el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 31 de mayo de 2010

31/ 05: LA NELLY Vol.6


Antes de que acallen los ecos de la reseña anterior, me puse las pilas para leer otro tomo recopilatorio de La Nelly, el que reúne las tiras publicadas durante la segunda mitad de 2006.
Este tomo viene más tranqui, sin sagas tan largas ni tan fumadas como las del anterior. Acá Sergio Langer y Rubén Mira se concentran en temas un poco más munícipes, más de todos los días. Arrancan con un tema que cada tanto, cuando los noticieros no tienen de qué carajo hablar, se pone de moda: la inseguridad. Y lo abordan desde una óptica ingeniosa y sagaz, sin repetir de memoria el discursito de los medios y de algunas facciones políticas derechosas y amigas del gatillo fácil. Buena parte de la gracia está en el análisis de cómo funcionan, cómo se comercializan y qué pasa cuando se usan para el orto, las tecnologías vinculadas a la seguridad, principalmente las camaritas de vigilancia que tantos edificios lucen en sus frentes.
También en torno a la tecnología hay varios chistes muy buenos, que se suceden cuando los Pibes Chorros le venden a la Nelly el celular de la hija de George W. Bush, heroicamente pungueado a la hija del borracho-genocida-retrasado mental durante su paso por Buenos Aires. La secuencia más breve y menos interesante es la de Sabrina, la ahijada de Selva que con sólo 15 años quiere operarse para implantarse siliconas en las tetas. Los chistes son bastante predecibles y, si bien toca un tema real, preocupante y potencialmente muy gracioso, el resultado no está a la altura. Tampoco brilla demasiado el tramo en el que los autores juegan con la idea de la “actitud Buenos Aires”, un slogan lanzado en aquel entonces por el jefe de gobierno Jorge Telerman.
La aventura que da título al libro es un delirante flashback que va de 1945 a 1970. En su cumpleaños, Nelly les cuenta a sus amigas que conoce a Sandro desde que nació, que compartió momentos de su infancia y adolescencia, que siguió desde el inicio la carrera del ídolo y que en 1970, tras un show del Gitano en New York, logró arrebatarle el calzoncillo que hoy exhibe en su living. Por supuesto, todo esto es una fábula urdida por Nelly, y finalmente aparece el mismísimo Roberto Sánchez para contar cómo llegó ahí ese calzoncillo, y a recuperarlo de una vez y para siempre. Todo este tramo es realmente cómico, con excelentes gags y muy buenos dibujos.
Pero la mejor parte es la que Nelly coprotagoniza con Maxi, el sobrino de Selva. Maxi vuelve de Miami luego de haber emigrado en 2001 y empieza a trabajar de barrabrava mercenario, a sueldo del club que mejor pague o que ofrezca mejores posibilidades para los negocios turbios. Acá la tira se concentra en analizar y denunciar las prácticas nefastas de los barras, su relación de complicidad con los dirigentes, la falta de huevos de la AFA a la hora de ponerles límites y la impunidad de la que gozan, ya sea en el ejercicio de la violencia o en los chanchullos vinculados a la reventa de entradas y demás. Incluso hay palitos sutiles para los árbitros y los jugadores, de los que se habla poco cuando se toca el tema de la violencia en el futbol. Por supuesto, también hay tiras que interrumpen el devenir de estos relatos para mostrarnos postales, figuritas, falsas publicidades y demás artilugios gráficos en los que se destaca el dibujo de Langer (y el color de Catriel Tallarico), y que funcionan a modo de pausa (o algo así) en la narrativa diaria de las aventuras de La Nelly.
Aventuras que, con sus más y sus menos, leídas en estos tomitos se la re-bancan. Yo hoy no me pondría a releer diarios de 2006 ni drogado, pero a través de esta historieta, los temas, los personajes y los sucesos de esa época se pueden revivir de un modo placentero, ameno y jocoso, lo cual es una forma muy copada de hacer memoria. Pero La Nelly me gusta más allá de su rol “testimonial” por un montón de otras cosas. Creo que la más importante es que la protagonista es egoísta, jodida, ventajera y reaccionaria. Eso habilita a Langer y Mira a volcar en la tira una dosis de mala leche que por un lado es un hallazgo (porque antes de La Nelly no era frecuente ver algo así en la contratapa de un medio masivo) y por el otro, está claro que en un punto “pianta votos”, precisamente porque la mayoría del público está acostumbrada a otro tipo de personajes, a otra dinámica narrativa (en la que cada chiste termina en la última viñeta, en lugar de sacarle jugo al formato serial) y a otro tipo de tratamiento de los temas de actualidad. El censo de los comiqueros que se copan con La Nelly se puede hacer en una servilleta de heladería, pero yo la banco igual.

domingo, 30 de mayo de 2010

30/ 05: Y SE ME PRESENTÓ EN FORMA DE BESTIA


Este álbum editado en Perú en 2008 por la editorial Contracultura reúne TODAS las historietas de Jorge Pérez Ruibal publicadas hasta esa fecha en el fanzine Trulópolis, más alguna limadura inédita, y son 80 páginas imposibles de olvidar.
El fanzine Trulópolis es una especie de hit de culto en el underground limeño, tanto que a su creador comenzaron a apodarlo “Truloboy”. Pero este grosso indiscutido en la escena indie latinoamericana está más allá de toda denominación. De hecho, estamos ante uno de los autores más genuinamente salvajes de la historia del comic. Las historietas de Pérez Ruibal son una especie de oda al asco, una glorificación de todo lo incorrecto, envuelta (y revuelta) en una belleza estética tan bizarra como incontrastable. En sus historias (casi todas breves, de entre dos y seis páginas) no sólo abundan las criaturas abisales y los demonios, también los monstruos de todos los días, los freaks, las deformaciones, los muertos vivos, miembros amputados, volcanes de vómito, tajos a flor de piel, espaldas laceradas, sangre, sudor y semen. No es material para todo público, ni mucho menos.
Una vez que desarrollás el estómago necesario para bancar un comic de Pérez Ruibal, viene el premio: los guiones son redonditos, incluso cuando narran sus sueños. Los diálogos son brillantes. La sobrecarga de detalles, texturas y tramas no empaña para nada la narrativa. Y el dibujo... ma-mita! Pocas veces vi a alguien dibujar así. Este animal combina en su estilo rasgos de Martí, de Julie Doucet y de Hideshi Hino (del que leyó un sólo comic en su vida), pero con la virulencia de Mike Diana y los franceses de Lederniercri y la obsesión patológica por los detalles de Robert Crumb. Sí, ya sé... no es muy normal.
Particularmente traumáticas resultan sus ilustraciones, que son –paradójicamente- las que le permiten ganarse la vida. Acá lo vemos dominar una variedad de técnicas impresionante, y dejar volar hasta el precipicio y más allá sus obsesiones pesadillescas, macabras, demenciales y repulsivas. Muchas de ellas son fruto de la improvisación, mientras que en las historietas trabaja a partir de ideas mucho más elaboradas y pasa por varios bocetos hasta llegar a la puesta en página definitiva.
De la autobiografía al delirio, Jorge Pérez Ruibal explora, sin parar. Y a veces llega a lugares increíbles, como en la célebre Papas al Hilo (que se publicó en un número de Suda Mery K), que tal vez sea la mejor historieta del libro. Pero hay varias que le hacen el re-aguante, entre ellas la inmunda Muñeca de Trapo, la poética El Fantasma de tu Perfume, la casi tierna Koyama o la mega-lumpen Chupete de Veneno. En todas hay algo que te va a impactar o a emocionar, más allá de la calidad del dibujo, que directamente te caga a trompadas.
Claramente, hay que estar muuuuy hecho mierda para crear las cosas que crea Pérez Ruibal, y casi igual de hecho mierda para disfrutarlas. Pero si llegaste a ese punto de destrucción mental, moral y espiritual en el que vale todo menos el “más de lo mismo”, acá está Truloboy, listo para llevarte a recorrer las pesadillas más reales y fascinantes de tu vida.

sábado, 29 de mayo de 2010

29/ 05: THE UNWRITTEN Vol.1


Volvió Mike Carey a consumar su venganza. Carey es uno de los pocos guionistas que le siguió eternamente fiel a Vertigo. Cuando terminó Lucifer, tomó las riendas de Hellblazer y la descosió junto a los argentinos Marcelo Frusín y Leonardo Manco. Después probó suerte son Crossing Midnight y le fue muy mal, aunque le importó poco, porque ya estaba también en Marvel, donde la levanta en pala con su trabajo en los títulos de X-Men. Y después de un breve paréntesis, volvió al sello que lo vio nacer con una nueva propuesta que enseguida se convirtió en furor entre los fans y que ya está sumando nuevos, por afuera del palo del comic.
The Unwriten es una historieta acerca de la literatura, un comic para gente a la que le gusta leer libros. La historia es más o menos así: Wilson Taylor es un escritor que ya de grande creó a Tommy Taylor, un personaje MUY en la línea de Tim Hunter y Harry Potter, cuya serie de novelas lo hizo multimillonario. Ahora Wilson Taylor desapareció y nadie sabe si está vivo o muerto. El principal interesado en averiguarlo es su hijo, Tom Taylor, supuestamente la persona real en la que Wilson se basó para crear a Tommy. Tom será quien herede la cuantiosa fortuna de su padre, por eso el mundo le presta más atención que de costumbre, sobre todo cuando aparece una denuncia que lo señala como un huérfano rumano o croata, comprado (o apropiado en circustancias poco regulares) por el escritor. ¿Quién es en realidad Tom Taylor? ¿Y dónde está Wilson? Esos son los ejes del primer arco argumental.
Pero a la vez, Carey nos empieza a mostrar que hay una mano sobrenatural detrás de todo esto. Siniestros personajes que vigilan a Tom y asesinan a sus circunstanciales aliados nos hablan de una conspiración jodida, y el hecho de que los muertos se disuelvan en un charco de letras (!) es una pista bastante inquietante. De a poquito, con mucha sutileza, Carey empieza a desdibujar las fronteras entre realidad y ficción. Tom se ve obligado a aclarar todo el tiempo que él no es Tommy, el joven mago, sino un tipo común, de carne y hueso. Pero a medida que se pone en crisis su origen y su filiación, la identidad “ficticia” empieza a parecer un buen refugio. O por lo menos eso cree Lizzie Hexam, la enigmática chica que parece tener bastante claro qué corno está sucediendo, y quien seguramente se convertirá en el interés romántico de Tom.
Todo esto, rociado con una catarata de detalles relacionados con el mundo literario: citas a obras célebres, escritores, agentes, editores, libreros, convenciones tipo Feria del Libro, datos sobre la vida de grandes literatos, y hasta tramos de las novelas de Tommy Taylor convertidos en historieta, pero con los textos tal como los imaginó Wilson Taylor. O sea que al misterio le sobran elementos atractivos como para que, incluso con poquísma acción (no hay ni un garche, cosa que Vertigo úlimamente se cuida de que no falte casi nunca), el tomo se haga atrapante y ganchero hasta el final. Obviamente, estamos ante una serie a la que conviene seguir muy de cerca, porque tiene todo para convertirse en un comic de los grossos, de los importantes, de esos de los que se va a hablar mucho y durante mucho tiempo.
A cargo de la faz gráfica tenemos a otro dibujante de larga tradición vertiguesca, Peter Gross, acá en un trabajo sobrio, correcto. No esperes al Peter Gross de Chosen (su mejor trabajo, lejos), porque acá le piden más de 20 páginas por mes, y con tal de cumplir, el tipo baja un poquito el listón. Pero aún así tiene muy buenos momentos y es en buena parte responsable de que un comic tan poblado de “talking heads” no resulte un plomo, ni a la hora de leerlo ni a la hora de mirarlo. El último episodio, que es un flashback a la vida de Rudyard Kipling, nos muestra que Gross también se esforzó por documentarse y laburar sobre ambientaciones que no son las habituales.
Atenti con The Unwritten, entonces. Si te gusta una ficción que hable de la ficción, que se juegue a desentrañar con onda la relación entre autor y personaje (eso que hizo magistralmente Rodrigo Fresán en su novela Jardines de Kensington, que seguramente tuvo a Mike Carey entre sus lectores), o entre realidad y literatura (la Gran Borges), o si extrañás esa pátina de “chapa cultural” con la que Neil Gaiman barnizaba las sagas (a veces muy truculentas) de Sandman, The Unwritten tiene grandes posibilidades de convertirse en una de tus series favoritas de todos los tiempos.

