el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 31 de marzo de 2010

31/ 03: AMASALA


En general, entre que sale un libro y que yo lo leo y lo reseño pasan más o menos cuatro meses. Hoy no me puedo dar ese lujo. Amasala salió hace poquitas horas y yo estoy tan cebado que no puedo leer otra cosa y mucho menos analizarla como para escribir una reseña.
Amasala es otra salvajada de Gustavo Sala, el genio que pasó del under marplatense a la Comiqueando y de ahí a la conquista del Universo. En estas páginas nos reencontramos con algunas historietas de la Comicu Clásica, varias que ya habían sido recopiladas en el hoy mítico FalSALArma (es más fácil encontrar el Santo Grial o un macrista honesto que un ejemplar de FalSALArma), material de Vagina Joe y cositas dispersas de Fierro, Lule le Lele, revistas y fanzines de España y muchos medios más que cuentan con el siempre atractivo aporte de Gustavo.
Me gustaría agarrar para el lado menos explorado, que es el del dibujo. Casi nadie habla del dibujo de Gustavo y es lógico, porque a todos nos detona el cerebro su humor, su universo bizarro y retorcido donde los tipos se llaman Ricardo, Mauricio o Aníbal, donde puede pasar cualquier cosa y cualquiera puede transformarse en cualquier cosa y terminar penetrado por cualquier otra cosa. Eso es genial y sobre todo es original. Queda claro cuando otros autores más jóvenes tratan de imitar a Gustavo: uno al toque reconoce los “salismos”, porque ya son marcas de fábrica.
Pero el dibujo es todavía más difícil de imitar. Gustavo viene de la tradición española de Ibáñez y Vázquez, mezclada en un cóctel obsceno con los autores yankis más kilomberos, básicamente Crumb y Bagge. A todo eso hay que sumarle un elemento más (que subraya con habitual precisión el maestro Juan Sasturain en el texto con que abre Bola Triste): la compulsión de Sala por no dejar espacios vacíos, por dibujar hasta el último rincón de la viñeta en un despliegue de agorafobia al que acompaña a la perfección el trazo jugado y pulentoso del marplatense. Cualquiera que lo trate de copiar se cansa a la mitad de la segunda viñeta.
La posibilidad de ver en un sólo libro trabajos que van de fines de los ´90 hasta hoy nos sirve como testimonio elocuente de cómo Gustavo se afianzó en un estilo, qué cosas dejó de hacer, cuáles perfeccionó, a cuáles vuelve cada vez que no se le ocurre nada mejor. Hoy las guarradas causan el triple de gracia, porque se nota que están puestas ahí por un super-profesional, no por un pichi que sólo sabe hacer eso y al que si lo sacás de los chistes de pija y concha queda más perdido que José Luis Perales desde que se separaron los Redondos. Gustavo vuelve todo el tiempo a la pija, la concha, los fetos abortados, las acabadas en la cara y la gente que caga sandwiches de milanesa o abogados, pero no porque no pueda ir más allá, sino porque adoptó esas temáticas como propias y porque siempre le encuentra la vuelta para que el chiste sea brillante. Por si cabe alguna duda, en paralelo hace chistes sobre estrellas de la música en Bife Angosto, y durante un par de años contó las simpáticas aventuras de un nene y su robot en las páginas de Genios. Y sí, fuera de las atrocidades sexuales o escatológicas también le fue muy, pero muy bien.
En fin, si te gustan los chistes asquerosos, con pedofilia, necrofilia, zoofilia, incestos y Fabián Gianola, ya sabés que en Argentina hay un historietista de la San Puta, capaz de darte una sobredosis de todo eso y lograr que te rías a carcajadas aunque te estés agarrando un huevo con la puerta. Amasala te da la posibilidad de capturar muchas de esas joyas sueltas de Sala y conservarlas en tu biblioteca, hasta que te mandes la boludez de prestarlo. Sabelo: NADIE devuelve un libro de Gustavo Sala.
Y ya que estoy, el chivo: conseguilo por sólo $ 20 en las mejores comiquerías del país.

