una verdadera maravilla, creada por Antonio Navarro, un autor español al que sigo desde los ´80 y que –muy a mi pesar- no tiene mucha producción.
El Tiempo Arrebatado tiene de todo: denuncia social, lirismo, realismo mágico, cierto tinte documental que nos invita a recorrer buena parte del Siglo XX, muchas citas y homenajes (desde el Corto Maltés a Jorge Luis Borges, más Pablo Picasso y Egon Schiele, que son personajes con bastante peso en la trama), y lo más loco: el lujo que se da Navarro de recontar desde otra óptica la historia de Simone, el personaje con el que se hizo conocido en la segunda mitad de los ´80, en las páginas de la mítica revista Cairo.
Yo eso no lo había visto nunca. Navarro se las ingenia para que las historias que narró en aquella serie, tengan peso y trascendencia en una historia que se le ocurrió 20 años después. De hecho, las ocho páginas de El Tiempo Arrebatado que nos muestran el viaje en tren que comparten Simone y Konstantin son una remake de un episodio de Simone de 1987, en la que pasa lo mismo, pero narrado desde otra perspectiva.
La trama central de El Tiempo Arrebatado está muy bien planteada, con las dosis justas de misterio, bajada de línea, algo de romance, algo de mirada melancólica hacia el pasado y más de una vuelta de tuerca impredecible en el argumento, de las cuales la última es sencillamente brillante.
Por el lado del dibujo, Navarro no se quedó quieto en los 20 años transcurridos entre Simone y El Tiempo Arrebatado. De hecho, si no te aseguran que se trata del mismo dibujante, uno no lo sospecharía jamás. El Navarro de los ´80 (que trabajaba en blanco y negro) buscaba un estilo propio por el lado de Jacques Tardi (y en la narrativa reproducía bastante bien los tics del prócer francés), mientras que su grafismo lo llevaba más para el lado de Rubén Pellejero, aunque con una impronta más desprolija, donde se veía también algo de Didier Comés. Ojo, los dibujos de Simone del ´87 eran MUY buenos, y pronto evolucionarían para ser aún mejores. Pero al lado de lo que vemos en El Tiempo Arrebatado, era todo muy precario. Acá el autor suma el color directo, limpia mucho el grafismo y juega a hacer magia con las texturas y los climas que genera desde el color. Tiene algunas páginas en las que nos mezquina algún fondo, pero se le puede perdonar, porque en la gran mayoría de la novela deja la vida para plasmar a la perfección decenas de locaciones (de distintas partes del mundo) tomadas de distintas décadas del Siglo XX, en un laburo de documentación encomiable. Y ni hablar de las expresiones faciales, perfectamente logradas.
El Tiempo Arrebatado es una novela repleta de momentos fuertes, emotivos, en los que Antonio Navarro nos lleva de la ternura a la indignación, del suspenso al impacto, de la investigación metódica y racional al salto a los abismos de la fantasía en la que vale todo. Si la ves por ahí, dejate cautivar por esta historia que garpa por todos lados. Y si encontrás los viejos recopilatorios de Simone (editados por Norma), ni lo dudes, que también son papa finísima.

viernes, 25 de octubre de 2013

25/ 10: TALES FROM BEYOND SCIENCE

Este es un típico libro-trampa. Majestuosa edición, hermosas tapas duras, pero adentro tenemos sólo 88 páginas, de las cuales apenas 50 son de historieta. Una ecuación disparatada, sobre todo si pensamos que es un libro que cuesta u$ 35 (por suerte lo conseguí a mucho menos). A favor de la edición, debo decir que de todas esas páginas que no tienen historietas, 15 son ilustraciones en las que el maestro británico Rian Hughes juega a imaginar portadas de revistas de historietas, en la línea de “las de monstruos y bizarreadas” que dibujaban Jack Kirby y Steve Ditko a fines de los ´50 y principios de los ´60, pero con un twist: en las portadas de Hughes todas estas apariciones de criaturas extrañas y fenómenos inexplicables están claramente ambientadas en Inglaterra. Y por supuesto, como todas las ilustraciones de Rian Hughes, son alucinantes, con el típico virtuosismo, la sutileza y la fina mala leche de este genio de la línea clara posmoderna.
El núcleo duro del libro, los relatos a los que hace referencia el título, son ocho historias cortas, originalmente publicadas en 1992 en el semanario 2000 A.D., todas dibujadas por Hughes y repartidas entre tres guionistas. Dos las escribe Alan McKenzie (que era el coordinador de la revista), dos están a cargo de John Smith (un guionista bastante respetado en el Reino Unido, al que nunca le fue bien cuando intentó laburar para EEUU), y las cuatro restantes las escribe un muy joven Mark Millar, a quien no hace falta presentar, me parece. En cada una de las historias, el anfitrión Hilary Tremayne nos presenta una especie de mini-documental acerca de un caso extraño e increíble, de esos que la ciencia no logra explicar. Veamos qué tal salieron.
La primera, escrita por Millar, es seguramente la más floja. Tiene un cierto olorcito a The Invisibles (aunque es anterior) y te logra poner nervioso, pero está claro que no era una historia para desarrollar en seis míseras páginas. En la segunda, McKenzie decide explorar la variante más festiva, y con una historieta claramente en joda logra un resultado excelente. Acá sí, seis páginas era la extensión justa para la idea que se le ocurrió al guionista.
Para la tercera historia, Millar se juega a dale un giro perturbador y sobrenatural a una historia real, la del italiano Guglielmo Marconi, el inventor de la radio a transistores. La historia tiene un ritmo parecido al de los Big Books y cerca del final, Hughes se zarpa con una puesta en página que bien podría haber inspirado a Chris Ware para su Acme Novelty Library. En el cuarto relato vuelve McKenzie, de nuevo con un tono más liviano (y un muy lindo gaste a Star Trek), pero la trama es más finita y a duras penas logra llenar las seis páginas. Por suerte lo tiene a Hughes haciendo magia en el dibujo y el color.
Las dos historias de John Smith son excelentes. La primera es la más espesa, la que crea más tensión, y la que –de nuevo- maneja más conceptos de esos que veríamos más tarde en The Invisibles y otros comics de Vertigo. La segunda (un gran chiste cinéfilo) es más brutal, mucho menos verosímil y más bizarra. Pero también funciona.
Y cerramos con dos de Mark Millar, en la que levanta mucho la puntería. The Secret Month Under the Stairs es, me parece, la mejor historia del tomo, una idea absolutamente genial muy bien desarrollada en esas poquitas páginas, que se podría retomar perfectamente para una miniserie de seis episodios. Y la última historieta es la única de ocho páginas y la única publicada en 1994. Esta es la más cruda, la más asfixiante y sin dudas la que más se emparenta con The Invisibles, con su trama de conspiraciones y meta-realidades. Parece un delirio plantearse algo así en 8 páginas, pero a Millar le salió más que bien.
Y por supuesto, tanto las historietas como las ilustraciones y las páginas de relleno tienen la magia gráfica de un Rian Hughes imbatible, un distinto, un exquisito, el equivalente inglés de Daniel Torres, Sento, Michael Cherkas, Serge Clerc, o cualquier autor de “estilo atómico” que quieras sumar a la lista. Si te cierra la estética de Hughes, su tratamiento del color, de la línea y de la tipografía, visualmente este libro te parte la cabeza. Y si además te causa gracia la mirada posmoderna a aquellos comics repletos de freakeadas y bizarreadas, seguro que lo vas a disfrutar a full. No se lo recomiendo a los junkies de Mark Millar que se quieran comprar todo lo que escribió el escocés, porque hay sólo 26 páginas escritas por él y se parecen poquísimo a sus trabajos más populares.
Igual, si tengo que elegir entre tirar abajo de un bondi a Hughes o a Millar... nos quedamos sin Wanted y sin Kick Ass, me parece.