viernes, 28 de mayo de 2010

28/ 05: CORTO MALTES: LA JUVENTUD


Corría 1981 y Hugo Pratt, contratado por la revista francesa Le Matin, arranca con una nueva saga de Corto Maltés, que se proponía contarnos las aventuras del marino durante los años previos a La Balada del Mar Salado, cuando lo conocimos como un pirata del Nacional B, a las órdenes de El Monje. Casi nada de eso se cumple, finalmente, en esta obra breve y con gusto a poco.
Pratt elige ambientar esta historia en Manchuria, en 1904, sobre el final de la guerra ruso-japonesa. Entre el maremagnum de chinos, rusos y japoneses hay metidos por ahí un par de estadounidenses, uno de los cuales es el escritor Jack London (notable influencia en el estilo narrativo de Pratt) y un pibe europeo, bastante misterioso y que aparece muy poco, casi sobre el final. Es Corto Maltés, más preocupado por encontrar fabulosos tesoros de la antigüedad que por las disputas políticas entre las distintas facciones.
Los verdaderos protagonistas de la saga son Jack London y el siempre impredecible Rasputín, que todavía no conoce a quien será su aliado en decenas de aventuras, pero que ya arma todos los kilombos habidos y por haber en su afán por imponer su propia ley y no agachar nunca la cabeza ante nadie. Entre estos dos personajes motorizan la trama y son los que interactúan con todos los demás, los que tienen escenas que Pratt utiliza para contarnos cómo ven el conflicto los distintos ejércitos y gobiernos. Lo más parecido a un “villano” (fuera de Rasputín, que está sacadísimo y sin el menor reparo a la hora de matar) es el Teniente Sakai, del ejército japonés, quien quiere batirse a duelo con London. Pero las mejores frases, la cátedra de cinismo posmoderno que Pratt metía en todas sus historietas post-1967 (incluso antes de que se inventara la posmodernidad) las tira el Capitan Suto, otro milico japonés con una visión de la guerra, los negocios y la geopolítica muy afilada y muy de los ´80.
Ese es el único “anacronismo” en la saga. Todo lo demás está, como siempre, perfectamente documentado e investigado. El problema es que Pratt termina la historia cuando finalmente Corto y Rasputín logran embarcarse con rumbo a Africa (a buscar los tesoros del Rey Salomón) y todo lo demás, todo lo que falta para llegar a La Balada…, no lo vemos nunca. Pratt nos lo contó en textos, en entrevistas y hasta en acuarelas, pero no hay historietas que documenten ese viaje a Africa que termina en la Patagonia, ni todos los que Corto hará después hasta el inicio de su etapa como pirata, que Pratt fecha en 1913. O sea que, en rigor de verdad, esta es una aventura de Jack London y Rasputín, con un joven Corto Maltés como personaje secundario.
A nivel dibujo, tenemos un gran trabajo del maestro veneciano. Acá todavía faltaban un par de añitos para que iniciara su cuesta abajo y nos castigara con una seguidilla de entregas muy flojas de la serie. Entre La Juventud… y Tango (1985), Pratt termina la interrumpida Jesuita Joe y dibuja Cato Zulú (de la que ya hablamos), y después de esas dos joyas, algo pasa y nada vuelve a ser lo mismo. Pero en La Juventud… el Tano está prendido fuego, con su habitual solvencia narrativa, su personalísimo (y muy efectivo) trabajo de los primeros planos y la expresión corporal de muchos y muy distintos personajes, ese criterio insuperable para balancear blancos y negros (tan grosso que se destaca incluso cuando la historieta se publica a color) y hasta trenes y barcos que parecen dibujados por Pratt más que por sus asistentes, algo que no volveremos a ver en las obras posteriores.
Aunque parezca mentira, esto se editó hace pocos meses en Argentina, el país donde los editores creen que el comic europeo es yeta, o que transmite enfermedades venéreas. Lo lanzó como opcional la revista Ñ, del oligopolio Clarín, y la edición no es buena ni mucho menos (formato agenda de bolsillo, a color, y con el remontado de viñetas de las ediciones francesas más recientes), pero valía menos de $ 10, mientras que la edición de Norma (enorme y también en innecesarios colores y tapas duras) vale más de $ 100. O sea que a los que nunca pudimos conseguir la edición española de los ´80 (la grossa, en blanco y negro y tapas blandas, una especie de Santo Grial inconseguible hace siglos), Clarín nos dio el gusto a un precio irrisorio.
La Juventud… no es una obra maestra imprescindible, pero si sos completista de Corto Maltés o fan de Hugo Pratt, no está nada mal sumarla a tu biblioteca.

jueves, 27 de mayo de 2010

27/ 05: DAYBREAK Vol.1


A Brian Ralph lo sigo desde fines de los ´90, cuando lo descubrí en alguna antología fumanchera y dije “Wow! Qué grosso este pibe!”. Pero siempre lo seguí a través de historias cortas, nunca me había internado en sus obras más extensas, hasta que me enganché con Daybreak, una saga de unas 120 páginas, publicadas en tres tomos. Ojalá se reedite en uno sólo, pero mientras tanto, me pongo en campaña para conseguir los Vol.2 y 3, porque el primero me pareció excelente.
Daybreak nos cuenta la historia de un pibe (no sabemos su nombre) que perdió buena parte de su brazo derecho (no sabemos cómo) y que vive en un mundo devastado (no sabemos por qué), entre las ruinas y los escombros de algo que parece haber sido una ciudad (no sabemos cuál). Durante este primer tramo vemos cómo este pibe y su perro (tampoco sabemos cómo se llama) sobreviven en un entorno sumamente hostil, agravado por la constante amenaza de unos zombies, hombres-lobo o algo que tampoco sabemos bien qué es (y de los que vemos apenas los brazos), pero que asola por las noches a la ciudad devastada. También hay un encontronazo con otro sobreviviente, un tipo más grande, que se moviliza entre los escombros a bordo de un herrumbroso tanque militar. Obviamente, no sabemos cómo se llama el tipo, ni de dónde sacó el tanque.
O sea que, si bien el argumento parece ser complejo y bien elaborado, el guión de Ralph es minimalista. Olvidate de esos guiones en los que cada situación anómala o alejada de lo cotidiano requiere una extensa y sesuda explicación. Acá el autor te mete en una historia ya empezada y te dice “es lo que hay”. Uno supone que en los tomos posteriores habrá más datos acerca de este mundo crepuscular, pero aunque no los haya, la historia te atrapa de una, y a las pocas páginas la estás viviendo como si estuvieras ahí. Esto se debe en parte a que el protagonista le habla todo el tiempo a alguien que no vemos, que en realidad somos nosotros. “Dale, pasá. Cuidado, no te tropieces. ¿Querés tomar algo? Ya te sirvo”… esa onda que ya vimos –por ejemplo- en el mítico n°1 de Hate y que acá genera una sensación de cercanía, de participación, un gran truco para involucrarnos rápidamente con el pibe del brazo mutilado y su precaria situación.
En el primer tomo, como en todas las historietas de Brian Ralph, predomina un ritmo tranqui, de contemplación, que está perfecto para que el lector descubra y conozca el entorno en el que transcurre la saga. Pero también hay escenas de acción que rompen ese clima (aunque no la omnipresente grilla de seis viñetas iguales por página) y en las que Ralph se anima a pelar otras cosas, bastante extremas si pensamos que su obra se caracteriza por las pausas, los silencios, la ya mentada contemplación y una cierta ternura medio freak. Claramente, estamos frente a un autor mucho más completo de lo que suponíamos, y obviamente merecedor de mucho más reconocimiento que el que tiene.
El estilo de Brian Ralph es difícil de describir. Se nota que estudió a Hergé y le gusta la línea clara, pero también tiene esa impronta underground de los ´90, tipo Brian Chippendale y demás monstruos que fueron muy influyentes para su generación. Y por supuesto procesó esas influencias de un modo parecido al de sus coetáneos, los chicos que surgieron del under en esa misma época, como Craig Thompson y James Kochalka, por citar a los dos más conocidos. Es como un John Porcellino pero con onda, con ganas de dibujar y de contar historias, con sangre en las venas y talento para el claroscuro. Para ser más gráficos, un comic de Porcellino parece el esqueleto, o el boceto, de uno de Brian Ralph. Y hay que nombrar también a Angel Mosquito, otro autor de la misma generación de Ralph y con varios elementos en común, tanto en la gráfica como en la narrativa. Con eso sospecho que te harás una idea de qué tipo de artista es esta bestia, pero seguro esa idea palidecerá el día que caces un tomo de Daybreak y veas esas láminas de doble página con las que abre y cierra el tomo: majestuosos dibujos en blanco, negro y tonos de amarillo en los que no se guarda absolutamente nada.
Y bueno, ya sea en historias cortas o extensas, en sus trabajos de los´90 o en los más actuales (este es de 2006-2008), recomiendo enfáticamente seguir de cerca la impresionante evolución de Brian Ralph, músico, ilustrador, docente y magnífico historietista del panorama yanki actual.