martes, 30 de marzo de 2010

30/ 03: INCOGNITO


Volvemos con el imparable Ed Brubaker, esta vez para descubrir una obra que Marvel publicó en su sello Icon, que es el que permite que los autores retengan el control sobre sus creaciones. Incognito, por ahora, es la única historia ambientada en este universo (que va más para el lado del pulp que para el lado de los superhéroes), pero podría ser tranquilamente un comic de WildStorm, o de la línea ABC, o de la nueva línea pulp de DC. La publica Icon simplemente porque Marvel paga mejor.
La temática de Incognito es una especie de contracara muy, muy original de Sleeper, esa otra joya de Brubaker y su socio ideal, el dibujante Sean Phillips. Acá en vez de un héroe infiltrado en el bando de los villanos, tenemos a un ex-villano que trata de reinsertarse en la vida “normal”. Los otros villanos creen que murió junto con su hermano gemelo, pero Zack Overkill ahora es Zack Andersen y, con los poderes inhibidos por unas drogas que le suministra el FBI, trabaja en una oficina y vive una vida gris y mediocre. ¿Cuánto puede aguantar en esa situación un tipo acostumbrado a masacrar, robar y violar a gusto y piaccere? Obviamente, Zack recuperará sus poderes, volverá a enmascararse y los lectores tendremos la respuesta a ese y otros enigmas en un thriller apasionante, lleno de traiciones, manipulaciones, explosiones, sexo, drogas y corrupción.
Detrás de Zack y de los otros personajes con superpoderes hay una historia larga, más de 100 años de background en los que se entrelazan las referencias a los pulps de los años ´30 e incluso a Tom Strong, el héroe de Alan Moore que incorporó esa ficción pre-Superman a un universo y una forma de narrar más cercana a la de los superhéroes. Lo bueno es que Brubaker dosifica perfectamente esa data para no agobiarnos, y aún así cada personaje que entra en escena (ya sea para espiar, ayudar o boletear a Zack) está perfectamente presentado y definido. Con las últimas piezas del rompecabezas en su lugar, todo tiene muchísimo más sentido, pero el guionista acierta al mantener parte de la trama tras los velos del misterio, la conspiración y la mentira acerca del origen del protagonista.
La cantidad de emociones, sensaciones y hasta confusiones que vive Zack en estas 144 páginas es impresionante. Brubaker trata de hacernos sentir en carne propia cada una de ellas y si lo logra, es porque las motivaciones y la forma de pensar de Zack están perfectamente definidas y explicadas. Tanto que, incluso sin hacernos hinchas de este tipo jodido y retorcido, casi todo lo que hace nos parece lógico y justificable. Zack lleva el peligro en las entrañas y tiene el corazón destrozado por la muerte de su hermano, y cuando estás así de jugado, la más mínima chispa puede detonar un arsenal y hacer que todo, incluso las runflas mejor armadas, vuele a la mierda.
El trabajo de Sean Phillips acá es tan grosso como en Sleeper y Criminal. Después de aquellos comienzos erráticos a principios de los ´90 (donde lo vimos estropear algunas historietas muy bien intencionadas), Phillips evolucionó y se empezó a afianzar en un nivel de calidad que lo encontró a principios de este siglo claramente posicionado entre los narradores más sólidos del medio. Acá nos vuelve a impactar con sus dotes para el claroscuro, esos primeros planos que parecen entintados por Kevin Nowlan y los constantes homenajes a su ídolo, el inolvidable Jorge Zaffino. Con su mezcla alquímica entre una especie de slice of life urbana, bastante serie negra y no poca machaca entre chabones y minitas con superpoderes, Incognito es una obra difícil de dibujar, muy demandante para quien tiene a su cargo plasmar todo eso en el papel. Phillips lo hace de taquito, como si fuera una boludez, y además como si le leyera la mente a su compañero. Hay que hacer un esfuerzo para percibir que esta obra tiene dos autores y no uno sólo, a cargo del guión Y el dibujo.
No te pierdas esta gema manchada de sangre. Te va a poner nervioso y te va a sacudir de verdad, como las buenas historietas para lectores exigentes.