jueves, 24 de octubre de 2013

24/ 10: ETCHENIKE

Otra vez me toca hablar de una historieta que adapta a nuestro medio favorito relatos originados en la literatura, protagonizados por un detective que se mueve por una urbe de Sudamérica. Hace unos días me topé con Heredia por las calles de Santiago de Chile y ahora es el turno de Etchenike, el detective porteño y ya entrado en años, creado por el maestro Juan Sasturain. En este librazo, el uruguayo Rodolfo Santullo y el entrerriano Lisandro Estherren adaptan los dos primeros relatos protagonizados por Julio Argentino Etchenique (alias Etchenike), originalmente publicados como Manual de Perdedores y Manual de Perdedores II.
Tengo un problema con la adaptación al comic y es el dibujo. Ojo, que no se me malinterprete: Lisandro Estherren me parece un MONSTRUO, un dibujante increíble, un virtuoso del mega-carajo, un tipo destinado a dejarnos obras de primerísimo nivel. Pero no me parece que su estilo sea el más idóneo para encarar esta versión de las novelas de Sasturain. Acá vemos a Estherren dando cátedra de expresionismo al límite, donde lo único que se parece a lo que ya vimos en otras historietas es la disposición espacial de las viñetas en la página. Todo lo demás, Estherren lo re-imagina, lo re-interpreta, lo deforma, le pasa por encima a todo con su grafismo, basado en amplias masas negras, blancos que parecen aplicados con témpera sobre un fondo negro, grisados, raspados, pinceladas de brocha gruesa y unas letras hermosas en las onomatopeyas. Sobran recursos, sobran efectos, está todo muy cargado, como si el dibujante se esforzara demasiado para demostrar que es un capo. Lo más flojo, donde más ardua se hace la lectura, es en las peleas, donde es casi imposible darse cuenta quién le pega a quién, quién dispara, quién cae herido, quién escapa... Hay momentos fastuosos, unos primeros planos memorables, y también hay muchas secuencias que se leerían mejor, que permitirían un mejor flujo de la narración, dibujadas en un estilo más accesible, con un planteo gráfico menos extremo.
El resto es impecable. Santullo elige con sagacidad qué momentos de las novelas privilegiar, qué diálogos respetar a pies juntillas, donde darle protagonismo a la acción que –por suerte- no escasea en las novelas de Etchenike. Como Sasturain, Santullo es fanático y además cultor del género policial noir, y me imagino su alegría y su complicidad a la hora de dialogar esas secuencias en las que Etchenike (que también consumió mucha literatura policial) desliza menciones a las novelas de Raymond Chandler, Dashiel Hammett y Mickey Spillane. Lo más atractivo que tiene esta versión es el ritmo: de alguna manera (quizás porque tiene sólo 140 páginas para despachar dos novelas), Santullo acelera los relatos de Sasturain y, si bien hay escenas tranqui e introspectivas, transmite una sensación trepidante, como si todo el tiempo sucedieran, una tras otra, un montón de cosas grossas.
Además, al leer seguidas Manual de Perdedores y Manual de Perdedores II me quedó mucho más claro que están perfectamente integradas y que el verdadero final no llega sino en la última página de la segunda novela, algo que no sé si me quedó tan claro cuando leí los textos originales. En aquel momento me pareció casi un capricho que compartieran título, seguramente porque pasaron meses (si no años) entre que leí la primera y la segunda. Acá se nota más el bloque, el combo, el rompecabezas que se empieza a armar en el primer tramo y se termina de completar sólo al final.
Banco a muerte a Sasturain como escritor, me parece uno de los nombres fundamentales de la literatura argentina contemporánea y me compro cualquier cosa que prometa contarme una historia y lleve su firma. Como fan de Sasturain, y especialmente de Etchenike, era obvio que esta versión me iba a gustar. Además soy fan de Rodolfo Santullo, un guionista de incuestionable solvencia, de esos que prácticamente no defraudan jamás. O sea que venía MUY predispuesto a disfrutar de este libro. Paradójicamente me nubló un poco el cielo un dibujante al que admiro a full, un tipo de desmedido talento, que conjuró para Etchenike unas imágenes bellísimas y de una fuerza plástica descomunal... que lamentablemente no me terminaron de cerrar en el contexto de la obra que tenían en manos tanto él como el guionista. Por ahí para una historia corta, o una obra de corte más experimental, este planteo gráfico de Estherren era la gloria. Para las aventuras de este veterano investigador de la Buenos Aires de fines de los ´70, yo hubiese preferido otra onda; no fría, no amistosa, no limpita, pero no tan al límite. Como diría Miguel Angel Russo, “son decisiones...”

miércoles, 23 de octubre de 2013

23/ 10: DOCTOR STRANGE AND DOCTOR DOOM: TRIUMPH AND TORMENT

Ah, qué hermosas épocas las de las novelas gráficas de Marvel! A veces te tocaban adefesios infumables y otras veces, sin siquiera salir de la temática superheroica, los mismos autores que la remaban mes a mes en las series regulares se zarpaban para crear historias fuertes, redondas, a veces muy importantes para el desarrollo de algún personaje destacado del Universo Marvel.
En 1989, se juntaron dos bestias: Roger Stern (uno de los dos o tres guionistas clave para entender la Marvel de los ´80) y Mike Mignola, ese dibujante raro que había desaparecido de las revistitas mensuales de Marvel en el ´87 y la había roto en DC en el ´88 (con la mini del Phantom Stranger y Cosmic Odyssey). Y para entintar y colorear a Mignola se sumó un artista más raro todavía, Mark Badger, a quien ya vimos incursionar en este formato, en la reseña del 12/06/11. El elenco protagónico de estas 78 inolvidables páginas lo componen los tres pichis a los que vemos en la portada: el Dr. Strange (a quien Stern guió a lo largo de muchas sagas gloriosas en su propia revista), el Dr. Doom y el querido Mephisto, chabón copado si los hay.
La historia tarda un poco en arrancar. Las primeras 24 páginas están buenas, son muy divertidas, y presentan a un personaje de bastante peso en la trama. Sin embargo, en el contexto general de la novela, son un prólogo en esteroides. Todo lo que cuenta Stern en ese tramo es la previa, la excusa para que, una vez que nos tire la consigna, esta nos resulte atractiva y no una fumanchereada traída de los pelos. La gesta propiamente dicha, lo que Strange y Doom tendrán que lograr para que la aventura llegue a buen puerto, se nos plantea recién en la página 26 y se empieza a desarrollar recién en la 40. En el medio, un magistral repaso por el origen del Dr. Doom, más un giro brillante en la recapitulación de la historia de su madre (a la que Stern rescata de un lejano Fantastic Four Annual 2), más la explicación de cuál va a ser el rol de Mephisto en la trama. Y por si faltara algo, una bajadita de línea sobre lo bien que vive la gente en Latveria bajo el supuesto yugo del supuesto dictador.
Una vez que arranca la aventura, no para hasta que se termina la novela. El epílogo ocupa menos de tres páginas y todo lo demás es acción al palo, luchas y conjuros al límite, excelentes diálogos, un flashback traumático que le permite a Stern revisitar brevemente el origen del Tordo Strange y lo más grosso: la runfla final con Mephisto, ese poker a todo o nada entre fulleros místicos, con varias almas en juego, que el guionista resuelve de un modo impredecible y genial, y que además sirve para dejar en claro que, si bien todo lo realmente importante que pasa en la novela le pasa a Doom, esta no tenía sentido sin Strange y sin Mephisto. La escena del final, en la que Doom, en vez de blanquear por qué hizo lo que hizo, elige el silencio y la reclusión, es impactante, emotiva y –por si faltara algo- te deja clarísimo por qué la novela se llama “Triunfo y Tormento”.
Por el lado del dibujo, tenemos al Mignola ochentoso, ese de línea más clara, de anatomía más kirbyana, todavía lejos de su mejor nivel (que llegaría unos pocos años después, en el ´92-´93) y más lejos aún de su actual búsqueda de la síntesis, de ese grafismo más caligráfico, más para el lado del Hugo Pratt de los últimos años, que le ha espantado a más de un fan. Acá, el ancho de espadas de Mignola es la narrativa. El creador de Hellboy deja la vida en el armado de cada secuencia y cuando el guión le pide muchas viñetas, aprovecha las posibilidades del formato más grande para lucirse jugando al álbum europeo. Después, en todo lo demás, se nota mucho la mano de Badger: el acabado, los detalles, la paleta de colores, las texturas, los climas que logra en los flashbacks, el estallido cromático de las escenas en el Infierno, hasta algunas expresiones de los rostros, revelan más la impronta de Badger que la de Mignola. Pero me gusta el combo, eh? Tiene esa cosa visceral, jodida, que no tenía Mignola cuando lo entintaba P. Craig Russell, por ejemplo.
Si sos fan de Roger Stern, de Mike Mignola o de alguno de los dos facultativos, no dudes un segundo a la hora de comprarte esta paponga clásica y moderna, que se reeditó hace poquito, después de muchos años de haber sido un Santo Grial. Si está cara, rosqueá con Mephisto y pagala con el alma, en 24 cuotas sin interés.