miércoles, 26 de mayo de 2010

26/ 05: CAPTAIN AMERICA: ROAD TO REBORN


Esta es la única serie regular de Marvel con la que estoy 100% al día. Recopilatorio que sale, recopilatorio que me encargo ni bien lo veo en el Previews. O sea que todavía no leí Reborn, que es donde varios amigos y colegas me han dicho que Ed Brubaker meó un par de hectolitros afuera del tarro y la serie sufrió un éxodo masivo de lectores que le bajaron la persiana indignados.
Cuando la lea comentaré qué me pareció, pero mientras tanto sigo disfrutando a lo pavote de lo previo, de los 50 números de esta serie que a partir del n°600 retomó la numeración de la original, la que venía de Tales of Suspense. La verdad es que el aporte de Brubaker a la mitología del Capi es definitivo. Hoy es, cómodamente, el guionista más identificado con el longevo personaje de Stan Lee para acá, por encima de próceres como Steve Englehart, Roger Stern, Mark Waid, o de Mark Gruenwald, cuya etapa tiene menos fans que la leucemia, pero se la bancó diez años ininterrumpidos al frente de la serie. Brubaker le encontró la vuelta al Capi, de eso no caben dudas. El regreso de Bucky, que presentado de cualquier otra forma habría desencadenado un tsunami de puteadas, merece ser ovacionado de pie. Y ni hablar de la forma en que el guionista trató al ex-compañerito del héroe, tanto en su rol de Winter Soldier como cuando le tocó vestirse de símbolo patrio tras la escalofriante muerte de Steve Rogers.
Prácticamente nada en esta serie tiene desperdicio. El equilibrio entre acción e introspección es brillante. Los constantes flashbacks al pasado de los personajes son emotivos y reveladores, nunca un relleno intrascendente. Los villanos resultan creíbles y verdaderamente amenazantes, no una manga de freaks y payasos con cero chances de ganarle a los buenos. Y los héroes reciben un tratamiento de lujo. Nunca hubo un guionista que escribiera tan bien a Falcon, Sharon Carter, Black Widow y Bucky. Más adelante, cuando empiezan a aparecer seguido Nick Fury, Iron Man y Hawkeye, Brubaker también los maneja de taquito, y los pone en escenas tensas, les hace decir cosas jodidas, los enriquece a ellos y al conflicto que los enfrenta (digamos que de Civil War para acá las cosas con Iron Man no están 10 puntos) con pinceladas sutiles y de enorme categoría.
Este tomo en particular es de pretemporada. Es obvio que el status de la serie se está por modificar radicalmente y Brubaker dedica estas historias a pasar en limpio lo que venimos leyendo desde que arrancó. Primero con un texto (maravillosamente ilustrado por Marcos Martín) que resume toda la historia del Capi. Después, con un numerazo centrado en Sharon Carter y otro unitario notable, protagonizado por Bucky Barnes (estos dos dibujados por el brasileño Luke Ross). Después viene el extra-large n°600, que gira en torno al primer aniversario de la muerte de Steve Rogers y nos muestra cómo lo viven distintos personajes. Acá a Brubaker lo acompañan bestias como el legendario Howard Chaykin o los ascendentes David Aja y Rafael Albuquerque, y además hay secuencias escritas por otros dos grossos, los ya veteranos Stern y Waid, ambos con buenos dibujantes. Y de ahí nos vamos a Reborn, cuyo TPB espero ansioso.
Pero antes de que termine este tomo, tenemos otro número doble, el 601, en el que se publica aquel Annual que iba a salir en 2006 y no salió, ese en el que Brubaker formaba equipo con el maestro de los maestros, el inmortal Gene Colan. Colan, quien dibujara bocha de números gloriosos a fines de los ´60, se reencontró con el Capi (y Bucky) en un flashback a la Segunda Guerra Mundial lleno de pesadillescos vampiros y truculentas decapitaciones, en una historieta MUY heavy y MUY jodida. Colan tiene hoy 83 años, así que no le pidas que suba a cabecear todos los centros… Es más, ni siquiera le pidas que entinte. Acá vemos su dibujo a lápiz, muy bien coloreado, y si bien no está tan afilado como en sus años mozos, se lo sigue disfrutando por su solidez y su excelente despliegue narrativo.
Si realmente lo que viene después es una bosta inmunda e irrespetuosa, este será el último tomo del Capi que calce en mi biblioteca. De ser así, no tengo dudas de que será un broche de oro, un canto del cisne, una despedida lujosa y a todo culo, con Cerati descorchando champán frente a una multitud al grito de “Gracias… totales!”.

martes, 25 de mayo de 2010

25/ 05: LA NELLY Vol.5


Me llama la atención la escasísima aceptación que tiene La Nelly entre los comiqueros. Creo que conozco a… tres o cuatro fans de la historieta que reivindican a la tira de Sergio Langer y Rubén Mira, mientras que la inmensa mayoría la vitupera o la ningunea mal. Y esto no es nuevo, o sea, no es un efecto de la justificada ola de anti-clarinismo que crece entre los argentinos con algo más que aire y ShowMatch en el cerebro. Desde el principio a la tira le costó ganarse el respeto de los viñetófilos locales.
Y la verdades que es bastante injusto. En principio porque el dibujo de Langer es excelente. Comparala con casi cualquier otra tira diaria local (ni hablar ya de las yankis, que cada día están peor dibujadas) y vas a ver que el laburo que le pone Langer a cada viñeta está muy por encima de la media, más allá de su indiscutible talento para retratar el grotesco y la berretada tanto material como moral. Es un Langer Light, por supuesto, lejos del asesino serial de la Barcelona, pero pone todo lo que hay que poner en cuatro viñetas chiquitas en las que hay parvas de texto.
Igual, a mí lo que más me gusta de La Nelly es cómo se caga en su propia consigna. Supuestamente es una tira de comedia costumbrista, con toques de actualidad socio-política, algo de grotesco y bastante mala leche. Pero Langer y Mira transgreden esos límites y ya nadie se sorprende si Nélida Roccaforte aparece en el espacio exterior, en un mundo subterráneo o en 1810. En parte porque los disparadores de estas sagas bizarras y cuasi-rocambolescas no son meros caprichos, sino que tienen “explicación” (cómica, claro) y “consecuencias”. Lo cierto es que todo, hasta los géneros más relacionados con la aventura, le sirve a los autores para mantener a la tira siempre sorprendente y, sobre todo, siempre afilada.
En este tomo, además de sueños delirantes de Nelly (uno sobre el robo del siglo en el Banco Río de Martínez y otro sobre el conflicto de las papeleras), tenemos una saga en la que un cirujano trucho re-hace a la protagonista a imagen y semejanza de una top model, y otra en la que Nelly viaja a la revolución de Mayo (no sé si la oiste nombrar en estos días) a cumplir una misión de suma importancia para la patria, encomendada por Neo, el chorizo del Ser Nacional. Este último tramo es el más fecundo para los chistes y las reflexiones políticas y los autores le sacan un gran jugo al contrapunto entre esos idealistas de Mayo que se encontraban frente a un país donde todo estaba por hacer, y el cinismo de Nelly, que ya sabe todo lo que va a pasar y lo usa para sacar provecho personal. El contrapunto llega a su pico más desopilante cuando Nelly regresa a 2006 con un tatarabuelo de Néstor Kirchner, que no sabe que su descendiente es presidente y al que le cuesta acomodarse a un presente dominado por el Mundial (no sé si te suena), los celulares y un clima político que (poco antes de que se anunciara la candidatura de Cristina a la presidencia) ya empezaba a enrarecerse. Posta, llama bastante la atención cómo desde la tira le empezaban a pegar duro a la actual presidenta, antes de que se oficializara su candidatura. Por suerte también hay palos para otros sectores, pero los K son –lejos- los que se llevan la peor parte.
Más allá del debate ideológico, lo que menos me gusta de La Nelly es cuando Langer y Mira renuncian a lo que mejor hacen, que es contar historias. Así, cada tanto aparecen figuritas, postales, muñequitos para recortar, calendarios para armar y boludeces así, que gráficamente son atractivas (sobre todo porque se luce un poco más el dibujo de Langer), pero que se alejan mucho de la narrativa al palo que caracteriza a las “sagas” de La Nelly que –como ya dije- es lo que a mí más me gusta de la tira.
No sé cómo será leer La Nelly de a una tira por día, porque nunca leí Clarín. Pero leída en tomos recopilatorios me parece una gran serie, con mucho jugo, con muchos chistes y reflexiones que se nutren de la coyuntura pero la trascienden, con una magnífica dosis de ironía y acidez, con muchos momentos realmente cómicos (a veces los mejores chistes no están en “el remate”, sino en las viñetas del medio), con ideas muy fumadas y con una multiplicidad de recursos muy vasta y muy idónea para hablar de lo que pasa en el país de un modo original y ganchero. Ya volveremos con La Nelly, porque tengo otro tomo sin leer. Mientras tanto, Feliz Bicentenario para todos!

lunes, 24 de mayo de 2010

24/ 05: DEATH NOTE Vol.5


¿Cuánto creías que iba a poder aguantar sin leer esto? Banqué DOS semanas! Es un montón! O no, porque aunque parezca mentira, este tomo, con más de 15 días en la calle, todavía no está digitalizado en la web! Posta, busqué como loco la portada para ponerla en el blog, y encontré la mexicana, la yanki, la francesa… pero NADIE escaneó la portada de la edición argentina de LARP. Ni siquiera los propios editores, para subirla a su sitio y decir “Bueno, acá está, no rompan más las pelotas”. Al final terminé optando por la portada japonesa, que es casi idéntica a la argentina.
Pero ¿a quién carajo le importa si esto está escaneado o no, cuando –después de cinco meses de espera- podemos leer el quinto tomo de la obra de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata que nos tiene agarrados de las pelotas y no nos deja dormir? Mis hermanos, o mis amigos que miran mucha tele, están en crack con el final de Lost. A mí no me interesa en lo más mínimo: estoy mil veces más cebado con el misterio de Kira y la investigación de L, y las arriesgadas timbas de Light, y todas esas cosas que hacen que cuando agarrás un tomo de Death Note no lo puedas soltar hasta que no llegás a la última viñeta. El tomo anterior había terminado en una encrucijada bravísima, y este arrancaba al filo de la cornisa: un paso en falso del guión de Ohba y Death Note se iba al descenso con Rosario Central.
Pero no: otra vez apareció el volantazo justo a tiempo, el as bajo la manga que le permite al guionista seguir sumándole emoción y complejidad a la trama, en vez de machacar ad infinitum con lo mismo. Uno de los elementos más atractivos de la historia, que era el juego de sospechas entre L y Light se desactiva por completo. De hecho, el núcleo del argumento de los cuatro primeros tomos (Light es Kira y trata de evitar que L y la policía lo descubran) se cierra (sospecho que no de modo definitivo) y la historia (y la investigación de L) agarra para otro lado. Un salto mortal, sin duda, porque la química entre Light y L funcionaba a la perfección, y el agregado de Misa había sumado tensión y confusión en dosis muy atractivas. Pero Ohba demuestra que le sobran los recursos: pasada la página 50, Light se va al banco de suplentes a descansar de cuatro tomos al recontra-palo, y el guionista se las ingenia para que la tensión no baje un milímetro. Uno de los secundarios, el detective Matsuda, entra a reemplazar a Light en el elenco protagónico, y además se suman Aiber y Wedy, dos personajes bastante promisorios (que espero tengan más desarrollo en los próximos tomos) y un nuevo “villano”, encarnado en la corporación Yotsuba.
Sin el apoyo de la policía, L y sus aliados van ahora contra un Kira distinto, que mata por intereses menos nobles que el castigo a los asesinos, y se abre un nuevo y complejo abanico de posibilidades. O en realidad dos, porque todavía no hay ninguna pista de dónde fue a parar Ryuk. Acá la obsesión de L por desenmascarar a Kira ya llega a un punto tan extremo, que parece una ironía de los autores: nosotros cada vez sabemos más sobre las excéntricas reglas del Death Note y la relación entre los shinigamis y los humanos que encuentran los cuadernos, mientras que L, el guacho-detective, el mega-bocho que se las sabe todas, parece tener CERO idea de todo el aspecto sobrenatural de la trama. Veremos cómo sigue esto, y si efectivamente Light se va a convertir en un personaje secundario más, o si se está guardando una grossa para volver con todo y armar un kilombo de aquellos.
Takeshi Obata, formidable, como siempre. Pocas veces vi a un dibujante tan virtuoso comerse mansito infinitas páginas en las que el guión no le permite lucirse, y en las que se tiene que limitar a dibujar gente conversando en una oficina. Acá tiene una breve escena de acción, muy bien resuelta, y el resto consiste en remar para que la lectura de tooodas esas escenas de diálogos, pensamientos y conjeturas nos resulten interesantes y atractivas. Obata lo logra sobradamente y con la jerarquía de los grandes. Esto sigue tan prendido fuego como cuando empezó. Ahora la pulenta sería no tener que esperar otros cinco meses para leer el próximo tomo…