lunes, 29 de marzo de 2010

29/ 03: FIN DE SEMANA


A veces, detrás de una historieta de apariencia vanguardista puede esconderse un mensaje sumamente reaccionario. Tal es el caso de esta obra maestra cuasi-desconocida del comic español de los ´80, que un día me sonrió desde una mesa de saldos y me hizo muy feliz.
Fin de Semana es un producto típico de principios de los ´80: de apariencia marchosa (así se le decía en España a lo cool) y ultra-moderna (porque todavía no se hablaba de posmodernidad), la novela gráfica se serializó en la super-sofisticada revista Cairo, nos muestra a personajes que parecen corporizar el slogan de Sexo, Droga & Rock´n Roll, y hasta diálogos entre chicas que evalúan los pro y los contras de tragarse la lechita o entregar el marrón. Por si faltara algo, el estilo del dibujante está a medio camino entre la línea chunga de Gallardo y Mediavilla y lo que hoy se conoce como “estilo atómico”, cuyos referentes del momento eran Yves Chaland y Daniel Torres. Más ochentoso, imposible.
Pero hete aquí que el protagonista es Eduardo Vidal, el típico intelectual amargo, que razona más de la cuenta y se impide a sí mismo disfrutar y ser feliz. Eduardo encarna los valores tradicionales: como profe de literatura detesta el hedonismo vacuo de sus jóvenes alumnos, y en los ratos libres es el único que prefiere escuchar óperas y leer a Proust en vez de clavarse una anfeta y bailar toda la noche con David Bowie y The Human League. Eduardo, con su mirada irónica y pesimista, es el único que trata de parar la pelota y pensar en lo que está pasando, pero a regañadientes y con un par de copas de más, termina él también embarcado en esta road movie partuzera que lleva a estos cuatro amigos (de veintimuchos o treintaypocos, no se sabe) a recorrer media Cataluña de fiesta en fiesta, de B-52s a Supertramp y de Devo a Ultravox.
El ritmo frenético del guión baja muchos cambios cuando Eduardo y su grupete (Eva, Carlos y Marisa) caen el la granja de los hippies, tipos de 30 a los que hace ocho años que se les carbonizó el cerebro. Acá la melancolía busca un huequito por donde colarse, pero le gana de mano la bajada de línea. El autor usa claramente esta secuencia para decirle a sus coetáneos “Sigamos con este festival de la frula, la heroína y las pastas y en cinco años, los más afortunados vamos a estar cultivando la tierra de esta granja, y los menos, criando gusanos abajo de la misma”. Después arranca el tramo final y está claro que nadie termina bien. Eduardo será siempre igual de infeliz aunque mejor pago, a Carlos lo derrotará el alcoholismo, a Eva se la llevará una sobredosis de heroína y Marisa, la ligera de cascos, seguirá buscando sin éxito al hombre ideal.
Los autores también seguirán distintos caminos. Ramón de España, el guionista, escribirá algunas historietas más (varias de ellas brillantes), pero siempre será mucho más reconocido por su labor en el campo de la crítica y el periodismo. Montesol, el dibujante, pronto se volcará de lleno al estilo atómico, donde se convertirá en un grosso consumado, para desaparecer a principios de los ´90, como tantos dibujantes de la década anterior. Pero quedará un testimonio, que es este.
Fin de Semana es slice of life de alto vuelo, un retrato certero y jodido, pero a la vez un semáforo amarillo, para esa segunda belle epoque a la que la aparición del SIDA pondría un prematuro punto final. Sin predicar, sin acusar ni juzgar a nadie desde el púlpito, Ramón de España y Montesol nos tiraban la onda de que la partuza de 24 horas corridas podía no estar tan buena, y que la combinación entre sexo, droga y rock´n roll también puede terminar para el orto. Todo esto en una anti-aventura llena de diálogos magníficos, personajes entrañables y una sensación de libertad tan salvaje como la de los hippies del ´68, pero estéticamente más linda. Un comic de vanguardia, con un mensaje reaccionario y que funciona a la perfección. No es fácil, se los aseguro.