martes, 22 de octubre de 2013

22/ 10: MOCHA DICK

Se me acaba el pilón de historietas chilenas que me traje en Abril de mi visita al país vecino. Me quedan un par de historietas dibujadas por autores chilenos para otros mercados, que ya leeré, pero en cuanto a la producción generada en Chile, hasta acá llegamos. Y me toca cerrar el recorrido con un éxito editorial resonante, una novela gráfica reciente a la que le fue tan bien, que hasta tuvo edición argentina. Mocha Dick reúne a Francisco Ortega (guionista de 1899) con Gonzalo Martínez (dibujante de Road Story), dos de los referentes centrales de toda esta interesante movida que experimenta el comic chileno en los últimos años.
La historia se centra en la cacería de un inmenso cachalote blanco conocido como Mocha Dick, que vivió en las costas del Pacífico, cerca de la isla Mocha (de ahí su nombre) a principios del Siglo XIX. Se supone que los relatos de esta cacería son los que inspiraron a Herman Melville para escribir la clásica novela Moby Dick, de ahí el interés por indagar un poco más en el mito que, hace casi 200 años, rodea a este cetáceo albino. Por supuesto, Ortega no se limita a recopilar los datos duros, o científicamente comprobables: también incorpora a la trama personajes 100% ficticios, pensados en función del carácter aventurero de la trama, y la faceta mitológica, la que vincula a la ballena con la religión y la cosmogonía de los indios mapuches.
La aventura, el viaje iniciático de un joven hijo de balleneros que tomará conciencia de lo aberrante que resulta la cacería y la matanza de los cetáceos, está muy bien llevada. Arranca un poco tarde, en una de esas. En las primeras... 45 páginas, pasan unas cuantas cosas, pero las realmente relevantes se podrían haber sintetizado en 20 páginas, 25 a lo sumo. Y después sí, quedan por delante otras 60 páginas muy intensas, en las que Ortega no para nunca de tirar data ni de usar cada escena, cada diálogo, para definir con más claridad y hasta con notable profundidad a los personajes centrales.
Tener un guionista que no deja nunca de mandar datos (arranca en la primera página y no termina en la última, sino que sigue brindando toneladas de información adicional en un extenso glosario que arranca cuando se acaba la historieta) puede ser un arma de doble filo. Está bueno, porque te vende –además de la peripecia- un contexto histórico, geográfico y hasta social que uno por ahí no tiene muy presente, y a menos que seas un wachiturro lobotomizado, aprendés cosas nuevas (yo aprendí, por ejemplo, qué catzo son los Fuegos de San Telmo, a los que había escuchado nombrar varias veces). Pero también puede ser un embole, una canalización de una obsesión por parte del autor que se quiere “sacar un 10” y demostrarnos que nadie conoce mejor que él el tema que toca, que nadie se deslomó tanto por obtener TODA la documentación habida y por haber, etc. Bah, si intentaste leer From Hell no hace falta que te explique hasta dónde se puede llegar en estos trips obsesivos. Por suerte, Ortega se luce, pero no se zarpa. La información que brinda (acerca de los balleneros, los aborígenes de la Patagonia, etc.) está muy bien dosificada y no se convierte nunca en obstáculo para el disfrute de la aventura. Que no es genial, ni monumental, pero funciona y atrapa sin ningún inconveniente.
Por el lado del dibujo lo tenemos a Gonzalo Martínez muy suelto, muy canchero, muy afianzado en su estilo que tanto le debe al mainstream yanki cool y simpático (no al grim ´n gritty, ni a los Juan Carlos Flicker, ni a los que se zarpan sobredibujando). Acá, además de una narrativa a prueba de balas, una anatomía sin fisuras, un vasto repertorio de expresiones faciales y un excelente laburo para integrar la documentación fotográfica al grafismo del autor, tenemos muchos, muchísimos hallazgos en la aplicación de tramas y grises con la computadora. De pronto, el blanco y negro sólido y bien equilibrado de Martínez se ve realzado por toda una gama de grises y texturas (la del mar, sobre todo, está logradísima) que le agregan relieve, fuerza y belleza a las imágenes. Con su estilo limpio, claro, amistoso, el dibujante logró algo muy infrecuente: que nos resulte casi imposible imaginarnos esta novela dibujada por algún otro colega suyo.
Mocha Dick no es la novela gráfica definitiva, la nueva cumbre de la narrativa gráfica chilena. Es una muy buena historia, muy bien condimentada con un montón de información muy bien investigada, con un hermoso mensaje de respeto por la naturaleza, con muy buenos dibujos y con un plus muy interesante: puede ser disfrutada por lectores de todas las edades. Un trabajo notable de Ortega y Martínez pensado para seducir a todos los amantes de la aventura.

lunes, 21 de octubre de 2013

21/ 10: CASTILLO DE ARENA

Vuelvo a encontrarme con el maestro suizo Frederik Peeters, esta vez en una historieta cuyo guión no le pertenece, sino que lleva la firma del cineasta francés Pierre Oscar Lévy. Castillo de Arena es una novela gráfica perfectamente planificada y ejecutada, con un argumento tremendamente cautivante y un clima que te agarra del cogote y te estrangula hasta que no podés respirar. No es una Historieta Perfecta por un sólo motivo: Lévy no se calienta en explicar ninguno de los dos elementos que mantienen en vilo a los personajes de la trama. Uno es de corte policial, el otro definitivamente fantástico, y ninguno de los dos tiene una explicación cierta, convincente.
Evidentemente detrás de esta historia extraña y envolvente hay algún simbolismo, algo que los autores nos quieren transmitir de modo no obvio, no manifiesto. El hecho de que la ilustración de la portada esté al revés, por ejemplo, seguro quiere decir algo. Quizás haya alguna pista en la -para nada enfatizada- similitud entre la geografía de la playa en la que transcurre la historia y la mini-playa que uno de los chicos, Zoe, le “inventa” al castillo de arena que está construyendo su hermano Félix. O no, quizás la onda es no explicar nada, dejar que la tensión dramática le gane a la racionalidad y que quede todo así, en el misterio. Está todo tan bien escrito y tan bien dibujado, que realmente no cambia demasiado el disfrute de la obra por el hecho de que falta explicar esos dos puntos “oscuros”.
¿De qué va la historia? Varios personajes confluyen en una playa alejada y apacible en cuyas aguas aparece flotando el cadáver de una chica a la que habíamos visto bañarse sola en las primeras páginas. Dos páginas antes de que aparezca el cadáver, los personajes empiezan a percibir que el tiempo pasa distinto en la playa, que los chicos empiezan a crecer más rápido y los adultos a envejecer, también en forma acelerada. Pronto les cae la ficha de que en pocas horas todos habrán muerto de viejos. Por si faltara algo, la playa queda misteriosamente aislada del resto del mundo: los celulares dejan de funcionar y los que intentan alejarse se topan con una especie de barrera invisible que los mantiene a todos encapsulados, prisioneros de este pedacito de realidad que no funciona como la verdadera realidad.
Con esa premisa perversamente ganchera, Lévy nos mantendrá hipnotizados durante 100 páginas, en las que no faltará la oportunidad de estudiar cómo se comportan estas personas frente a esta situación límite. El “qué se le va ´cer”, el “sálvese quien pueda”, el “la culpa es del otro”, el “a coger que se acaba el mundo”, son algunas de las respuestas que les vemos esbozar a los miembros de este elenco coral, que gana mucho en complejidad a medida que los niños se vuelven adultos y empiezan a tomar decisiones más jodidas que la de jugar a la pelota o hacer un castillo de arena. O sea que además de vibrar con la profunda rareza de lo que les toca vivir, Lévy nos invita a meternos a fondo en la psiquis de estos personajes, a entenderlos, a identificarnos con alguno de ellos, pero no a hinchar para que se salven. Me parece que el guionista no abre ni una rendija por la que se pueda llegar a filtrar una solución para el predicamento que atraviesan sus creaciones y por eso, pasada la mitad de la obra, se impone ese clima tan fatalista, tan crepuscular.
En cuanto al trabajo de Peeters, de nuevo no hay palabras. Esta vez el suizo trabaja en blanco y negro y uno no extraña para nada el color, porque Peeters deja todo en cada viñeta, en cada efecto de iluminación, en cada puesta en página. Por momentos parece un Gerard Lauzier tratando de dibujar “en serio”, y además tiene viñetas que me recordaron a Charles Burns, a José Muñoz y al mejor David Lapham. En el armado de algunas secuencias y en los momentos que elige para no dibujarle los marcos a las viñetas, vi algo de Will Eisner. Todo esto es obra de un maestro en su más absoluta plenitud. Es un tipo que maneja todos los recursos habidos y por haber, tanto a nivel gráfico como narrativo, y que además es un virtuoso del lápiz y la tinta. Realmente fascinante lo que pela Peeters en estas 100 páginas.
Castillo de Arena (culminada en 2010) es una historia que a cualquier escritor de género fantástico le habría encantado imaginar. Le falta un detalle, que es explicar por qué carajo pasa lo que pasa. Pero lo que pasa es alucinante y está todo tan bien dibujado que la única opción que te queda es la de dejarte llevar por tanta magia y tanta belleza y simplemente disfrutar.