domingo, 23 de mayo de 2010

23/ 05: JSA Vol.8


Acá tenemos polémica garantizada: hoy me toca hablar maravillas de Geoff Johns, mi querido clon al que últimamente se puso de moda putear (y me incluyo entre los que lo putean, obvio). Y sí, hoy lo vemos firmar algunos latrocinios que llenarían de vergüenza a los hermanos Dalton, pero hasta hace no tanto tiempo, Johns podía chapear con obras realmente notables, en las que daba cátedra de cómo se debe abordar el género de los superhéroes. Tal vez su incursión más destacada en el género haya sido la serie regular de la JSA, a la que se subió cuando James Robinson ya la había hecho arrancar, y en la que se quedó casi hasta el final, para después lanzar una segunda serie (Justice Society of America) en la que no logró mantener el nivel. Pero, no jodamos: lo que hizo Johns en la JSA entre 1999 y 2005 es muy difícil de superar y hasta de igualar.
Este tomo nos ofrece tres números de la JSA intercalados con tres de Hawkman, otra serie que en ese entonces (2003) escribía mi doppleganger. Black Reign (así se llama la saga) es uno de los picos de la ilustre etapa de Johns en la JSA. Para empezar, porque es Civil War antes de Civil War. O sea, el conflicto es entre los propios héroes, y por motivos 100% políticos. Johns quería hablar de la invasión a Irak liderada por el borracho-genocida-retrasado mental George W. Bush y se le ocurrió esta trama: Black Adam, el ex-villano que buscaba su redención de la mano de la JSA, hace rancho aparte y, junto a algunos superhéroes de la B Metropolitana, forma un grupo de asalto que toma por la fuerza Kahndaq (el país natal de Adam) para liberarlo del yugo de un dictador miserable, que tiene a la nación sumida en la ignorancia, la pobreza y la explotación. Obviamente por las malas. Y claro, como Black Adam y sus muchachos no dijeron “Estimado dictador, tenga a bien dimitir”, sino que lo hicieron boleta frente-march, el siempre aguerrido Hawkman decide tomar de prepo las riendas de la JSA y mandarse con su “tropa” a ponerle los puntos a los libertadores de Kahndaq.
Pero claro, en Kahndaq, la banda de Black Adam logró status de héroes de la patria y todo el pueblo se encolumna detrás de ellos para resistir el embate de la JSA, que con la excusa de “rescatar” a los otros superhéroes (como si estuvieran ahí contra su voluntad), se lanza con violencia sobre el país africano. El dilema moral, potenciado por las diferencias políticas, le da dimensión y jugo a la machaca de héroes contra héroes, y Johns lo aprovecha al mango. ¿Se justifica una masacre para liberar a un país de una dictadura? ¿Da para cuestionar esos procedimientos cuando lo que se necesita es un líder que reconstruya un país hecho mierda? Y como suele suceder en DC, todos los conflictos entre héroes están agravados por el vínculo. Todos son parientes, o amigos, o ex-compañeros de equipo, o incluso ex-parejas de los que tienen enfrente, y eso potencia y enriquece las tensiones.
Johns aprovecha este contexto de “guerra civil” para trabajar a full las caracterizaciones. El argumento general es potente, pero los hallazgos que más se disfrutan están en pequeñas escenas, o veces en un mínimo diálogo, que Johns dedica a explorar las interrelaciones entre este enorme y complejo elenco de personajes. No todo llega a resolverse, obvio. Por ahí faltaba un epílogo, como para pasar en limpio y cerrar con más prolijidad tantas cosas que pasan en seis episodios. Pero en tiempos en los que nos comemos sagas enteras en las que no pasa nada, no se puede criticar que acá pase mucho.
En materia de dibujo, los capítulos de JSA corren por cuenta del mediocre Don Kramer, y los de Hawkman por el más que correcto Rags Morales. Esto no es para que lo lea cualquiera: conviene conocer previamente a la JSA (y a Infinity Inc.), porque así se disfruta mucho más. Pero la lucha entre la justicia y lo legal, la lucha contra el demonio interior que te ceba para que hagas mierda al adversario, el sufrimiento del que perdió todo y se quiere vengar… esos son temas universales, que se pueden entender y te pueden emocionar aunque no lleves la cuenta de cuántas veces murió y resucitó cada uno de los 25 personajes que aparecen en la saga. Muy grosso.

sábado, 22 de mayo de 2010

22/ 05: NEGRO EL 10


Sorpresas te da la vida. Una editorial a la que jamás había oído nombrar (Manoescrita), un guionista 100% desconocido (Santiago Maisonnave) y un dibujante al que tenía visto, pero en trabajos que nada tienen que ver con este: Iñaki Echeverría, el que hace esas tiras cómicas con insectos y bichos en la Fierro. De ahí salió este libro, al que vale la pena descubrir.
Negro el 10 ofrece 10 historietas cortas (entre 3 y 11 páginas) que giran en torno a distintos asesinatos. Cambian las ambientaciones (del Siglo XIX al Tricentenario de la Argentina, del campo a la ciudad) y cambian los protagonistas, pero todas las historias tienen como estrella a la muerte de alguien y al responsable de la misma. Son historias pausadas, con prolongados (y protagónicos) silencios, sórdidas, melancólicas y bastante tangueras (aunque la ambientación campestre de Bucólica y Respeto nos remita más al folklore). En todas el asesinato marca el fin ineluctable de alguien que se zarpó, que hizo una de más, que arriesgó más de la cuenta, o averiguó cosas que conviene no saber.
En las historias de Maisonnave el homicidio tiene tanto protagonismo que ni siquiera se lo castiga. O sí, pero no importa, no es lo que nos muestra la historieta. La historieta termina con el crimen consumado e impune. Y si la historia prosigue, y el asesino eventualmente debe responder por su accionar, es algo que los autores no nos cuentan. A ellos les interesa ese momento, el del asesinato, y en todo caso lo que suceda después se lo imaginará cada lector, si le cabe. O sea que no son historietas “policiales”, porque nunca llegamos a la instancia en que la policía interviene para descubrir quién mató a quién o qué castigo le corresponde. Esto es claramente un “crime comic”, que es como le dicen los yankis a la historieta policial. De hecho, los maestros del género “criminal” (los escritores yankis que en los años ´30 desarrollaron lo que hoy conocemos como “novela negra”) están muy presentes en Negro el 10, aunque las historias estén claramente ambientadas en Argentina.
Es muy notable cómo Maisonnave plantea, desarrolla y define una historia en muy pocas páginas. Mi historieta favorita (Ruta 9) es una de las más extensas (9 páginas), pero también en 5 y 6 páginas hay historias muy redondas, muy bien sintetizadas, con climas e identidades propias. Al tener tanto peso los silencios, los diálogos llaman más la atención, y ahí hay algunos que no suenan del todo creíbles al oído, pero son pocos y la mayoría de las veces Maisonnave le acierta al tono y a los rasgos de habla más adecuados para cada personaje y cada situación.
Como decíamos, el trabajo que realiza Iñaki Echeverría en este libro no se parece en nada a lo que habíamos visto en Fierro. Acá se vuelca a un blanco y negro puro, muy bien balanceado, y muestra con claridad que se tomó el trabajo de estudiar a los maestrso del claroscuro: Vemos viñetas que nos recuerdan al Alberto Breccia de Buscavidas, cositas de José Muñoz, de Ted McKeever, de Chabouté… y queda ese toque semi-funny, de dibujo que no intenta en ningún momento proponer un realismo fotográfico, en el que se cuela algún grafismo tributario del Negro Fontanarrosa. Con un trazo austero y sin estridencias, Iñaki plasma paisajes y locaciones muy variados, aunque los personajes de las distintas historias a veces se parecen un poquito entre sí. El fuerte del dibujante es, claramente, la narrativa, y cómo esta aparece ajustada y 100% al servicio del relato. La historieta Tango es el ejemplo más claro de esta danza perfectamente sincronizada entre lo que propone Maisonnave y lo que dibuja Iñaki, pero hay hallazgos narrativos, de ritmos, pausas y sensaciones en todos los episodios.
Negro el 10 es una excelente oportunidad para encontrarnos con dos autores nuevos que tienen mucho y muy bueno para mostrar, no sólo a los amantes de la historieta “criminal”. Acá hay una solidez de la que no se ve todos los días, ni siquiera en los autores consagrados. Lo único medio lamentable es que de las 112 páginas del libro sólo 68 son de historieta. El resto se pierde entre carátulas y separadores que no aportan nada, y un muy buen prólogo de Lautaro Ortiz. Una pena, porque todas esas páginas llenas de nada encarecen innecesariamente el producto y dejan afuera a potenciales compradores. Por suerte a las páginas en las que sí se ve el trabajo de Iñaki y Maisonnave les sobran los argumentos para atraer y seducir a los lectores. Apostale a Negro el 10, que garpa.