domingo, 28 de marzo de 2010

28/ 03: DMZ Vol.6


Después de un tomo de transición, de pre-temporada, Brian Wood y Riccardo Burchielli se lanzan a sacudir una vez más el siempre precario status quo de esta Manhattan devastada por una segunda guerra civil. Esta vez el sacudón es doblemente impactante. Primero porque introduce un nuevo elemento a la ecuación, que es nada menos que la política. Acá nos enteramos quién gobierna la ciudad desde que se convirtió en zona de guerra y qué pasa cuando, para calmar las aguas, las facciones enfrentadas deciden llamar a un nuevo comicio para elegir autoridades locales. De pronto pareciera que la fachada de “Esto es ante todo una democracia” es más fuerte que la guerra. Los Estados Libres, los Estados Unidos, la mega-corporación Trustwell y varias de las tribus urbanas militarizadas parecen acordar la necesidad de una renovación política avalada por el voto popular de la gente que todavía (sobre) vive en la isla. Todo muy lindo pero, ¿qué pasa cuando las chances de que alguno de ellos gane la elección se ven eclipsadas por el surgimiento de un líder carismático que representa, no a los bandos enfrentados, sino a la gente de la ciudad?
Este tomo se trata exactamente de eso: de cómo se pone en marcha el proceso electoral, de cómo surge de entre los sobrevivientes la figura de Parco Delgado, y de cómo los que mintieron, bombardearon, asesinaron y torturaron para tomar el control sobre la ciudad, ven que se les escapa la tortuga. De pronto, la prioridad de todos (incluso de los medios de comunicación asociados ilícitamente a uno de los bandos en pugna) pasa a ser frenar la embestida electoral de Delgado, un líder que se inscribe claramente en el populismo, pero que no come vidrio.
De hecho, contrata para su campaña el asesoramiento de una de las máximas especialistas en marketing político: la mamá de Matty Roth! Y Matty, que ya venía bastante jugado por la propuesta de Delgado, termina de apostar hasta su último centavo de esperanza, toda su credibilidad como cronista y hasta su propio pellejo, por este negro afable y kilombero que se convirtió en el nuevo grano en la chota de los poderosos.
Y esta vez, además de los tiros y los misiles de verdad, se detona el armamento comunicacional. Los grandes medios nacionales (alineados con el gobierno de los EEUU) atacan o ningunean a Delgado, mientras Matty, solo como loco malo, lo ayuda a gambetear estos ataques y a mantenerse vivo, tanto en las encuestas como en la realidad, porque obviamente no falta el sniper que quiera bajar a Delgado con un buen par de tiros. Tanto el carismático Parco como la eficiente y distante mamá de Matty agregan sustancia a una ya jugosa interacción entre personajes, y el papel destacado de la runfla entre los canales de TV y el gobierno de los EEUU pone de nuevo en el tapete al papá de nuestro sufrido protagonista. O sea que hay un reparto de secundarios muy, muy bien laburado para hacerle el aguante a Matty.
Y el segundo sacudón brutal que propone este tomo: Termina bien! La apuesta de Matty resulta ganadora y se vislumbra un horizonte mejor para la gente de la ciudad, después de tantos años de padecimientos. No tengo idea de cómo seguirá la historia, no sé si a Delgado lo dejarán gobernar en paz o si pronto volverá a teñirse todo de rojo sangre. Lo cierto es que esta vez el libro termina con una sensación de optimismo, de que realmente presenciamos el inicio de un montón de cambios para mejor. Un poco de alegría después de tantos tragos amargos no está nada mal.
Ah, este tomo está totalmente dibujado por Burchielli, al que se lo ve más sólido que nunca. Otro lujo, el tano.