domingo, 20 de octubre de 2013

20/ 10: FABLES Vol.14

Esta es la única serie de Vertigo con la que no estoy al día en lo que respecta a la compra de los TPBs, pero no porque me parezca chota ni mucho menos. Es cierto, no me genera la misma calentura que otras, pero cuando finalmente me compro los libros y los leo, la paso realmente bien.
Este tomo menciona muy al pasar lo sucedido en el Vol.13 y retoma con mucha más fuerza lo sucedido en el Vol.12 (ambos fueron reseñados acá en el blog), lo cual refuerza la idea de que -para el desarrollo global de la serie- el crossover con Jack of Fables fue una anécdota menor, de poca relevancia. El Vol.12 era un tomo de pre-temporada, en el que Bill Willingham se dedicaba a responder cuál iba a ser la amenaza grossa para los habitantes de Fabletown tras la derrota del Adversario. En este tomo está claro que las consecuencias de lo que sucedió en el Vol.12 eran muy complejas y que Willingham se va a tomar MUCHOS episodios para empezar a cerrar todo lo que abrió en aquella ocasión.
De nuevo, esta vez casi no hay acción para los personajes principales, que son en su mayoría testigos de charlas y runflas entre los magos, brujos y hechiceros, ya que estos son los que más chances tienen de reestablecer el orden tras los sucesos del Vol.12. Las brujas Frau Totenkinder y Ozma toman la delantera y le dejan roles muy, muy chiquitos a los que habitualmente son protagonistas. Una tercera bruja, la infinitamente maligna Baba Yaga (enemiga también de Hellboy) protagonizará el segmento más épico del tomo, en un combate sin cuartel contra... Bufkin, el monito alado que andaba siempre boludeando por la oficina principal del edificio de Fabletown. Y lo más loco es que ganará Bufkin, que además juntará muchísima chapa!
Fuera del arco central hay un unitario que nos explica de qué juegan los boxers (“cajoneros”, sería la traducción) y un arquito de dos episodios protagonizado por Ambrose, el entrañable príncipe/ sapo, en el que Willingham nos habla del respeto por la diversidad cultural, la justicia y la naturaleza intrínseca de las distintas razas que conviven en el reino de Haven. Como le sobran algunas páginas, las dedica a hacer avanzar un poquito la telenovela entre Ambrose y Caperucita Roja, que venía estancada hacía mil tomos.
Por el lado de los dibujantes, el unitario de los boxers está a cargo del siempre solvente Jim Fern, casi irreconocible (y a la vez espectacular) gracias al magnífico entintado de Craig Hamilton. La saga de las brujas, la más extensa del tomo, está íntegramente a cargo del glorioso Mark Buckingham, siempre en un nivel altísimo, siempre listo para crear climas alucinantes y para bancar desafíos jodidos en materia de narrativa, por supuesto sin descuidar todo lo demás. Y en el arquito de Ambrose lo tenemos al ídolo David Lapham, que lamentablemente se luce poco. Ojo: no se tira a chanta, ni intenta copiar a Buckingham, pero se lo ve... muy contenido, como si se esforzara por no sobresalir. Por ahí Lapham estaba esperado un guión más truculento, o más sórdido, o que le pidiera muchos cuadros por página (para armar esa grilla tipo Hugo Pratt de ocho viñetas en cuatro filas de dos, que maneja de taquito), no sé... Lo cierto es que en estas páginas no parece el monstruo que es, sino un dibujante común y corriente, correcto, que no hace mucho más que cumplir con lo que le pide Willingham.
La guerra entre los habitantes de Fabletown y el Dark Man va a ser larga y la vamos a ver desarrollarse casi en cámara lenta. Está claro que Willingham se va a tomar todo el tiempo del mundo para explorar a fulll todas las posibilidades que se activaron en el Vol.12 y que se siente cómodo al tener al elenco principal sumido en una crisis tan complicada que muchas veces lo mejor que pueden hacer es replegarse a las márgenes de la saga y dejarle el protagonismo a otros. El guionista tiene un montón de frentes abiertos, es cierto, pero también le sobra cintura para repartirse entre todos ellos y para llevar cada línea argumental hacia una resolución copada, o a entrelazarse de modos poco predecibles con otras líneas argumentales. Los beneficios de la planificación a larguísimo plazo de una historia con un elenco coral y sin límite de extensión es, sin duda, lo más lindo que tiene el formato de “serie regular para una editorial grande de EEUU cuya periodicidad se respeta a rajatabla”. Y en Fables, Bill Willingham aprovecha esos beneficios y los convierte en una magia irresisitible e insumergible, que ya pasó holgadamente la marca de los 10 años.

sábado, 19 de octubre de 2013

19/ 10: MORTIS Vol.3

Para su tercer y último tomo, Mortis vuelve al formato de antología que desplegara en el Vol.1: nueve historias con distintos autores y distintos protagonistas se ensamblan en un complejo tapiz, que incluye además referencias a las historias de los dos tomos anteriores e incluso a las aventuras clásicas del Dr. Mortis de los años ´70. Miguel Ferrada delega los guiones de unas cuantas historias, lo cual le permite redoblar esfuerzos a la hora de que todo lo que leemos mantenga una cohesión, una unicidad sin fisuras. Veamos qué onda las historias.
La primera es un “secret files & origins”, una historia breve en la que Ferrada remonta el legado de Mortis muy hacia atrás, muchos siglos hacia el pasado, com para asentar más firmemente la mitología del personaje. Lo acompaña Pablo Santander, un dibujante realista con una línea muy suelta, muy fluída, y además muy barroca, muy sobrecargada en los detalles, realmente personal e interesante.
Francisco Ortega (el guionista de 1899) y Abel Elizondo entrelazan la saga de Mortis con el supuesto ataque de los talibanes a las Torres Gemelas en aquel recordado 11 de Septiembre de 2001. Para llegar a esa revelación (a mi juicio pedorra, facilista, reduccionista) dan unas cuantas vueltas interesantes, por suerte. El dibujo zafa, no está mal.
En la tercera historia, Kobal y “Caoz” meten al mismísimo Mortis (graficado como en las historietas clásicas) en un jueguito perturbador de manipulación y venganza, narrado en tono casi intimista. Tampoco está mal, tiene su onda. El dibujo zafa por la aplicación de los grises con aguadas, no por la anatomía ni por las expresiones faciales, que son bastante limitadas.
Alfredo Rodríguez (el autor de Siento y Miento) reaparece en su rol de guionista, en una historia intensa, heavy, en la que busca cerrar un plot iniciado en el Vol.1, el de la hija de Mortis. El final es medio frutero, pero la historia se disfruta, te logra poner nervioso. El dibujo está a cargo de Juan Nitrox Márquez, un dibujante de estética realista bastante atractivo y sólido, del que quiero ver otros trabajos.
Martín Cáceres, un referente del comic chileno desde los ´90, aporta una serie de 10 ilustraciones que acompañan a sendos extos de Jorge Baradit, que no leí porque quería leer historietas, no textos con ilustraciones. Los dibujos de Cáceres, una belleza. En Reliquias vuelven Ferrada y Santander con otra historia canónica, importante para darle relieve al personaje del Padre Libby, el némesis de Mortis en la etapa clásica, de nuevo con muy buenos dibujos.
Ya muy cerca del final, cuando definitivamente se empieza a ir todo a la mierda y la invasión de nuestro mundo por parte del Mal Supremo ya es inevitable, Carlos Reyes y un poco original Rodrigo Elgueta nos narran las desventuras de un equipito de paramilitares que se enfrentan (con tristes resultados) a inenarrables aberraciones en una ciudad de Portugal. El guión se hace entretenido, a pesar de que siempre sabés lo que va a pasar.
En la anteúltima historia reaparece “Caoz” para dibujar una historia de Mauricio Ahumada también chiquita, lo fi, casi desconectada de la saga central. No está entre lo más destacado del tomo, ni en cuanto al guión ni en cuanto al dibujo. Y cierra la antología el mismísimo Ferrada, junto a un inspirado Danny Jiménez, que pela dos estilos distintos para narrar dos secuencias que transcurren en paralelo, una en el presente y otra en el pasado. El dibujo de Jiménez pela efectos y recursos tan zarpados que rápidamente eclipsa a la historia y lo que amagaba con ser una cosa intrsopectiva, casi claustrofóbica, estalla en un despliegue memorable de imágenes muy, muy potentes.
Se terminó la historia. Ganaron los malos. Esta siniestra encarnación del Mal y la Muerte se apoderó de nuestra realidad y la va a hacer mierda. Por ahora, es eso, nomás. No hay metáfora, no hay subtexto, no se ve la intención de usar a Mortis para hablar de otra cosa. Simplemente (digo yo, como si fuera poco) queda clarísima la intención de Ferrada y su equipo de aggiornar a un concepto importante para el comic chileno de los ´70 y darle todas las vueltas de tuerca que hacían falta para seducir al lector de hoy. Eso se logró con creces. Veremos si más adelante se viene una nueva saga en la que alguien trate de hacerle un aguante a este villano de infinito poder.

