el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 18 de agosto de 2011

18/ 08: UN ZOO EN INVIERNO


Era casi inevitable: después del impacto que produjo el sensei Yoshihiro Tatsumi con su A Drifting Life, otros mangakas iban a querer hacer memoria y repasar sus inicios en la profesión.
En 2008, el infinitamente grosso Jiro Taniguchi se embarcó en ese viaje a los albores de su vida como profesional del manga en esta historia con muchos puntos en común con la de Tatsumi, pero también con varias diferencias. La más notable es que Taniguchi no hace hincapié en su contexto. No nos tira data sobre la política, la sociedad y la economía de Japón en los años que recorre su novela gráfica (fines de los ´60 y principios de los ´70), ni nos explica los pormenores del mundo editorial japonés de ese entonces, seguramente porque supone que, al ser fechas bastante más cercanas en el tiempo que las que maneja Tatsumi, el lector esta un poco más familiarizado con todo ese entorno.
Todo ese espacio que Taniguchi no le dedica a describirnos la movida editorial y los pormenores de la vida en Japón, lo dedica a darle mucha chapa y mucha profundidad a los personajes secundarios, incluso a aquellos que no tienen nada que ver con el mundo del manga. Tatsumi también lo hizo, pero a medias: los personajes realmente desarrollados y elaborados de A Drifting Life son invariablemente mangakas. Hasta el hermano del protagonista (que por momentos amaga con convertirse en el “villano” de la saga) termina por ser mangaka. Y los que están afuera del mundillo editorial (alguna minita con la que pinta un romance) apenas participan de las tramas centrales. Para nuestro Jiro favorito, en cambio, fue decisivo el rol de varias personas totalmente desconectadas del mundo del manga: la señorita Ayako, el diseñador Tamura y la frágil Mariko. Los tres son personajes muy bien retratados en Un Zoo… a la par, o incluso por encima, de la fauna “manguera” que rodeó al autor a la hora de dar sus primeros pasos en el medio. Entre este grupo de personajes, el más interesante (lejos) es el señor Kikuchi, un demonio de tasmania, carismático e impredecible, que no se sabe si es un genio adelantado a su época o un chanta consumado. Y el resto también funciona muy bien como complemento del protagonista, que cumple un rol medio boludón, de pibe pusilánime que no tiene nada demasiado claro y va donde sopla el viento, donde le dicen que vaya los que le bajan línea con algún grado de convicción. Sospecho que la idea de Taniguchi era que su joven alter ego nos generara ternura, pero se pasa un poquito de nabo y termina por dar lástima.
Lo mejor que tiene Un Zoo… es que la historia es excelente. Es tan grossa que no me animo a etiquetarla como “autobiografía”, porqueno le creo que los hechos de su vida real se hayan dado así, tan redondos, tan perfectos, con tanto sentido dramático. El hecho de que Taniguchi sea dibujante no es menor, pero no es un elemento excluyente en la trama. Se puede disfrutar del libro perfectamente sin darle mucha bola a eso, como se disfrutaba Rambla Arriba, Rambla Abajo (de Carlos Giménez) sin importar demasiado si los protagonistas eran historietistas, basketbolistas o farmacéuticos. Si te cebás con el manga hay más emociones, claro, pero si no, igual te va a atrapar una magnífica historia de amor y de tránsito a la madurez de un pibe con talento.
Del dibujo del ídolo casi no tiene sentido hablar. Acá está tan genial como siempre, tan esmerado en los climas, en los paisajes urbanos, en pescar sutilezas en cada mirada, en cada silencio. A pesar de que el guión propone varias secuencias de descontrol, de emociones a flor de piel, Taniguchi se mantiene siempre sobrio, como si quisiera tomar distancia de los disparates de Kikuchi y los amigos que le siguen el tren, e incluso de sí mismo, de ese Hamaguchi con el que tanto se involucra desde la esencia misma del relato. Pero le queda bien, no transmite en ningún momento la sensación de frialdad, o de “me da lo mismo lo que le pase a estos pibes”. Las carátulas de los capítulos, los fondos, los grises aplicados con computadora, la puesta en página perfecta (mérito de los que adaptaron este manga al sentido de lectura occidental) nos recuerdan por qué Taniguchi es uno de los nombres fundamentales del Noveno Arte actual.
Un Zoo en Invierno es un irrestistible remedio contra el frío, hecho de emoción (aunque sin golpes bajos), reflexión, introspección, sentimientos encontrados, romances a contramano, búsquedas internas, jodas, responsabilidades y pasión por una profesión por la cual Taniguchi hizo y hace muchísimo hace 40 años. Excelente de verdad.

1 comentario:

monsa dijo...

Otro manga que hay que comprar obligadamente, el maestro Jiro nunca defrauda.