viernes, 21 de mayo de 2010

21/ 05: THE FABULOUS FURRY FREAK BROTHERS OMNIBUS


Wow, qué trip! Más de 600 páginas de los Freak Brothers en un sólo mega-broli! Qué gran invento, esto de los ómnibus! Y qué grossa la creación de Gilbert Shelton, que se la recontra-banca leída hoy, cuando ya nadie se acuerda de los hippies, ni de los head shops, ni de la época en la que consumir marihuana o cocaína era poco menos que un manifiesto anti-sistema.
Lo que más me llama la atención de esta historieta es su inmensa influencia sobre Los Simpsons. Veamos: Los Freak Brothers son personajes arquetípicos, que no maduran, ni envejecen, ni evolucionan. Las historias tiene giros imposibles, frutos de enredos y casualidades bizarras, que revolucionan el status quo de la serie un ratito, para terminar exactamente donde empezaron. El humor señala los cuatro puntos cardinales de la comicidad: el slapstick (humor físico, burdo, de golpes y porrazos, tipo Los Tres Chiflados), el absurdo (la fumanchereada, el delirio tipo Cha-Cha-Cha), el grotesco (escatología e inmundicias varias) y la sátira socio-política (básicamente, agudas crìticas al modo de vida yanki). Y finalmente, la vigencia, la milagrosa atemporalidad de un producto que se esforzó por ser testigo de su época, pero que habla con elocuencia (y sin celular) de la nuestra. Me queda bastante claro que los Freak Brothers ocuparon un lugar preferencial entre los comics que consumió Matt Groening en los ´70 y ´80.
La abrumadora cantidad de historietas que recopila este libro (creadas entre fines de los ´60 y principios de los ´90) arrancan todas más o menos igual: Phineas, Fat Freddy y Freewheelin Franklin, al pedo en su departamento, piensan cómo conseguir faso, o cómo conseguir guita para comprar faso. De ahí, la cosa puede disparar para cualquier lado: un invento disparatado de Phineas, una trapisonda ridícula de Fat Freddy, un plan maestro de Franklin que termina para el orto, una road movie, un policial, o la mejor de todas las aventuras: Idiots Abroad, la extensa saga que lleva a los Freaks por medio mundo y le permite a Shelton burlarse de las costumbres, religiones y gobiernos de más de 10 países. En varias de estas aventuras tiene un rol secundario el “archi-enemigo” de los Freak Brothers, Norbert the Narc, un agente de la División Narcóticos que suele liderar razzias policiales para incautar sustancias tóxicas, de las que suelen abundar (un rato) en la casa del trío protagónico. Y vale destacar cómo Shelton cuida al personaje, guarda buenas ideas para desarrollar con él y –si bien nos lo pinta como un loser consumado- hay dignidad en el pobre Norbert.
Dentro de esto, hay aventuras mejores y peores, más cortas y más largas, en blanco y negro y a color. Las más breves (una sóla página) son generalmente chistes largos, mientras que las sagas más extensas están trabajadas como novelas, con argumentos muy elaborados, mucho cuidado en la entrada y salida de escena de varios personajes, y casi ningún cabo suelto, más allá de la impronta delirante de la propia serie. También hay hallazgos brillantes en historietas de pocas páginas (Fat Freddy Drug Czar es una joya de apenas 5 páginas) y hasta en algunas de las tiritas microscópicas del gato de Fat Freddy que aparecen abajo de las planchas de los Freaks.
Visualmente, la evolución de Shelton es notable. Al principio el dibujo es muy crudo, inferior al de Wonder Wart-Hog (que es anterior). Pero después se empieza a soltar. Lo ayudan el hecho de poder trabajar con viñetas más grandes (algunas de las primeras historias tienen hasta 16 cuadros por página) y por supuesto suman los artistas que se convierten en sus asistentes: primero el malogrado Dave Sheridan y más tarde el grosso Paul Mavrides. Para las últimas… 200 páginas del libro, la dupla Shelton-Mavrides ya está afinada como un violín y cada viñeta es una gloria. La narrativa de Shelton no tiene fisuras, el manejo del color (ya sea directo o aplicado) es excelente y las ilustraciones (algunas inéditas hasta que salió este libro) son alucinantes. O sea que si te gusta la estética under, acá vas a flashear, además de ver con categórica claridad de dónde sale la “línea chunga” que impusieron los dibujantes de vanguardia en la España de fines de los ´70 y principios de los ´80.
Humor corrosivo y jodido, aventuras limadas, personajes geniales, algo de sexo, algo de rock´n roll, todas las drogas que te puedas imaginar y todo dibujado por un maestro que lleva muchos años de trabajar poco y de vez en cuando, pero que sigue tan vigente como en los ´70. ¿Qué más querés?

jueves, 20 de mayo de 2010

20/ 05: YOUNG LIARS Vol.3


Y bueno, ya nos pasó tantas veces que estamos recontra-acostumbrados: sale una serie nueva, leés un par de episodios o el primer TPB a ver qué onda y te vuela el cráneo. Te cebás más que el Virrey Ceballos en el CBC, esperás ansioso cada nuevo episodio, la recomendás, te emocionás, te enterás que la nominaron a miles de premios y que le dedican críticas excelentes hasta en la Wizard… y al poco tiempo llega la noticia de que no vendió un carajo y te la cancelan cuando ya estabas completamente on fire.
Exactamente eso fue lo que me pasó con Young Liars, esa joya del Noveno Arte creada por el increíble David Lapham. En apenas 18 números, Young Liars se convirtió en una adicción brutal. Pocas veces nos topamos con historietas así, tan viscerales, tan excitantes, tan vertiginosas. Young Liars es adrenalina, sexo, droga y rock´n roll al palo, mal. Pero además es una obra compleja, retorcida, con muchas capas de contenido. Si en Stray Bullets el autor tarantineaba de lo lindo, acá davidlynchea a lo guanaco. Esto requiere muchísima atención, porque las volteretas que pega Lapham son totalmente impredecibles.
Además, la línea entre lo que se nos muestra y lo que pasa es delgadísima. Hay secuencias alucinantes que resultan ser sueños (recurso típico), otras que resultan ser falsos recuerdos inducidos por drogas (ya no tan típico) y otras que directamente, y haciendo honor al título de la serie, son mentira. O sea que es todo muuuy finito y hay que apuntar con mucha precisión para tener claro qué de todo lo que muestra Lapham pasó en la realidad y qué cosas sólo suceden en la mente de los personajes.
Estos últimos, con Danny Noonan y Sadie Dawkins al frente, presentan también un desafío de los bravos: los vemos mentir, cambiar de identidad, ponerse en pedo, drogarse con cualquier cosa, ver cosas que suceden en otra realidad, volver luego de recibir heridas tremendas… y todo el tiempo te queda la duda: ¿Son quienes dicen ser? ¿Qué de todo esto es verdad y qué no? Lapham saca notable provecho de las identidades, filiaciones, amistades y lealtades dudosas y ese flujo inestable entre los personajes (que se aman, se odian, se traicionan, se violan, se envidian, se ayudan, o directamente se desconocen unos a otros) le permite al autor construir excelentes situaciones basadas en la interacción y los diálogos, como para complementar toda esa parte más bizarra (digámosle “la conspiración”, para no spoilear) y toda esa parte más violenta. Young Liars es un comic inusualmente violento, donde se suceden las salvajadas y todo el tiempo vuelan patadas, piñas, tiros, bombas, botellazos, cuchillazos y garrotazos con bates de beisbol. Un amor.
La trama, aunque parezca una joda, resiste todos estos embates y avanza hacia un final que obviamente no es el que Lapham hubiese querido para la serie, pero es el que se le ocurrió cuando le dijeron “Flaco, cerramos en el n°18”. Y si bien el autor no llega a explicar absolutamente todo, cierra una buena cantidad de plots y nos deja con la imborrable sensación de haber leído algo distinto, novedoso y a la vez importante. Seguramente dentro de algunos años la crítica (o alguien) reivindicará a Young Liars como una obra maestra.
Del dibujo de David Lapham supongo que no hace falta hablar demasiado, porque casi todos habrán leído ya Stray Bullets, o Murder Me Dead, o Silverfish. Acá está un poquito más apurado que en sus trabajos anteriores pero, aún sin jugarle todas las fichas al impacto que puede producir con el dibujo, se mata en los fondos, los autos, la ropa de cada personaje y demás detalles (discos, guitarras, amplificadores) que suman muchísimo. El mayor esfuerzo de Lapham está puesto en la narrativa, que propone miles de trucos zarpados que le salen invariablemente bien, y en llevar adelante esta historia vibrante, hipnótica y llena de vericuetos. Young Liars es un canto (estridente y pegajoso, como un hitazo rockero) a la transgresión, a la ambigüedad y a la bizarreada. Ojalá Lapham encuentre otra editorial donde continuarla.

miércoles, 19 de mayo de 2010

19/05: LA GRANDE TOILE


La Grande Toile es una novela gráfica de Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti, más conocida como El Gran Lienzo, o (por lo menos hasta que se publique en Argentina) como “la secuela de La Burbuja de Bertold”. La verdad es que de secuela tiene poco: simplemente se nos aclara que la ciudad de Butania (escenario de La Burbuja…) se encuentra no muy lejos de donde se inicia la acción de La Grande Toile.
Esta vez casi toda la trama se desenvuelve en Unánima, que vendría a ser la Antártida. Y los protagonistas son Lorenzo y Lailuka, un ingeniero y una artista plástica, entre lo cuales (pese a varios conatos de onda) no pasa absolutamente nada. En realidad, en toda la novela no pasa absolutamente nada, salvo en tres páginas, cerca del final, donde hay algo así como acción (pero sin piñas, ni persecuciones, ni tiros). ¿Cómo hace Agrimbau para llevar adelante una historia de 46 páginas en las que sólo tres tienen acción? Y, con chapa y talento. En esta historia, al girar en torno a las artes plásticas (así como La Burbuja… giraba en torno al teatro), es muy importante la contemplación. Hay mucho para mirar, el ritmo es pausado, como cuando uno camina por un museo o una galería de arte mirando cuadros, y todo invita al deleite visual pero también a la reflexión.
En La Burbuja…, Agrimbau nos proponía un debate entre recitar el discurso oficial bajado desde arriba, o sublevarse al status quo en pos de la verdad. Acá el eje del debate (omnipresente y más gráfico que en La Burbuja…) se da entre un proyecto artístico personal y un proyecto grupal consensuado, en el que la sensibilidad de muchos quedará subsumida por el trabajo colectivo. El clivaje Grupo vs. Individuo es un tópico muy sensible entre los artistas, y sobre todo entre los que (como Agrimbau) se forjaron a partir del laburo en el under. Acá ese contrapunto anima buena parte de la trama, que además se enriquece con la originalidad de las locaciones y la sensación de maravilla que estas le provocan a Lorenzo y Lailuka, y que se nos transmite a los lectores con enorme precisión. Y para adornar un poquito el gran lienzo, hay excelentes personajes secundarios, un villano encubierto apenitas obvio, y muchos diálogos memorables, que hacen interesantísima la interacción entre todo este elenco.
Al final hay un giro absolutamente impredecible y brillante que no les puedo contar, pero que le da muchísimo sentido a todo lo que Lorenzo y Lailuka hicieron (y hasta a lo que dejaron de hacer) a lo largo del libro. Esto es ciencia-ficción de alta sofisticación. Tiene un cierto regusto a ciencia-ficción ochentosa, a esas maravillas que hacían Trillo, Juan Giménez, Enki Bilal, el Loco Barreiro, Altuna, Miguelanxo Prado… pero todo es mil veces más tranqui y más fino. Olvidate del “sexo, droga y rock´n roll” de la Zona84 y la Metal Hurlant. O no, porque Agrimbau consumió ese material y se le nota. Pero esta saga tiene otra onda, otra impronta, otro ritmo, y tal vez sea eso lo que la hace tan original y tan atractiva.
Nombrábamos a Juan Giménez, Bilal y Prado y por ahí hay que arrancar para explicar por qué el trabajo de Ippóliti es monumental. El rosarino supo abrevar en la obra de estos maestros y además bancarse muchísimas páginas de 8 ó 9 cuadros, darle a cada personaje rasgos individuales, inventar las obras pictóricas que son parte fundamental del guión, crear vehículos, máquinas, edificios, vestimentas… El clima helado, las texturas que le pone a esos cielos infinitos, todo está perfectamente cuidado y hace que esa contemplación que nos sugiere el guión sea absolutamente placentera y estimulante. Realmente un laburo consagratorio, para aplaudir de pie un rato largo.
Si te gustó La Burbuja de Bertold, esta te va a encantar. Y si no te gustó La Burbuja de Bertold, dudo que estés leyendo esto, porque hasta donde yo sé, en Marte no hay internet.