viernes, 18 de octubre de 2013

18/ 10: EL GENERAL SAN MARTIN: PROCER

Le entré a este libro con ínfimas expectativas, convencido de que iba a leer una historieta apenas competente. Cuatro dibujantes distintos (ninguno de mis favoritos), una novela cortada “en fetas” para ser distribuída en fascículos junto a un diario que no leería ni con un chumbo en la cabeza, una primera hojeada que revelaba una cantidad cuasi-infinita de splash-pages... Rápidamente, y a pesar de la majestuosa portada de Fito Migliari, me convencí de que iba a leer una biografía del General San Martín decididamente floja, escrita por Luciano Saracino sin onda, sin placer, para pagar las expensas. Por desgracia, la lectura de la obra confirmó casi todos mis prejuicios.
Creo que donde menos le emboqué es en lo de la pasión. En un punto de la lectura, le empecé a creer a Saracino que realmente se interesó por el personaje, como si la fuerza del prócer se llevara puesto al guionista, lo envolviera y lo empujara hacia ese lugar donde se para Luciano para contar la historia (que es la que todos sabemos). Por supuesto, en 82 páginas es imposible contar toda la vida de San Martín. Saracino se da cuenta, analiza qué público va a leer esta historieta y en base a eso elige con qué quedarse. Y elige la hagiografía, que es algo que a mí no me cierra cuando leo una historieta biográfica.
Este San Martín es más San que Martín. Es más celestial que humano. No tiene defectos ni contradicciones, no participó en ninguna runfla espúrea (no hay una sóla mención a la Logia Lautaro, no se indaga en la misteriosa muerte de su esposa, NADA), no se nos ocurre siquiera sospechar que alguna vez haya hecho algo que no fuera arriesgar su vida de modo heroico y altruista por la libertad de nuestro continente. En un momento, el guión se hace cargo de que las autoridades de Buenos Aires lo consideraron “un traidor” y lo acusaron de “conspirador”. Y ya está, no se enfatiza en lo más mínimo en ese aspecto. “Es todo un pase de facturas porque San Martín no quiso pelear contra los caudillos del Interior sublevado”, explica suscintamente Saracino, para enseguida volver a concentrarse en la grandeza inmaculada del prócer. Desde el momento en que San Martín entra a Lima dos páginas antes del final, es obvio que la novela va a dejar MILES de cosas afuera, casualmente todas las que generan ciertas dudas acerca de la intachable moral del protagonista que nos quiere vender la historieta.
Los textos son bastante abundantes (quizás para compensar el exceso de splash-pages) y levantan vuelo en la secuencia narrada por el cóndor. En el resto de la novela son correctos, casi siempre con la responsabilidad de llevar adelante la narración. Porque si miramos sólo los dibujos, no sólo se entiende menos de la mitad de lo que pasa: también nos vamos a aburrir mucho. El dibujante que más me convenció es Rafael Ortiz que, sin ser espectacular, me pareció el más completo, el menos precario. Después hay varias cosas rescatables en las páginas de Tomás Aira al que, uno supone, le debe resultar incómodo narrar en un estilo tan clásico y con tanto apego por la anatomía tradicional. Acá se ven pifias, pero menores. Yair Herrera es un clon de Rafael Ortiz, con menos recursos, al que le complicás bastante la vida cuando lo sacás de los primeros planos (que evidentemente son su fuerte). Y finalmente Pablo Churín es un dibujante muy limitado, no impresentable, pero lejos de un nivel atractivo. A todos les salva bastante las papas el muy buen trabajo del colorista Gonzalo Duarte, a todos se les nota la escasez de pilas para dibujar fondos, la falta de imaginación, de huevos... En promedio, esto es peor que malo: es chato. Y la verdad que ver a Mauro Mantella, uno de los guionistas más zarpados y más creativos que aparecieron en este siglo, desaprovechando su talento como letrista de esta historieta, es para clavarse el sable corvo de San Martín en el ojete e inventar el seppuku anal.
Esta historieta nos propone seguir el derrotero de un José de San Martín excesivamente edulcorado e idealizado, como el Héctor Oesterheld que nos mostró Saracino en la recordada Germán: Ultimas Viñetas. En la tele, quizás por las dimensiones trágicas del personaje, o porque la mayoría del público conocía mucho menos de los pormenores de su vida, ese enfoque funcionó. Acá, mucho menos. Repito: lo que menos ruido me hizo fue la prosa cuidada, fina, por momentos emotiva de Saracino. El resto, bastante para atrás.

jueves, 17 de octubre de 2013

17/ 10: MANGAMAN

No me acuerdo quién me recomendó este libro, pero cuando lo vi barato me lo compré y la verdad que fue un hallazgo. Un hallazgo raro, porque es una novela gráfica de un guionista del que nunca había oído hablar (Barry Lyga) y una dibujante que me gusta, pero no me vuelve loco, no me compro comics porque los dibuja Colleen Doran.
Creo que lo que me cebó fue el planteo: un pibe llamado Ryoko, típico flaquito afeminado de los que protagonizan los mangas shojo, cae a través de una fisura interdimensional a algo que al principio parecer ser “el mundo real”. Con sus ojos enormes, sus brazos flaquitos y esas líneas que le aparecen alrededor cada vez que se mueve, Ryoko rápidamente se convertirá en “el freak” y sus intentos por integrarse a los otros chicos de su edad se harán muy cuesta arriba, sobre todo cuando se fija en él Marissa, la chica “popular” que acaba de cortar con un novio denso y violento, Chaz.
El argumento de “el freak que aparece de la nada y al que todos marginan menos una minita que está bárbara” lo usaron hasta el hartazgo los guionistas de Hollywood (me viene a la mente, por ejemplo, la bellísima Edward Scissorhands). Barry Lyga tiene un as de espadas para evitar los clichés y la reiteración: Ryoko se da cuenta de que es un personaje de manga! Se hace cargo de que le aparecen líneas cinéticas, que sus ojos cobran forma de corazón, que su cuerpo se deforma, que cuando está por pelear cambia su cuerpo (y se hace más shonen), que su sangre es negra y que cuando pela la chota los demás ven píxeles. Y si eso te parece poco, Lyga te sube la apuesta: Ryoko también deduce que la realidad en la que cayó no es la nuestra, sino la de un comic occidental! Ve los bordes de las viñetas, se mueve entre ellas, hace trampa (porque sabe moverse de derecha a izquierda, el sentido de lectura de los mangas) y habla con globos más finitos y altos, como pensados para contener kanjis en vez de textos en inglés.
O sea que la historia avanza por carriles trillados y predecibles, hasta que faltan... 12 ó 13 páginas para el final. Pero todo ese extenso tramo apoyado en fórmulas repetidas, está perfectamente condimentada por toda esta forma delirante (y por momentos brillante) de mostrarnos el choque de culturas y de estilos a la hora de narrar historietas. Y el tramito final no te lo ves venir nunca. No hay forma de adivinar si la historia de amor entre el “chico manga” y la “chica comic” va a terminar bien o mal. El ritmo narrativo de cada capítulo está muy bien logrado, aunque rompe un poquito las bolas que hayan tantos cortes, tanta separación entre capítulos, que ya para el final parecen separaciones entre escenas.
El trabajo de Colleen Doran es, probablemente, el mejor de su carrera. Al estar pensado para blanco y negro, la pelinaranja (y a veces rubia) pone un montón de detalles que habitualmente no vemos en sus trabajos que se publican a color. Para extremar el contraste entre las líneas muy básicas que definen a Ryoko y todo lo demás, termina por pelar un trazo más oscuro, más realista, con más carga de líneas y manchas, una onda Chris Weston o Phil Winslade, que le queda alucinante. Doran además maneja de taquito todos los efectos gráficos que habitualmente despliegan los y las mangakas, se mata en los fondos, descolla en las expresiones faciales (importantísimas para el desarrollo de la trama romántica) y sale sumamente airosa de los desafíos narrativos que le plantea el guión cuando le pide que los personajes se escapen de las márgenes de las viñetas para recorrer el resto de la página, o cuando un personaje empieza “llevarle la contra al resto”, desplazándose de derecha a izquierda. Realmente notable lo que pela en esta historieta la creadora de A Distant Soil.
Seas fan del manga o del comic occidental, esta historia te va a despertar curiosidad y, si le das una oportunidad, seguro te va a enganchar con sus personajes arquetípicos, su trama que combina obviedades con bizarreadas, su final impredecible y la magia gráfica y narrativa de una Colleen Doran inspirada como pocas veces. Amor, aventuras y una atrevida indagación en el contraste entre dos formas muy distintas de narrar historietas, que acá se reconcilian durante 120 páginas para hacernos pasar un gran rato.