sábado, 27 de marzo de 2010

27/ 03: FLIGHT Vol.1


La historia ya es bastante conocida. En 2003, el dibujante y animador Kazu Kibuishi (nacido en Tokyo pero californiano por adopción) juntó a un montón de dibujantes de distintos países que trabajaban en animación o subían sus comics a la web, cada uno por la suya, y les propuso juntarse para una antología. El tema común a todas las historias sería el vuelo, por eso el libro se llamaría Flight. Cuando todo el mundo entregó, Kibuishi le llevó el proyecto a Erik Larsen y este sin dudar decidió que Image iba a editar el libro, que salió en 2004 y rompió todo. Por supuesto, el éxito del primer libro hizo que salieran varios Flight más y que una editorial “de librerías”, Villard Books, reeditara lo publicado por Image y le diera continuidad al proyecto por varios años, en los que –obviamente- buena parte de esos autores ignotos hasta 2004 ascendieron a Primera y fueron convocados para trabajos cada vez más importantes.
El primer tomo fue una timba absoluta: 200 páginas de historietas breves, un precio de tapa de u$ 25, más de 20 autores a los que nadie conocía y una temática rara, alejada de los géneros tradicionales. Encima editado por Image… ¿Quién podría comprar una cosa así? Por suerte, estos ignotos dibujantes tenían fans que los seguían en internet, y muchos dibujantes amigos que rápidamente se coparon en la difusión boca a boca y blog a blog de la antología. Los críticos la amaron y, en poco tiempo, Larsen pudo mirar desde arriba (como siempre, porque mide más de dos metros) y decirle a sus socios “¿Vieron? Yo les dije que esto iba a ser un hitazo…”.
Los guiones y los dibujos con los que nos encontramos una vez que levantamos vuelo, no pueden ser más disímiles. Se supone que el tema englobador de la antología puede llegar a homogeneizar un poco las propuestas, pero acá eso no pasa de la suposición. Cada autor agarró para un lado distinto y todos respetaron, en mayor o menor medida, la consigna de que el vuelo fuera el tema recurrente de cada historia. Así es como tenemos historias cómicas, de aventuras, autobiográficas, de ciencia-ficción, de fantasía heroica, o historias más experimentales que despegan hacia enfoques oníricos o poéticos. Y lo mejor es que la gran mayoría de los guiones están buenos. No rematan en cualquier lado con la excusa de “tenía poquitas páginas”, no se quedan en la fumanchereada ni se pasan de vanguardistas, y sólo aquellos autores que están muy, pero muy cancheros con la narrativa se juegan a hacer guiones sin diálogos ni textos.
Pero mucho más eclécticos son los estilos gráficos que ofrece la antología. Menos dibujantes del estilo realista típico del comic de superhéroes, hay gente de todos los palos. Los que vienen con una onda Cartoon Network, los del palo más cartoon noir (tipo Bruce Timm, digamos), algunos dibujantes más afines al manga, otros más cercanos a autores tan personales como Adrian Tomine, Paul Pope, Jeff Smith o Nicolás De Crécy, gente más cercana a la estética del diseño gráfico, o a las técnicas de la ilustración, todo vale para que cada uno plasme su historieta como se le dé la gana.
Y por supuesto, dentro de ese cóctel intenso y refrescante, brillan algunos chicos y chicas de los que uno nunca había oído hablar, pero que al toque se sumaron a la lista de autores a los que conviene no perderles pisada. Kazuo Kibuishi, seguro, pero también Vera Brosgol, las increíblemente talentosas Jen Wang y Catia Chien, Bengal, Khang Le, el hoy consagradísimo Derek Kirk Kim, o Phil Craven son algunos de los que desde estas páginas renuevan las esperanzas en el futuro de la historieta como medio de expresión artística.
Con su pluralidad de estilos, géneros, nacionalidades, edades y sexos, con la bandera de la independencia y el slogan “Primero hacé tu historieta y después vemos qué onda”, Flight marcó un rumbo nuevo, que sirvió muchísimo para renovar el panorama de la historieta de autor de la última década. Ojalá más propuestas de este tipo logren despegar y cobrar altura.