martes, 18 de mayo de 2010

18/ 05: HULK: GRAY


Otro bicho raro en el panorama del comic yanki actual es Jeph Loeb. ¿Cuántos Jeph Loeb habrá? ¿Será el mismo Jeph Loeb el que hace esas berretadas pochocleras que el que cada vez que se junta con Tim Sale pela una obra maestra? ¿Puede ser que un mismo tipo escriba porquerías tan hediondas como el Captain America de Liefeld y cosas tan maravillosas como Daredevil: Yellow? Posta, es muy raro. Con Tim Sale, tiene una sóla obra chota: una de Wolverine y Gambit que ni me acuerdo el título. Y después, cositas menores pero muy legibles, como Batman: Dark Victory. El resto, todo de grosso para arriba. Y de lo que hizo sin Sale, creo que lo único que disfruté fue Captain America: Fallen Son. ¿Qué le pasará por la cabeza a este señor? Vaya uno a saber…
Lo cierto es que la dupla-hit Loeb-Sale fue la responsable de una de las mejores historias de Hulk de todos los tiempos: Hulk: Grey. Acá, Bruce Banner se dedica a llorar a Betty en los escasos tramos que transcurren en el presente, pero la memoria nos lleva todo el tiempo al pasado, al origen de Hulk y a los primeros encuentros entre la bella y la bestia (uno de ellos, versionado tal cual en la peli de 2008). Todo en esta saga está perfectamente planteado, y los autores aprovechan al mango la posibilidad de armar una retro-continuidad que refleje y a la vez anticipe mucho de lo que va a pasar “después” entre Hulk y Betty, y el General Ross, y Iron Man, y Rick Jones, y... así todo. Claro, Loeb corre con la ventaja de haber leído todo “lo que va a pasar después” y así es fácil tirar esos guiños al que conoce la historia, un truquito muy ganchero que ya vimos en Batgirl: Year One.
Hulk: Grey es una historia profunda, trágica, vibrante y aguda como pocas veces hemos visto en el Universo Marvel. Las escenas en el presente, en las que Bruce interactúa con Leonard Samson, abren y cierran el libro, y sirven para establecer el clima melancólico y nostálgico de la saga. Como casi todas las buenas historias de Hulk, esta tiene una fuerte carga de psicología, de aventurarnos en los vericuetos de la mente de Banner a ver qué pasa. Y en general lo que pasa es grandote, verde y violento. Acá las emociones de Banner están a flor de piel, porque –como decíamos- lo atormentan los recuerdos de Betty Ross, el amor de su vida, por entonces fallecida (aclaremos que en Marvel y DC los muertos no están exactamente muertos; es extraño, pero bueno, funciona así la cosa). Y Loeb y Sale se agarran de esa historia de amor cuesta arriba, plagada de obstáculos y desencuentros, para reinterpretar en esa clave (la romántica, si se quiere) los nunca demasiado explorados inicios de Hulk. Y agregan tanto a la mitología del personaje que ni siquiera llegan al Hulk verde, o sea que todo lo que pasa acá se sitúa entre las dos primeras apariciones del mostro.
Por supuesto lo de “clave romántica” no significa que no hay machaca. Acá hay machaca y de la buena, de la que justifica que Tim Sale nos calce una cuantas de sus clásicas doble-splash pages que tanto molestan cuando las mete en otros trabajos, en los que no hacen falta. Además la acción está mucho mejor integrada a la trama que en Spider-Man: Blue, donde directamente los villanos y las peleas molestan e interrumpen la trama telenovelesca de Peter Parker y sus amigos.
Y el lucimiento de Sale no se circunscribe a las secuencias de acción. También la rompe en las escenas tranqui, en las expresiones faciales y en los fondos, las pocas veces que los dibuja. Lo complementa el siempre lujoso colorista Matt Hollingsworth, que trabaja con volúmenes el cuerpo de Hulk y con colores planos todo lo demás, y hace un enorme aporte a reforzar desde lo visual la ampia gama de climas que propone el guión.
Hulk: Gray es un gran comic. Tanto, que aunque no seas fan de Hulk te va a partir la cabeza. Otra gema de la época de Bill Jemas, el editor que –junto a Joe Quesada- llevó a Marvel a su nivel más alto en décadas, justo cuando empezaba este milenio.

lunes, 17 de mayo de 2010

17/ 05: 24SEVEN Vol.1


Caso extraño el de Image… No sé si alguna vez volverá a darse eso de que una editorial que en un momento surge de la nada y arrasa con todo, pase en poquísimos años de ser más hot que el calzoncillo de Johnny Storm a tener menos éxito que un Silver Solarium en Nigeria. Lo cierto es que esos cachetazos que se comió Image le sirvieron para hacerle aprender la lección que -con la humildad de los grandes- viene dando Dark Horse hace más de 20 años: Si querés que te vaya bien, dejale los superhéroes a Marvel y a DC y dedicate a otra cosa, buscá por otro lado”. Y sí, Image sigue adelante con varios comics superheroicos, y a alguno (Invincible) hasta le va bien. Pero si subsiste es porque supo “buscar por otro lado”, tanto con comics de autor (ya vimos Special Forces y Tasty Bullet) como con las antologías temáticas como Flight y la que hoy nos ocupa.
24Seven es un libro de muuuuchas páginas dentro del cual conviven (bajo una hermosa portada de Adam Hughes) nada menos que 35 historietas breves, algunas tan breves que tienen una sóla página. La consigna es que todas las historias están protagonizadas por androides o robots en una ambientación urbana. Y por supuesto, algunos autores exploran con buen tino el tópico de la vida artificial, mientras que otros cuentan historias de tipos y minas comunes, pero dibujados con cabezas de robots, para cumplir con la premisa del libro.
Al tratarse de historias cortas, es medio turro ponernos en estrechas y exigir guiones gloriosos. Ya sé que Eisner te partía el cráneo con siete páginas del Spirit y que Trillo y Altuna hacían maravillas en cuatro páginas de Las Puertitas del Sr. López. Pero igual se perdona que no todos los guiones tengan cosas grossas para aportarnos. Aún así, hay algunos realmente pulenta. El de Phil Hester es buenísimo y encima lo dibuja Mike Huddleston. El del ignoto Frank Beaton (dibujado por otro mostro, Ben Templesmith), también me encantó. El de Rick Remender tampoco está mal y el de Matt Fraction es excelente.
Fraction además se da el lujo de que su guión sea dibujado por el ídolo británico Frazer Irving, grosso entre los grossos. Que por supuesto no es el único prócer del dibujo que aparece en el libro. Por el contrario, 24Seven es un infalible catálogo de excelentes dibujantes. A Irving, Huddleston y Templesmith les tenemos que sumar a Alex Maleev, a Frank Teran (que firmó mucha historieta chota, pero acá se puso las re-pilas), al maestro Eduardo Risso (impecables dos paginitas), a Eric Canete con un laburo soberbio (lástima el “guión”), a Hilary Barta, a Tony Moore, al amigo Esad Ribic (con una secuencia muda fascinante, ilustrada como los dioses) a un monstruito al que descubrí gracias a este libro llamado Andy McDonald y a una bestia salvaje a la que descubrí gracias a mi amigo el Desgarreitor y del cual me hice fan: James Stokoe. Guarda con James Stokoe, de verdad. No todos los días aparece un autor así. Este pibe es una mezcla entre Vaughn Bodé, Taiyo Matsumoto y la época más lisérgica de los Humanoides Associés. Es un grosso de aquellos que hace que cada viñeta desborde de onda, originalidad y talento.
Y como si esto fuera poco, hay algunas historietas en las que tanto el guión como el dibujo la rompen. La de Hester-Huddleston y la de Fraction-Irving están ahí de justificar por sí solas la compra del tomo. Pero además hay un magnífico aporte de los mellizos brazucas Gabriel Bá y Fábio Moon, una historieta notable de John Ney Rieber y Chris Brunner, otra joyita del español José Luis Agreda (maestro) y una del glorioso croata Danijel Zezelj (seguiré insistiendo con él hasta que las masas se rindan a sus ilustres pies), donde nada importa si los protagonistas son humanos o androides, pero es fabulosa.
Las antologías son así (como la vanguardia): te comés algunos sapos, te encontrás con autores que se quedan en las buenas intenciones, y además podés ver a los consagrados probando cosas distintas, rumbeando para el lado de lo no obvio. Y por supuesto, lo más importante: descubrir a nuevos autores a los que vas a seguir forever, hasta encontrar su último unitario pedorro publicado en un fanzine croto de Hungría en 1982 y sólo traducido al turco por una editorial pirata que jamás pagó los derechos. 24Seven cumple sobradamente con todo eso, y es menester reconocer el mérito de Ivan Brandon, quien imaginó y coordinó este libro. Felicitaciones, máquina!

domingo, 16 de mayo de 2010

16/ 05: JOHNNY CARONTE: ZOMBIE DETECTIVE & THE REVOLVER


En 2005 la absolutamente ignota editorial yanki Alias publicó en EEUU este hermoso librito, que reúne dos historietas del astro mexicano Tony Sandoval. Por un lado, Johnny Caronte: Zombie Detective y por el otro, The Revolver, dos trabajos que no tienen ningún punto de contacto entre sí, por lo menos en el plano de la ficción.
Aún así, no es incoherente editarlas juntas, por dos motivos: 1) Son dos historietas breves (entre las dos juntan 50 páginas) y 2) Son las dos historietas de Sandoval más encasillables en algún género más o menos popular y, por ende, más comerciales que lo que hizo más adelante. Para la creación de Johnny Caronte, Sandoval contó con la colaboración de un guionista, Jaime Román Collado, y con su hermano Gaby, que entintó sus dibujos a lápiz. El guión de Collado es un gran acierto. La historia es un típico relato de policial negro, pero con un twist muy interesante: está ambientado en un mundo en el que todas las personas han muerto pero siguen adelante en forma de zombies. Como en todo policial negro hay cinismo, violencia, corrupción, femmes fatales y no-héroes que le dan al pucho, al whisky y al gatillo más de la cuenta. Pero ese mundo sombrío y crepuscular de zombies vestidos (y armados) le da a todo el asunto un atractivo muy original. La construcción de los personajes es certera, y la trama avanza a un muy buen ritmo, para llegar a un final redondo y más que satisfactorio. El dibujo de Tony no se luce tanto como en El Cadáver y el Sofá, pero seguramente porque este trabajo es bastante anterior y debe haber sido hecho en un tiempo mucho menor. Y si el aporte de Gaby Sandoval a las tintas no merece mayor ovación, sí corresponde destacar su laburo en el color, que está muy bien.
La segunda historieta, The Revolver, está escrita por el propio Tony, de nuevo entintada y coloreada por Gaby. Y la verdad que no es gran cosa. El guión es simplista, casi cabeza: una minita-demonio se afana del Infierno un arma poderosísima y se manda a matar demonios al plano terrenal, más precisamente a Barcelona (¿qué hacen todos esos demonios en Barcelona?, nunca se explica). Los capos máximos del Averno deciden entonces liberar a otra minita-demonio, prisionera desde hace milenios, y mandarla a recuperar el arma robada. Rápidamente se viene la machaca (el cat-fight) y el final, que nos deja con gusto a poco. Esta historieta parece ser anterior a la de Johnny Caronte y nos muestra a un Sandoval bastante más precario que el que alcanzará la gloria con sus obras posteriores. El dibujo es raro, como si Tony no se decidiera entre Miguelanxo Prado y Ted McKeever, y también tiene cositas de Sergio Bleda, el muy buen dibujante español surgido en los ´90. Pero compensa estas falencias con una narrativa que sólo se puede definir como impecable: no sólo porque Tony se zarpa en las escenas de acción (infrecuentes en otras obras suyas), y las plasma con vertiginosa maestría, sino porque hay varios cambios de ritmo, páginas con muchos cuadros, splash pages y secuencias arriesgadas, que uno se las imagina dibujadas por el Sandoval de ahora y se derrite de la emoción. Acá también, el trabajo de Gaby en el color merece ser resaltado y sumado a la columna de lo positivo.
La edición yanki incluye también varios pin-ups de Johnny Caronte, algunos desgarradoramente chotos y un par alucinantes (sobre todo uno dibujado por una especie de clon de Carlos Nine), pero los animalitos de Alias no se tomaron el laburo de aclararnos a qué autores pertenecen las ilustraciones. Es lo que hay…
Para rematarla, estas historietas no están ni cerca de las genialidades más recientes de Sandoval (las que edita La Cúpula), pero están buenas para entrar en el maravilloso universo del ídolo azteca por el lado más accesible, tanto en cuanto a las temáticas como en cuanto al precio, ya que –por lo menos si buscás la edición yanki- estamos hablando de no más de seis dólares, o sea, nada que ver con los precios genocidas que hay que gatillar por las ediciones españolas. Que son majestuosas y valen cada centavo, obviamente, pero duelen más que un clavo abajo de una uña, una palmera en el orto o la discografía completa de los Pibes Chorros...