miércoles, 16 de octubre de 2013

16/ 10: LA MANO IZQUIERDA

En estas semanas que llevo inmerso en el mundo de la historieta chilena actual, encontré a unos cuantos dibujantes realmente buenos, sólidos, versátiles... Me faltaba encontrar al distinto, al irrepetible, al virtuoso, al que pueda aspirar a la categoría de Genio. Lo más parecido que tenía en ese rubro era Olivier Balez, el francés que vive en Chile. Pero ya está, ya lo encontré. Rodrigo López (ávido lector de este blog y ganador del premio al Mejor Dibujante de 2012 en la convención a la que asistí este año en Santiago) es el monstruo que me faltaba para sumar un chileno al panteón de los Más Grossos.
En las 10 historias cortas que componen este tomo, Rodrigo López se revela como un artista brillante, salvaje, inteligente, sumamente personal, aunque su trazo nos remita por momentos a Cyril Pedrosa, Juanjo Guarnido, Carlos Nine o Enrique Fernández. La mayoría de estas historietas están realizadas para hinchar las pelotas, para experimentar, para limar, y de esa absoluta libertad creativa López saca hallazgos muy, muy notables. En las cuatro páginas de Criaturas Aladas, por ejemplo, prueba la técnica del scratchboard, que habitualmente vemos dominar con maradoniana habilidad al maestro Thomas Ott. En la magnífica City Tour juega a contar una historia de 8 páginas sin textos, en la brevísima Qué Historia Tan Fea prueba un estilo más cercano al del humor gráfico y en La Teta Gorda deja que su lápiz levante vuelo y lo lleve para los mágicos territorios de Carlos Nine.
También se anima a reversionar (con finísima mala leche) el clásico cuento de Caperucita Roja e incluso a convertir en historieta un cuento inédito de su compatriota Roberto Ampuero (ambientado en mi querida Valparaíso) para la cual despliega un estilo distinto a lo que habíamos visto hasta ahí, con otro tratamiento de la línea y sobre todo de las masas negras.
En realidad, en todas las historietas hay cosas muy, muy grossas para destacar en materia de dibujo. Sin embargo, lo que me hace ponerlo tan arriba a López es cómo conjuga este indudable virtuosismo gráfico con las historias que quiere contar. No sé si escribirá guiones, o si se mandará de una a dibujar y que sea lo que Dios quiera. Lo cierto es que en las historias también hay hallazgos que me dejaron estupefacto. La primera, Un Día Agotador, baja una línea perfecta y combina sordidez y oscuridad con un cierto dejo de ternura freak. En El Carnicero mezcla un grotesco pasado de rosca con algunas convenciones del subgénero hard boiled... todas tienen elementos atípicos, volantazos impredecibles, momentos de alto impacto o de alto vuelo.
Me gustaron mucho los dibujos del fondo del libro, los pin-ups de López que complementan a las historietas, pero sin dudas los hubiese sacrificado (junto con prólogos, epílogos, dedicatorias y carátulas) para meter una o dos historietas más. Es imposible no cerrar el tomo al grito de “¡Quiero más!”. Y no sé si hay más. Por suerte, lo que hay alcanza y sobra para deleitarse con un verdadero talento, un autor que sabe mezclar humor, violencia, introspección, delirio, pasión, erotismo, ternura, climas densos y sátira salvaje en un brebaje irrestistible... y envasarlo en un dibujo definitivamente excelente. Rodrigo López, amigo viñetófilo, es una nueva droga a la que recomiendo vehementemente hacerse adicto.

martes, 15 de octubre de 2013

15/ 10: KAMPFGRUPPE ZBV

Y sí, hay más Segunda Guerra Mundial, esta vez en un manga donde... los nazis son los buenos! O en realidad, los protagonistas. Motofumi Kobayashi nos lleva al frente oriental, en 1944, para ver cómo los nazis pierden terreno día a día frente a la embestida de los rusos, que contraatacan con todo, tras haber estado a milímetros de caer bajo el yugo del Tercer Reich. Kobayashi nos muestra a los soviéticos como una horda kilombera, no muy racional, casi como barrabravas con tanques y fusiles. Por el lado de los alemanes, en cambio, hay más matices. Los jerarcas aparecen como tipos fríos, bastante hijos de puta, sin el menor reparo a la hora de mandar a morir a sus subalternos, y entre los más pichis casi todos son tipos de indiscutible patriotismo, valentía y solidaridad.
Las aventuras del Kampfgruppe ZBV (un batallón “de castigo” donde mandaban a los soldados insubordinados, desertores o especialmente ineptos) tendrán todo el tiempo el clima de “misiones suicidas” a cargo de un puñado de soldados que, si no vuelven nunca del combate, le hacen un favor a sus jefes. Y una vez que arrancan, ya se empiezan a parecer mucho a las misiones imposibles que le veíamos cumplir al Sargento Rock y otros milicos yankis en las historietas bélicas que publicaba DC en los ´60 y ´70, o a lo que el propio Motofumi nos mostró en El Caballero Negro, su otra serie de “alemanes contra rusos” (la vimos el 21/08 de este año): “buenos” capaces de proezas asombrosas y malos de espantosa puntería. No hay, lamentablemente, conflictos mucho más profundos que el de tratar de sobrevivir a estas misiones, y antes de la mitad del tomo ya sabés que por lo menos Ash, Kowalski y el Teniente Brookheight van a llegar vivos hasta el final.
Al igual que en El Caballero Negro, el relato está todo planteado en tiras (casi siempre cuatro por página) finitas, con viñetas chatitas, y de nuevo hay muchas secuencias en las que la narrativa se hace confusa. Los ataques de uno y otro bando no están bien explicitados, los cortes de escena (de las tomas panorámicas de la batalla a los primeros planos de alguno de los combatientes) no funcionan ni para aclarar qué carajo está pasando, ni para acentuar los conflictos. En la reseña de El Caballero Negro, yo decía “Es como leer un cuento sin signos de puntuación: si le prestás atención, lo vas a entender y quizás incluso lo disfrutes. Pero todo el tiempo se hace obvio que falta algo”. Y esta vez eso se aplica nuevamente, sin dudas.
Una vez más, como en todas las obras de Kobayashi, el dibujo es impresionante. No se puede creer el grado de detalle que mete este zarpado en cada viñetita. Y también llama mucho la atención lo poco que se parece a los otros mangakas. Casi no usa líneas cinéticas, en vez de tramas mecánicas usa para los grises un pincel endemoniado del que brotan majestuosas y variadísimas tonalidades, y por si fuera poco, está publicado en sentido de lectura occidental. Como en varios de los trabajos de Kobayashi que ya vimos en el blog, la estética nos remite mucho más a un Juan Giménez setentoso, un Solano López o un Hermann, que a cualquiera de los mangakas más o menos conocidos en Occidente. Lo cual no habla ni a favor ni en contra del autor. Lo que realmente lo enaltece no es parecerse más o menos a tal escuela gráfica, sino la fuerza y la calidad que le pone a cada trazo.
Y bueno, hasta acá llego. La próxima obra que lea de Motofumi Kobayashi no va a ser un rescate de sus trabajos de los ´80, seguro. Para que vuelva a caer bajo el influjo de este prodigio del pincel y la tinta, me van a tener que mostrar una obra reciente, jurarme que los guiones son brillantes y constatar que la narrativa no conserva ninguno de los problemas que la empantanan en Kampfgruppe ZBV y El Caballero Negro.