viernes, 26 de marzo de 2010

26/ 03: DEATH NOTE Vol.4


Qué lindo es estar leyendo un comic y desear que se termine pronto para poder respirar. Este tomo de Death Note te causa tanta tensión, te agarra de los huevos y te los estruja tanto, que no ves la hora de llegar a la última página, cerrar el tomito, respirar hondo y decir “Bue, ya pasó lo peor”. Es más resignación que alivio, porque ahora hay que esperar hasta quién sabe cuándo para leer la continuación y la verdad es que el cliffhanger con el que cierran Tsugumi Ohba y Takeshi Obata no puede ser más hijo de puta.
Yo tenía miedo de que la aparición de Misa y el segundo Death Note desviara la trama, la empantanara o la simplificara demasiado. Nada que ver. Este es el mejor momento de la serie. Como en el segundo tomo, en este no pasa NADA. Son 200 páginas de gente que habla o piensa, pero hay menos acción que en Las Toninas un martes de Septiembre a las tres de la matina. Y sin embargo estos turros de Ohba y Obata te hipnotizan, te tienen aferrado al tomito como si la vida te fuera en ello. En buena medida por el dibujo, que sigue tan perfecto como cuando empezó, pero sobre todo por el guión.
Acá sigue el tira y afloje entre Light y L, las sospechas cruzadas, el juego de deducir qué va a pensar el otro de cada cosa que uno diga o no diga, cómo sacarle data al otro sin mostrar las cartas… en ese sentido, este manga es una cátedra, porque enseña a pensar, a analizar, a especular y a planificar cada movida en forma exhaustiva, con los pro, los contra, las posibilidades de éxito y las consecuencias de cada acción u omisión. Ohba se las pensó todas y se jugó a hacer lo que casi ningún otro mangaka se anima a hacer: un manga con MUCHO texto, lleno de diálogos y pensamientos, donde cada frase está estudiada a fondo y donde todo se decodifica. Esto hace que la lectura lleve mucho más tiempo que si leyéramos un manga común y además le agrega una dimensión a la trama y a los personajes mucho más profunda que la media de lo que se suele publicar en Occidente.
En este tomo buena parte del protagonismo recae en Misa. Desde las cagadas que se manda tratando de contactar a Kira hasta su heroico gesto “final”, esta minita con pinta de yiro hueco y vulgar resulta ser otro personaje muy bien trabajado. Un poquito menos de onda tiene Rem, el shinigami de Misa, pero su rol es importante porque aporta nuevos datos acerca de la relación entre los shinigamis, los humanos y los Death Note que hasta ahora no manejábamos y que seguro van a tener injerencia en la trama. Ryuk sigue pintado, el papá de Light volvió al segundo plano y L, que durante un buen tramo del tomo parece relegado por la relación entre Light y Misa, pega otro volantazo cerca del final que lo devuelve allá arriba, al rol fundamental que el guión le tiene reservado.
Pero el mejor jugador es claramente Light. Es el personaje más interesante, complejo y retorcido que tuve la suerte de leer en mucho tiempo. El precio que paga por cada silencio, por cada minuto en el que en vez de actuar sopesa las consecuencias de sus posibles acciones, los malabares que hace cada vez que alguien (humano o shinigami, con chapa de policía o cuadernito mortal bajo el brazo) lo acorrala contra la pared, su ciclo pendular entre la compasión, la especulación y la falta de pruritos para lograr su cometido, TODO lo eleva a un status de Personajón. No sé si al final gana, pierde o rosquea un decoroso empate. Pero yo lo banco a muerte.
Death Note es brillante, de verdad. El dilema moral, la invasión del mundo real por criaturas fantásticas, la faceta detectivesca, el duelo entre dos genios, todo está demasiado bien pensado y demasiado bien ejecutado. Menos mal que esto fue un recontra-hit. Si algo tan grosso fracasaba, era para cortarse la verga en fetas y mandarle una por correo a Masami Kurumada, ícono absoluto del manga choto pero vendedor.