sábado, 15 de mayo de 2010

15/ 05: AYAKO Vol.2


Lógicamente, no me podía resistir demasiado a la tentación de leer el final de esta obra de Osamu Tezuka cuyo primer tomo me había elevado el cebamiento a niveles que traspasaron la estratósfera, la escala richter y la temperatura de un horno de fundición, todo al mismo tiempo. Y ahora sí, lamentablemente, para explicar por qué me gustó este tomo voy a tener que contar cosas de las que no quise contar en la reseña del anterior, o sea que hay serios riesgos de spoilers.
La segunda parte de la saga arranca, como era lógico, con el día en que finalmente se reúne la familia Tenge para leer el testamento del todavía moribundo Sakuemon. La última voluntad del otrora poderoso terrateniente hace explotar las pasiones: el hijo mayor, Ichiro, desplazado en el reparto de la herencia por su esposa Sue (y amante de su padre, con quien concibiera a Ayako), decide eliminar a su mujer para quedarse con todo. Poco después muere Sakuemon y Naoko descubre la relación entre Ayako y Shiro, lo cual enfrenta a los dos miembros menos malos de la familia Tenge.
De ahí pegamos un salto de 10 años, y la decadencia de los Tenge ya es notable. Con Ichiro a la cabeza, el latifundio no logra resistir a los embates de un gobierno que quiere modernizar la región rural de Idogawa y, forzados a demoler el granero en cuyo sótano vive escondida Ayako, otra vez Shiro e Ichiro confrontan por el destino de la hermana menor. Finalmente Ayako termina en la casa de la madre de los Tenge, quien le revela a la ahora mujer de veintisiete años otro secreto shockeante: durante años, un misterioso benefactor domiciliado en Tokyo depositó muchísimo dinero en una cuenta de ahorro a nombre de Ayako. Con ese dato, Ayako huye de la finca rumbo a la gran ciudad para encontrarse con el poderoso empresario Tomio Yutenji, que no es otro que su hermano Jiro, que cambió de identidad luego de traicionar a los militares yankis para los que espiaba.
Y ahí la cosa se hace definitivamente policial: Tezuka nos revela todas las conexiones de Tomio con el hampa, su red de impunidad tejida a base de sobornos a políticos y su rivalidad con otra banda mafiosa que controla los negocios turbios de Tokyo. Y reaparece el inspector Geta, que lo viene siguiendo a Tomio de hace 20 años, cuando se llamaba Jiro y participó del asesinato del novio de Naoko. Todo este tramo es gekiga clásico, oscuro, sórdido y realista al mango. En el medio, Ayako trata de adaptarse sin demasiado éxito a la vida en la ciudad, bajo el atento cuidado de Tomio. Aún así, otro personaje entra en escena y conquista a la ex-cautiva: nada menos que Hanao Geta, el hijo del policía que investiga a Tomio.
La tensión crece alrededor del empresario/ capo-mafia y una traición en el seno mismo de su entorno lo fuerza a dejar Tokyo y regresar a la finca de los Tenge, donde Ichiro y Shiro deciden ocultarlo de la cana en una pequeña mina de carbón. De a poco, todos los personajes confluyen en ese lugar y todo está listo para un desenlace electrizante, en el que salen a la luz todos los crímenes, las traiciones, las mentiras y las miserias que enchastraron las vidas de esta familia y de todos los que tuvieron la mala suerte de estar cerca de ella. Y hasta ahí llego. No puedo contar qué pasa, ni quiénes mueren y quiénes sobreviven. Pero es impresionante.
Lo que hace Osamu Tezuka en esta saga es directamente dar cátedra. Logra cerrar todas y cada una de las puntas que abrió a lo largo de casi 700 páginas en las que desarrolló una trama complejísima, que abarca 25 años en la vida de 10 ó 12 personajes importantes y todo cierra de modo brillante. El Manga no Kamisama regula la tensión y los volantazos de la trama para mantenernos todo el tiempo al filo del asiento, a la espera de una pausa, o de algo que nos permita respirar. La asfixia narrativa llega al clímax en un secuencia de 45 viñetas en las que (como si fuera una obra de teatro) Tezuka repite siempre el mismo decorado y siempre el mismo enfoque, mientras los personajes entran, salen, se besan, discuten, se cagan a trompadas, y se tratan de matar y violar unos a otros. Posta, nunca había visto algo así, ni siquiera en Cerebus.
Ayako es una tragedia familiar, pero también un thriller policial, condimentado con mucho de runfla política y con todas las atrocidades que se te ocurran en materia de crímenes, lujuria y corrupción. Y también es una de las mejores historietas de Tezuka, allá arriba, con MW, Oda a Kirihito, Apollo´s Song y alguna otra de las que realizó el Dios del Manga en aquel alucinante descenso a las profundidades del gekiga con el que nos sorprendió en la década del ´70. Gloria infinita para él.

viernes, 14 de mayo de 2010

LUCHA PELUCHE Vol.1


Una vez más, un libro aparecido hace muy poquito me obliga a transgredir mi disciplina, que consiste en leer el material en el orden en que lo voy consiguiendo. Pero esta vez el cebamiento es más fuerte. Y la objetividad más frágil que nunca, porque se trata del libro del Niño Rodríguez, de quien soy amigo hace más de 20 años, cuando los dos éramos niños de verdad.
Allá por 1987, cuando tanto el Niño como yo hacíamos nuestras primeras armas en el mundo de los fanzines, este animal rosarino ya daba cátedra. Resolvía con total solvencia todo tipo de desafíos historietisticos, clonaba cualquier estilo (incluso algunos difíciles, como el de Bilal o el de Juan Giménez), demostraba un talento alucinante para la sátira y cuando lo veías dibujar, te convencías de que dibujar (y bien) era lo más fácil del mundo. Y esto con 18 años, mucho antes de empezar a publicar profesionalmente en medios de alcance nacional, o de hacerse conocido fuera del under rosarino… Imaginate ahora, que lleva más de 20 años de laburo constante, que egresó de Bellas Artes, que la rompió en la historieta, la ilustración, la animación y hasta en el diseño de decorados para programas de TV (Ver Para Leer y RSM).
Y bueno, cuando en 2008 le llegó la oportunidad de hacerse cargo de una tira diaria (desafío jodido si los hay), el Niño respondió con la categoría de los grandes. Lucha Peluche es, por afano, lo mejor que apareció en los diarios argentinos durante los dos años y monedas que duró el recién extinto diario Crítica. Las tiras que componen este tomo recorren aquellos tumultuosos meses de la famosa crisis que enfrentó al campo con el Gobierno, pero además de cubrir ese suceso de modo desopilante y genial, el Niño habló de todo eso con una altura tal, que quedó más allá de la coyuntura. Hoy lo leés, y por ahí ni te acordás de todo ese kilombo, pero las tiras son excelentes igual.
Lucha Peluche tiene todo: personajes tiernos e ingeniosos como Mafalda, personajes jodidos y grotescos como La Nelly, comentarios irónicos sobre la realidad nacional como Clemente, reflexiones inteligentes como la tira de Rep, y un dibujo personal e hipnótico como el de Macanudo. Y además chistes geniales, para reirse en serio, con carcajada posta. ¿Cuánto hacía que una tira diaria nacional no me arrancaba una carcajada? La última debe haber sido en el… tercer o cuarto tomo de Macanudo…. Acá hay un montón de momentos que te parten de la risa. El mejor, o el que a mí más me hizo reir, fue la aparición de Brazuca Joe, el indigente brasileño que se encuentra con Morta Dela, uno de los protagonistas. Pero hay un montón de momentos graciosísimos y frases geniales (“el capitalismo es un chancho vendiendo jamón”).
Aunque están ambientadas en un lugar neutro, al que sólo se nombra como “el culo del mundo”, las tiras de Lucha Peluche tienen muchas referencias a nuestra realidad política. El Niño sorprende al repartir los palos para todos lados, con notable criterio y ecuanimidad. Hay palos para todas las ideologías, para el Gobierno, para la oposición, para el campo y hasta para Dios. Pero la peor parte se la llevan los medios de comunicación, representados por Tony Torres, un periodista abyecto, genuflexo, sensacionalista y ventajero, que manda cualquier fruta por un punto de rating o por algún beneficio para él o para el multimedio en el que labura. Hoy que tanto se cuestiona el rol de los medios y del “periodismo independiente”, esta tira tiene muchísimo para aportar al debate.
Los demás personajes también tienen momentos magistrales y todos contribuyen a que leer la tira recopilada resulte una experiencia 100% gratificante, incluso para el que ya las leyó de una por día, ya sea en el diario o en la web. El universo de Lucha Peluche es absoutamente seductor y entre sus viñetas se respiran dos sensaciones: la de un caos perfectamente ordenado por un autor que sabe lo que quiere y cómo transmitirlo, y una enorme libertad que le permite el Niño zarparse a gusto y piaccere ya sea con el humor negro, la sátira sociopolítica o el lenguaje subido de tono. Lucha Peluche gana por puesta de espaldas, por knock-out, por afano y por si acaso. Ojalá que el cierre del diario en el que se publicaba no sea óbice para que De la Flor edite más recopilaciones de esta maravilla del Noveno Arte.