lunes, 14 de octubre de 2013

14/ 10: SHOWCASE PRESENTS WEIRD WAR TALES Vol.1

En este masacote de 576 páginas, DC republica los primeros 21 números de Weird War Tales, una serie realmente extraña, creada en 1971 para contar historias bélicas con un toque sobrenatural, o extraño. Los primeros siete números (que traen muchas páginas y muchas historias cortas) los coordina el as de los comics de guerra de DC: el maestro Joe Kubert. Cada número presenta varios relatos breves, todos autoconclusivos y sin personajes recurrentes, más una secuencia que arranca en las primeras dos o tres páginas y se resuelve en las dos o tres últimas, cuyo argumento es casi siempre una mera excusa para meternos en el tema del que va a tratar (aproximadamente) cada entrega de la antología.
El propio Kubert escribe y dibuja varias de las historias cortas y además cuenta con colaboradores de lujo, como los gloriosos Russ Heath y Alex Toth (que están en casi todos los números) y otros muy llamativos como el maestro Mort Drucker (conocido sobre todo como caricaturista de MAD), su viejo amigo Norman Maurer (el de los Three Stooges), Carmine Infantino, Gene Colan, un primerizo Sam Glanzman y otros que a mí me gustan menos, como Ross Andru, Irv Novick o Frank Thorne. Entre los guionistas, se repiten mucho las firmas de los prolíficos Robert Kanigher, France Herron y Bob Haney, los incipientes Marv Wolfman y Len Wein, y un veterano ya de vuelta de todo, el nunca bien ponderado Bill Finger.
Como sucedía en los otros comics bélicos de DC, casi todas las historietas están ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, pero también había algunas con guerreros romanos, con la Legión Extranjera, con aviadores de la Primera Guerra Mundial y hasta alguna ambientada en el futuro, en la que en vez de elementos “de terror” hay cositas de ciencia-ficción. Como suele ocurrir en estos Showcase, hay que hurgar bastante entre toneladas de guiones muy chotos para encontrar un puñadito que zafa. Y también, como ya es costumbre, ayuda mucho la buena calidad de la mayoría de los dibujantes.
A partir del n°8, la revista pasa a tener menos páginas y –como la mayoría de las revistas de misterio- se la dan a Joe Orlando para que la coordine. Por supuesto, desaparecen al toque los dibujantes “de guerra” (Kubert, Heath, Andru, Novick, Glanzman) y Orlando los reemplaza con... adivinaste: las tropas filipinas, que desembarcan en Weird War Tales lideradas por Tony De Zuñiga, Alfredo Alcalá, Gerry Talaoc y el majestuoso Alex Niño, por citar sólo a los cuatro que más páginas le aportan a la antología. Realmente es impactante la cantidad de material
que produce cada uno de estos dibujantes, que le permiten a Orlando prescindir casi por completo de los artistas yankis. Entre los que se filtran entre las filas de los filipinos, hay un par de trabajos del veterano Bernard Baily (el creador de Hourman), una joyita del maestro Frank Robbins, un George Evans ya cansado, un primerizo (y muy flojo) Don Perlin, y el primer trabajo del genial Walt Simonson, con un guión EXCELENTE de Len Wein. Me imagino esas páginas dibujadas por el Simonson más maduro y me prendo fuego.
Entre los guionistas de la Era Orlando están el infaltable Kanigher (lejos, el que más historias publica), Jack Oleck (otro fetiche del coordinador) y algunos escribas que ya en los ´60 estaban medio de vuelta, como el legendario Sheldon Mayer, Arnold Drake o George Kashdan (que escribía casi todos los episodios de esos dibujos animados muy malos de Superman y Aquaman de fines de los ´60). Con la llegada de Orlando, las historias se acercan mucho a las de las antologías de misterio: casi todas pasan a centrarse en la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde los alemanes se zarparán más de la cuenta, cruzarán límites que no conviene cruzar movidos por su ambición o su crueldad, y terminarán por ser víctimas de la inclemente venganza de fantasmas, zombies o vampiros. Obviamente casi no hay mujeres (los guionistas imaginan guerras en el Siglo XXII pero ni en ese contexto te muestran una mina con un chumbo) y los negros sólo aparecen cuando alguna tribu africana se manda un ritual vudú para vengar alguna afrenta de los alemanes pasados de rosca.
De alguna manera que no logro entender, esta serie se publicará hasta 1983, para acumular un total de 124 números. Más adelante habrá personajes recurrentes, que protagonizarán historias con “continuará” (los Creature Commandos o G.I. Robot, por ejemplo), pero durante muchos años la propuesta será esta: la de las historias cortas, muy parecidas entre sí, con guiones en su gran mayoría anodinos y con los dibujantes (primero yankis, después filipinos) como principal atractivo. Make war no more.

domingo, 13 de octubre de 2013

13/ 10: MIGUEL DE FUENTESANTA

Hoy me toca descubrir en su faceta de autor integral a Ismael Hernández, el dibujante de Varua Rapa Nui, al que conocimos en la reseña del 09/04/13. Y me encuentro con un autor raro, muy jugado a un relato que se propone, por un lado, revisitar la mitología y la cultura de la civilización araucana (o mapuche, no me terminó de quedar claro) y por el otro, sacudirnos con una epopeya pletórica de machaca y descontrol, con monstruos y demonios gigantes que harían irse al mazo al mismísimo Hellboy. Por si el desafío pareciera fácil, Hernández se propone además darle a su saga un cierto vuelo poético, una cierta pátina de comic finoli, más para el lado de Vertigo.
En total, la novela tiene 116 páginas. Pero pasan tantas cosas y hay tanto para ver, que parece que fueran 250, mínimo. Porque a Hernández no le tiembla el pulso a la hora meter muchísimos diálogos en cada viñeta, ni a la hora de armar páginas muy complejas, con muchos cuadros. En las secuencias en las que estalla la machaca, se controla un poco más y rara vez mete más de cuatro viñetas por página. Como ya vimos en Varua Rapa Nui, a Hernández le gusta probar cosas raras en la planificación, armar la página de formas novedosas, experimentales. Y casi siempre le salen bien. A veces (como en las mejores obras de Horacio Altuna) son los globos de diálogo los que nos terminan por “explicar” en qué orden hay que “leer” las imágenes, de tan intrincada que es la disposición espacial de las mismas. Pero lo bueno es que funciona.
El dibujo es sumamente zarpado, casi visceral. Por momentos muy trabajado, por momentos crudo, por momentos exquisitamente equilibrado. El color le permite a Hernández extremar el manejo de una amplísima gama de recursos expresivos que tienen que ver con la iluminación y las texturas, y estos se suman a los muchos recursos que maneja a la hora del pincel (o el plumín) y la tinta. La impronta gráfica de Hernández (tremendamente plástica, de hipnótico dinamismo) tiene acá un protagonismo mucho mayor que en Varua Rapa Nui, y sin embargo no se lo puede acusar de haber armado el guión como excusa para dibujar lo que tenía ganas de dibujar.
El guión, como se desprende de la lectura del primer párrafo, es un mecanismo complejo, que parece ir para adelante pero cada tanto mecha flashbacks extensos, y que se apoya mucho en la construcción de los dos personajes principales, Miguel de Fuentesanta y Carla. Son personajes opuestos, incluso de distintas épocas, y del contrapunto entre ambos surgirán las mejores escenas del libro. La fuerte apuesta de Hernández a revisitar exhaustivamente (casi a catalogar) criaturas, costumbres y hasta términos de la tradición aborigen chilena es lo que a mí menos me sedujo. Quizás sirva para que la historieta transmita esa onda “cultural” o “educativa” que tanto le gusta a las instituciones que apoyan estas ediciones con becas o subsidios, pero en un punto es demasiada información, mucha más de la que hace falta para engancharse con la aventura de Miguel y Carla.
Si obviamos estos excesos enciclopedistas por parte del autor, nos vamos a encontrar con una historia fuerte, atrapante, que combina muy bien misterio sobrenatural, machaca y caracterización, con un muy buen aprovechamiento del trasfondo histórico (encarado desde el pase de factura a los españoles por las masacres perpetradas contra los pueblos originarios de nuestra América), con varios giros impredecibles y momentos en los que el lirismo le gana a la violencia, que acá está mucho más presente e impacta mucho más que en el comic gracias al cual descubrí a Ismael Hernández. Prometo revisitar el año que viene (en la ¡quinta! temporada del blog) a este interesante artista chileno.

sábado, 12 de octubre de 2013

12/ 10: SALAMANCA

Hace un poco más de un año, el 14/09/12, me tocó leer una antología publicada por LARP en la que nos mostraban las historietas ganadoras de un concurso organizado por esa editorial. Ahí fuimos unos cuantos los que tomamos contacto con Salamanca, una historieta escrita por Valentín Lerena y dibujada por Roberto Fontana que -por estética y temática- se despegaba mucho de ese rejunte de pseudo-mangas que ocupaba casi todas las páginas de Ymir. Este año, LARP volvió a la carga con más Salamanca, en un libro de 100 páginas, de las que sólo 68 son de historieta y el resto se despilfarra en índices, prólogos y carátulas innecesarias. Sí, como lo leíste. 32 páginas de NADA, casi un tercio del libro completamente desaprovechado.
Tres de las breves historias del libro están centradas en Ceferino Robles, el Rastreador, el personaje al que conocimos en la antología. Es una especie de Alvar Mayor, pero que vive historias ambientadas alrededor de 1830-40 en las que invariablemente aparecen elementos sobrenaturales, a veces sutiles y a veces muy zarpados. No hay mucha indagación en la psiquis del personaje, Lerena no se propone contarnos por qué hace lo que hace, sino que todo está puesto en los argumentos y en los guiones, que se caracterizan por unos bloques de texto extensos, con una prosa florida, en un estilo cercano al de Robin Wood. Y le va bastante bien: la primera historia (la más extensa del tomo, con 12 páginas) está muy lograda y las otras dos clavan un poquito más abajo, pero bien.
Otras cuatro historias cortas están protagonizadas por el Malevo, y ambientadas casi 100 años después que las del Rastreador. Son relatos violentos, de facón y arrabal, de nuevo con un protagonista al que conocemos muy poco (no sabemos ni el nombre) y con mucho énfasis en los climas sórdidos y ominosos de una Buenos Aires manchada de sangre. Dos de las cuatro historias (la segunda y la cuarta) me parecieron atractivas y las otras dos, bastante flojas.
Y me quedan tres historias protagonizadas por María, la Hechicera, en las que se combinan el entorno agreste del Rastreador y la ambientación de principios del Siglo XX del Malevo. Acá vuelven con tutti los elementos sobrenaturales, claves en relatos extraños, en las que el misticismo lleva la batuta. Ya sin bloques de texto, Lerena encuentra su mejor forma en estas historias, donde por primera vez se anima a meterse en la psiquis de la protagonista y contar un poquito más sobre ella, sobre lo que le pasa y lo que la lleva a hacer lo que hace. ¿Y qué onda la Salamanca? Es raro... Pareciera ser una especie de sociedad secreta de raíces místicas, a la que se nombra en una aventura de la Hechicera, en una del Rastreador y en ninguna del Malevo.
Los dibujos de Roberto Fontana también alcanzan su pico en las historias de la Hechicera. Ahí es donde se lo ve más suelto, más expresivo, más arriesgado, más cerca de Sanyú que de José Massaroli, digamos. En las otras historias Fontana incursiona con poca suerte en recursos gráficos tomados de Gianni Dalfiume y Enrique Breccia (el pase a la línea clarísima en los flashbacks, por ejemplo), y no se decide nunca entre las texturitas y el cross-hatching enfermizo, o el claroscuro a todo o nada. Prueba con las dos cosas y en ninguna encuentra respuestas tan claras como en las historias de la Hechicera. El principal logro de este dibujante es bancar muy bien los trapos en la narrativa, fumarse muchas páginas de 9 viñetas (algunas con bastante texto), en las que el relato fluye sin inconvenientes. Tiene algunos problemas en la anatomía y en el entintado de las caras, y anda muy bien en los fondos y en la recreación de los distintos períodos históricos. Pareciera que las historietas de la Hechicera son las más recientes, y de ser así, me gustaría ver un próximo libro de Fontana dibujado todo en ese estilo.
Selvas cercanas y exóticas pobladas de indios, animales jodidos y espíritus aún más jodidos, gauchos, malevos... Hacía bastante que la historieta argentina no se metía con esos tópicos y eso hace que Salamanca sea una propuesta rara, inusual, casi alienígena. Lerena y Fontana rescatan la esencia de la aventura clásica con ambientación criolla pero sin olor a naftalina ni a refrito, y eso está muy bueno. Si logran ajustar algunos detalles de guiones y dibujos, Salamanca puede convertirse en una isla a la que cualquier fan de la historieta argentina querría visitar, aunque sea una vez por año.

viernes, 11 de octubre de 2013

11/ 10: A MAN NAMED HAWKEN

¿Te acordás que en los ´90 Joe Lansdale y Tim Truman resucitaron a Jonah Hex en el sello Vertigo y le metieron elementos sobrenaturales, para virar la serie un toque hacia el terror? Bueno, se ve que a Truman le quedó picando alguna idea de aquella época, porque Kit Hawken, la nueva creación del maestro, tiene muchísimos, demasiados puntos en común con el Jonah Hex de Vertigo. Esta podría ser tranquilamente una aventura crepuscular de Hex, ya que Hawken es un veterano, un tipo que para 1881 ya anda alrededor de los 60-65 pirulos.
La principal diferencia es el guionista. En lugar de trabajar con Joe Lansdale, acá Truman forma equipo con su hijo Benjamin, al mejor estilo Yves H. + Hermann. Nunca había leído historietas ni cuentos escritos por Ben Truman, pero aparentemente tiene bastante material publicado y una carrera interesante como escritor de videojuegos. Se nota bastante que Benjamin es fan de los comics que su padre escribía y dibujaba en los ´80 y ´90: A Man Called Hawken se lee como un típico comic de Tim Truman, aunque sin la clásica bajada de línea política (a veces menos sutil que un barrabrava borracho y duro de merca) que el maestro solía deslizar en sus obras. Y la verdad es que el guión de esta primera saga está bueno: apenitas estirado, con los conflictos bien planteados, la indagación justa en las motivaciones del protagonista, los elementos sobrenaturales controlados para que no se lleven puesto al argumento... una muy linda aventura, de irresistible atractivo para los fans de Jonah Hex.
Por supuesto, como las obras clásicas de Tim Truman, esta tiene una cuota bastante elevada de truculencia, mala leche y grim ´n gritty. Hawken no tiene nada que envidiarle al cowboy más fulero de DC en materia de crueldad para con sus enemigos y siempre tiene –como el querido Jonah- el cargador lleno de frases cortantes, ásperas, pensadas para dañar al interlocutor casi como un cuchillazo. Y como sucede cuando leemos comics de Hex, acá siempre está la certeza de que, pase lo que pase, Hawken no va a morir. Es un viejo cansado, curtido, cagado a palos por la vida, que se enfrenta a peligros inconmensurables, a enemigos que lo superan en todo menos en huevos y mala leche, y aún así el guión nunca te genera la sensación de “uy, se pudrió todo, de esta no zafa”. Lo cual está bueno esta vez, por ser la primera. En futuras aventuras, cuando ya estemos más encariñados con el personaje, estaría piola hacernos sufrir más, y hasta sería un hallazgo mostrarnos una muerte pulenta, impactante y definitiva del personaje, que es algo que DC nunca va a tener agallas para darle a Jonah Hex.
El dibujo del gran Timothy está en un nivel increíble. Lo más lindo es que está todo realizado en blanco, negro y grises, estos últimos aplicados mitad con la computadora, mitad con esos marcadores que hay ahora, pensados especialmente para ponerle tonalidades grises a los dibujos en blanco y negro (son los que usa, por ejemplo, Salvador Sanz). Truman maneja de taquito la ambientación del western y aplica todos los trucos con los que ya nos sorprendió en Jonah Hex y en otras historias con antihéroes repulsivos y elementos fantásticos casi igual de repulsivos. Además incorpora muy lindas páginas con cinco o seis viñetas widescreen, hermosas splash pages y el talento de siempre para armar y ejecutar secuencias brillantes, de gran intensidad dramática. La verdad es que todo se ve muy bien y la atmósfera que crea el autor es realmente poderosa. Sentís el olor a chivo, a bosta de caballo, a pólvora, a whisky berreta, el calor asfixiante... Claramente estamos ante un autor que sabe mucho más que dibujar. También la rompe a la hora de transmitir otras sensaciones y ahí reside buena parte de su atractivo y de su vigencia, en esa impronta visceral, recontra-expresiva y recontra-personal.
A Man Named Hawken es una historieta muy sólida, muy bien pensada por esta dupla padre-hijo. Tiene una trama bien planteada, un gran protagonista, mucha acción, un clima fatídico, sórdido y filoso, enrarecido por los elementos sobrenaturales, y un final fuerte que no sólo cierra sino que también abre puntas seguramente con miras a un segundo arco argumental. No es super-original, porque el propio Tim Truman hizo historietas muy parecidas a esta en los ´90. Pero como me divertí mucho, y como soy muy fan de Jonah Hex, no me quejo en lo más mínimo.

jueves, 10 de octubre de 2013

10/ 10: SIENTO Y MIENTO Vol.3

Tercer y último recopilatorio de la serie autobiográfica de Alfredo Rodríguez de la que ya vimos los dos tomos anteriores acá en el blog. Como siempre, recomiendo repasar las reseñas de los Vol.1 y 2 antes de seguir adelante.
¿Ya está? Bien. Esta reseña va a ser más cortita, para no machacar de nuevo con los conceptos ya vertidos en las dos anteriores. De nuevo encontré las mejores ideas y me reí más en las historietas en las que Rodríguez juega con el lenguaje de la narrativa secuencial, cuando se hace cargo de que Siento y Miento no es su vida, ni un documental sobre su vida, sino una historieta, que a veces hay que dibujarla sin tiempo o escribirla sin ideas. Cuanto más meta-comiquera se hace la tira, más me divierte. El resto, los pasos de comedia costumbrista, más de una vez me arrancaron una sonrisa, pero nunca me sorprendieron demasiado.
El libro cierra con una secuencia de unas 25 páginas en las que Rodríguez se propone darle un cierre definitivo a la serie. Ahí empiezan a pasar cosas raras: aparece un personaje de otra tira y de otro autor, el protagonista parece morir, el propio Rodríguez se incorpora como personaje de la tira e interactúa (dibujado por el ubicuo Gonzalo Martínez) con su alter ego, y entre los dos acuerdan un final que le cierra a ambos. En estas páginas hay todo tipo de rupturas, desde el personaje que le habla al autor y a los lectores hasta una página con cuatro viñetas 100% negras, sin imágenes ni textos. Sin llegar a darle a la tira visos realmente épicos, Rodríguez abandona definitivamente el slice of life jocoso para embarcarse en un relato que por momentos se vuelve más dramático y por momentos directamente metafísico. Muy loco.
Con tres libros a sus espaldas y una repercusión en la web que –uno supone- fue bastante fuerte, Siento y Miento se retiró en un buen momento, consagrada por fans y críticos como LA historieta autobiográfica chilena. No sé en qué andará ahora Alfredo Rodríguez, pero me gustaría ver otros trabajos suyos, a ver qué sabe hacer además de desplegar este grafismo minimalista a lo largo de centenares de páginas signadas por un muy buen timing para la comedia y un notable manejo del lenguaje historietístico. A mí, que no me ceba mucho la autobiografía “de entrecasa”, Siento y Miento se me hizo bastante llevadera y casi todo lo que tengo para criticarle a Rodríguez pasa por lo que eligió NO hacer, no por lo que efectivamente hizo. Lo que hizo se la banca, en parte gracias a sus mínimas pretensiones y a que el autor tenía clarísimas las limitaciones con las que se manejaba. Por eso, creo yo, las pudo pilotear con tanto decoro.