jueves, 13 de mayo de 2010

13/ 05: CLAUDIO CUECO


La primera vez que el maestro valenciano Daniel Torres publicó una historieta en forma profesional fue en 1980, en un número de El Víbora (que tengo por ahí). La historieta era Asesinato a 64 Imágenes por Segundo y en sus 15 míticas páginas hacía su primera aparición la versión más conocida de Claudio Cueco, un personaje al que Torres ya había usado alguna vez para unas planchas humorísticas que nunca se publicaron.
Este Claudio Cueco, el de Asesinato… es un detective privado clásico, perfecta réplica de los duros antihéroes de la novela negra americana, pero con cara de pájaro. Es un detalle, nomás, tanto que –extrañamente- el resto de los personajes, todos ellos humanos normales, no parecen notarlo. Esta primera historieta es perfecta, redonda, y sienta las bases de lo que va a hacer Torres con Claudio las veces que vuelva visitarlo, que van a ser muy pocas. En Asesinato… hay femmes fatales, muertes truculentas, villanos despiadados y mucho hijo de puta dispuesto a perpetrar las más abyectas traiciones por un buen fangote de guita. Entre ellos el propio Claudio Cueco, que de altruista no tiene una pluma.
Al año siguiente, en 1981, Torres regresó con una saga extensa, de 46 páginas. El Angel Caído nos invita a seguir a Claudio en una aventura por medio mundo, mucho más compleja que la anterior, con más personajes que entran y salen de escena, y por supuesto rosquean, se espían, se encaman y se traicionan sin el menor escrúpulo. Acá vemos bastante más del universo retro en el que transcurren estas historias, en el que Torres hace coexistir los autos, las armas y la ropa de la década del ´40 con avances tecnológicos que en 1982 estaban muy, muy lejos, e incluso con una posguerra, pero de la Tercera Guerra Mundial. El truco del retro-futuro será de aquí en más una marca registrada de Torres y lo llevará al extremo en la saga de Roco Vargas, que iniciará cuando se despida de Claudio y será su trabajo consagratorio.
La tercera historieta (aunque en el recopilatorio de Norma la hayan puesto primera) es la única realizada por Torres a todo color, con color directo, y también data de 1982. Otra vez nos encontramos con una historia sórdida y un final que destila hectolitros de mala leche. Además (al igual que un segmento de El Angel Caído) la trama se sitúa en Valencia, la ciudad natal de Torres a la que no se cansa nunca de dibujar. Y finalmente Claudio Cueco reaparece El Enigma de la Torre, la historia más breve del personaje, desarrollada en apenas ocho tiras de cuatro viñetas. Aún así, el autor se las rebusca para plantear una historia para nada burda ni banal y resolverla con solvencia.
Es muy loco que casi siempre se habla de Daniel Torres como un maestro del dibujo (que lo es, obviamente) pero pocas veces se hace hincapié en lo grosso que es como guionista. En estas cuatro historias lo demuestra con una cancha y una amplitud demoledoras.
Pero vamos al dibujo, que es un rubro sumamente interesante, porque al tener cuatro historias de cuatro años distintos se nota con toda claridad la impresionante evolución que experimentó el artista en un lapso de tiempo increíblemente breve. En las dos primeras historias, Torres parece buscar su identidad gráfica, a mitad de camino entre la línea chunga y una línea de realismo retro. A esto le suma su talento nato para la narrativa y su gran manejo de las tramas mecánicas, y ya está. Alcanzó para ponerlo en el mapa. Pero en la tercera historia ya aparece (además del color) el otro Torres, el que lleva a su cénit a la línea clara valenciana, el zarpado que reinterpreta la línea clara pop y psicodélica del maestro Miguel Calatayud (también valenciano) y le pone el filo, la ironía y la impronta “diseñosa” que requerían los modernísimos ´80, en los que la estética era lo fundamental. En esa historieta (Cartón Mojado) está todo lo que va a coronar a Torres cuando se sume a la revista Cairo y publique Tritón, la primera aventura de Roco Vargas. Y en las tiras que componen El Enigma de la Torre lo vemos afianzarse en el manejo de la iluminación e incluso terminar de definir su rotulado, con esa forma tan calatayudiana de dibujar las letras, que lo caracterizará durante años.
¿Viste esas bandas que sacan su primer disco y decís “Nah, me están jodiendo… Estos tipos tocan juntos hace 20 años, no pueden sonar así si son pendejos que graban por primera vez”?. Bueno, Claudio Cueco es eso, el disco debut de una banda que la rompe desde el primer tema, una especie de The Hurting (de Tears for Fears), que también es de 1983, como El Enigma de la Torre. Daniel Torres es grosso hace 30 años y cada día canta mejor.

miércoles, 12 de mayo de 2010

12/ 05: KINGYO USED BOOKS Vol.1


Kingyo Used Books es, además de un excelente manga, un canto de amor al manga. Las siete historias que componen el tomo giran en torno a una librería que se especializa en vender mangas usados, a aquellos que quieren reencontrarse con las historias que los emocionaron en la infancia y la juventud. Y por supuesto, también a los geeks pasados de rosca que quieren tener las “figuritas difíciles”, como las primeras ediciones de algunas obras clave en la historia de este medio.
La mangaka a cargo de abastecer las bateas de esta librería con sorpresas y emociones es Seimu Yoshizaki, a quien jamás había oído nombrar, pero a la que se le nota el talento y la pasión por el tema que toca y por los personajes que construye para llevar adelante los distintos relatos. El dibujo es muy, muy bueno. No es majestuoso, no es super-personal, pero tampoco es la típica mangaka que vemos en los shojos de Ivrea, esas que desconocen por completo las reglas básicas de la narrativa y se zarpan metiendo personajitos cutes y deformes, o textos kilométricos en los que te explican en qué mierda estaban pensando mientras sacaban con fritas las páginas para llegar a tiempo a la peluquería, a hacerse los rulos en los pendejos. Preparate para descubrir a una mangaka muy completa, difícil de encasillar, que trabaja muy bien los climas, los gestos, los fondos… todo con una solidez notable.
El manga está lleno de información sobre otros mangas. Los personajes son expertos y a veces asesoran a los clientes con data muy grossa sobre series, autores y hábitos de consumo de los comiqueros nipones, data que la autora complementa con breves notas a los costados de las viñetas y que el especialista Hiroshi Hashimoto desarrolla en artículos que se publican al final del tomo. Todo eso, más los propios hallazgos del guión, que no son pocos, contribuye a crear un clima en el que gobierna la pasión, el cebamiento, el saber conectarse con la emoción o la alegría que sólo el buen manga te puede brindar.
Entre muchos detalles riquísimos y placenteros, destaco tres. El momento del primer episodio en el que el tipo que consulta en la librería para vender sus mangas aclara que no es un otaku para que no lo miren mal, revela con elocuencia cómo en Japón ser otaku es una especie de patología nefasta, como ser barrabrava, pedófilo o afiliado al PRO. Por otro lado, el episodio en el que uno de los empleados de la librería descubre un tomo del Teniente Blueberry (clásico del comic francés, creado por Jean-Michel Charlier y Jean “Moebius” Giraud) es un acertado estudio acerca de cómo se relacionan los japoneses con el comic occidental, qué les pasa cuando lo leen, qué entienden y qué no, y lo bizarro que les resulta la forma en que se publica la historieta en Europa: el álbum grandote, con tapas duras, 46 páginas de historieta a color y papel finoli, para los ponjas es una marcianada indescifrable… pero el amor es más fuerte, y Shibasan rápidamente ve cómo Charlier y Giraud derriban las barreras entre el manga y la bande dessinée y se hace fan a muerte de Blueberry.
También sobresale el capitulazo de Ayu Chan y Okadome, los buscadores de mangas raros en tiendas antiguas a las que ya nadie visita. Lejos el mejor dibujado, este episodio cambia el foco, se concentra en personajes que hasta acá no habíamos visto y nos explica de qué se trata la apasionante profesión de los sedoris, todo eso en medio de una historia conmovedora y con un final demasiado bueno para ser real.
Si alguna vez sentís que tu pasión por el manga está en declive, que ya no te cebás tanto como antes con esas historias, esos autores y esos personajes con las que alguna vez deliraste, la fórmula infalible es visitar la tienda de libros usados de Kingyo. Ahí te van a dar para que tengas, y te vas a querer quedar a vivir, como creo que nos pasó a todos los que tuvimos la suerte de leer este manga.

martes, 11 de mayo de 2010

11/ 05: ECLIPSO: THE MUSIC OF THE SPHERES


Este comic es un claro exponente de un montón de las cosas que DC hace mal, y por eso está bueno comentarlo.
La principal cagada que se mandan una y otra vez es tratar de volver para atrás todos los desarrollos de personajes, a los que en algún punto se decidieron a hacer avanzar, con o sin sentido, en historias copadas o aberrantes. Acá la onda es recuperar el nexo entre Eclipso y Bruce Gordon, luego de que otros dos personajes menores (Alejandro Montez y Jean Loring) hayan hecho lo suyo como huéspedes de la entidad que encarna a la venganza. ¿Para qué volver a Bruce Gordon? No se sabe. ¿Es un buen personaje? Definitivamente, no. ¿Estaba bueno que Jean Loring fuera Eclipso? Definitivamente, tampoco.
Pero bueno, ahí va el prolífico Matthew Sturges, a tratar de darle chapa al Spectre actual (Crispus Allen), que tiene pasta como para ser un buen personaje, pero le falta suerte con los guionistas. ¿Qué hace el Spectre en un comic de Eclipso? Mantenerlo en jaque, porque DC no se anima a que los malos ganen, ni siquiera cuando les dan serie propia. Además, al igual que en la serie de Eclipso de principios de los ´90 (la que estaba buena), el villano recluta entre sus filas a algunos héroes “eclipsados”, siempre segundones y tercerones sin revista propia, pero con un puñado de fans que por ahí compran este comic porque aparecen Creeper, Plastic Man o Hawk & Dove. También aparece Huntress, pero no se entiende bien para qué, porque ni siquiera llega a estar eclipsada. Sturges la usa (poco y mal) para contarnos cosas sobre el empresario corrupto que logra reconstruir (con mucha guita y el asesoramiento de un brujo malo) el Corazón de la Oscuridad, la gema que le da el poder a Eclipso.
Otra cagada clásica de DC: inesperadas vueltas de tuerca a los orígenes de personajes que están ahí hace más de 40 años y de los que ya nos habían explicado todo, de modo más o menos convincente. Acá Sturges mete una escena en la que Darkseid explica que los diamantes negros de Eclipso fueron extraídos de una mina de Apokolips, y forjados por orden suya. ¿Sirve para algo esta revelación? No, y contradice historias anteriores, en las que la relación Darkseid-Eclipso estaba planteada en otros términos.
Otra: por la mitad del tomo, Eclipso (que todavía habita el cuerpo de Jean Loring) se caga a trompadas con Mary Marvel. La entidad abandona a la ex-esposa de Atom y esta cae al océano. Y chau. No la vemos más, ni a ella ni a Mary Marvel. ¿Qué carajo pasa acá? Fácil, esto se serializó en la revista Countdown to Mystery, que está muy relacionada con la horrenda maxisaga Countdown. Ahí está desarrollado el plan de Eclipso para corromper a Mary Marvel y nos enteramos qué pasa con ella y con Jean. Pero eso no aparece en este tomo, y ni siquiera hay una nota al pie, que diga “leé tal comic para saber qué les pasó a estas dos pelotudas a las que no les pensamos dedicar ni una viñeta más en este broli”.
Y una más: Cuando van menos de 50 páginas, el dibujante Stephen Jorge Segovia (que arranca power, con un estilo impactante, onda Leinil Francis Yu) baja 132 cambios y empieza a dibujar a los pedos, sin ganas. Y después, ni siquiera dibuja todos los episodios, sino que en las últimas 110 páginas tendremos que alternar entre Segovia a media máquina y un verdulero de la B Metropolitana (cerca de irse a la C) llamado Chad Hardin, que lo poco que dibuja bien se lo afana a Doug Mahnke. Posta, es un dibujante inmundo, con cero onda. En sus primeras páginas, en cambio, Segovia se pasa un poco de pochoclero, pero sin meterse en mayores bretes narrativos y con viñetas (ya que no secuencias) realmente logradas.
Y bueno, sir ser un asco ilegible, esta saga evidencia más problemas que Medio Oriente, y son todos problemas que DC parece no poder o no querer solucionar, porque son los mismos que se repiten una y mil veces cada vez que salen a chorear con las sagas crossovereadas, los dibujantes que no cumplen con las fechas, los guionistas que mandan cualquier fruta y los coordinadores que aprueban revivals innecesarios de conceptos que están más perimidos que el diskette de 3 y ½. Es lo que hay…