jueves, 25 de marzo de 2010

25/ 03: LOKI


Bueno, otra historieta de Marvel en la que ganan los malos. ¿Se va marcando una especie de tendencia? ¿O será que es fácil impactar al lector con historias que arrancan con el héroe en la lona total y el villano bien agarrado de la manija? Lo cierto es que, después de casi 50 años de Universo Marvel, los villanos clásicos perdieron tantas veces y se comieron goleadas tan escandalosas que ya son sinónimos de fracaso. ¿Cuántos planes brillantes de Loki frustró Thor, de 1962 para acá? ¿25, 30? Entonces, ver a Loki ganador es más un espejismo que otra cosa. Está claro que –como todas las veces anteriores- el status en el que el Dios del Engaño es soberano de Asgard y el Dios del Trueno su cautivo, va a durar un ratito, no mucho más.
Pero un ratito bien escrito es algo que se agradece, y la verdad es que el trabajo del guionista Rob Rodi (a quien no conocía) me dejó muy conforme. El tipo se toma el trabajo de meterse en la retorcida psiquis de Loki, de analizar la relación con Thor y con el resto de los dioses asgardianos. Y se da cuenta de que para ganarle, lo único que se puede hacer es deconstruirlo. El giro del final, en el que entra en escena un personaje hasta ahora barrido abajo de la alfombra por todos los guionistas que metieron mano en los comics de Thor, es realmente poderoso. Y Rodi lo usa a la perfección, y aprovecha para darle profundidad a un aspecto de Loki y Thor que nunca se había explorado y que está muy piola. De los personajes ya muy curtidos, está claro que a Rodi le gusta mucho Hela y es sin duda la que sale mejor parada y mejor trabajada, a pesar de ser un recurso… raro dentro de la trama (perdón por no explicarlo, pero no quiero spoilear). A Thor, en cambio, nos lo muestra como un personaje muy, muy limitado.
Lo único criticable de la labor del guionista (aparte de haber estirado un poquito el desarrollo) es que los personajes no hablan en el inglés antiguo que se usa en los comics de Thor desde los tiempos de Stan Lee y Jack Kirby. Puedo vivir sin que Thor vocifere por enésima vez su clásico “I say thee nay!”, pero ¿por qué omitirlo? ¿Por qué no marcar desde esa sutileza en los diálogos el hecho de que estamos hablando de príncipes y deidades de un mundo fantástico, más allá del tiempo, el espacio y la realidad?
Por el lado del dibujo, hay algo más que dibujos. Tenemos las increíbles ilustraciones del croata Esad Ribic (un gordo grandote, con muy buena onda, que pasó por Buenos Aires en 2007, invitado a un evento que ni me acuerdo cómo se llamaba y donde le dieron escasísima bola). Ribic está claramente inscripto en la escuela del comic pictórico, aquella que en los ´80 tuviera como principales referentes a Kent Williams y Jon J. Muth. Había varios más, claro, pero Muth y Williams fueron los que mejor entendieron que esas majestuosas imágenes que brotaban de sus pinceles no iban a ir a parar a las paredes de un museo, sino que se iban a imprimir una al lado de la otra en una revista de historietas, con globitos y bloques de texto, y que por lo tanto tenían que servir para contar una historia. Ribic sigue esa tradición, la de los pictóricos que entienden algo de narrativa. Así nos permite engancharnos a full con el guión, sin competir con el mismo. Sus viñetas son de una potencia y una belleza magníficas, su paleta es precisa, ajustada al milímetro a los climas que propone la historia y los personajes tienen la plasticidad suficiente para no parecer estatuas, ni copias chotas de fotos, aunque uno supone que Ribic utiliza algún tipo de referencia fotográfica para dibujar la anatomía humana. Lo de Ribic es devastador desde las portadas hasta los bocetos que aparecen como complemento en el TPB.
Loki propone una interesante vuelta de tuerca al típico drama pseudo- shakespereano entre los cortesanos de Asgard, con revelaciones shockeantes, psicopateadas agudas y una zambullida sin red en la mente de un personaje que está ahí desde 1962 pero al que nunca nadie se había calentado en estudiar a fondo. Muy grosso.

miércoles, 24 de marzo de 2010

24/ 03: VICTOR


España siempre fue un mercado difícil para el legendario Robin Wood. No sólo tiene poca obra editada en la península, sino que esta ha sido mayormente ninguneada o incluso vilipendiada por amplios sectores del público español. Sin embargo, a principios de los ´90 fue en España donde vio la luz uno de los mejores trabajos de su extensa carrera, La Expedición Maldita (junto a un inspiradísimo Lito Fernández), y donde en 2008 debutó la novela gráfica que hoy nos ocupa, y que una vez más nos muestra a un Wood que le escapa a los mecanismos de la producción adocenada (que domina como pocos) para embarcarse en una aventura autoral marcada por el riesgo.
Víctor lleva a Robin a un terreno en el que nunca había trabajado antes: el cuento de hadas dark, ese subgénero que tiene como referente ineludible a Nightmare Before Christmas. Esta obra encaja tan bien en ese contexto, que acá se podría publicar como El Extraño Mundo de Víctor y facturar fortunas. Víctor es una fábula ambientada en una ciudad crepuscular en la que el héroe menos pensado (un loser consumado que en pocas páginas se gana la lástima antes que la simpatía del lector) va a liderar un cambio radical, una verdadera revolución, en la que van a triunfar valores como la alegría, la belleza, la justicia, la solidaridad y –cómo no- el amor.
La aventura en sí misma transita caminos sinuosos, por momentos más jugados a la comedia, por momentos más ominosos, hasta llegar a una conclusión que no es obvia ni mucho menos. Los lectores muy acostumbrados al Wood de Columba probablemente se pierdan en algún recoveco de este laberinto, porque la verdad es que esto se parece poco al típico producto del ídolo. Sobre todo porque hay pocos cuadros por página, poco texto y un ritmo narrativo totalmente descomprimido. Lo cual no significa que en las 47 páginas que ocupa la historia pasen pocas cosas. Ni ahí, pasan MUCHAS cosas, y Wood se las ingenia para definir convincentemente a cuatro o cinco personajes y a llevarlos a un final coherente y redondo.
Lo más raro que tiene Víctor es, sin dudas, el dibujante. Se trata de Juan Rubí, un diseñador gráfico catalán que saltó a la fama por la creación de una línea de muñecos y merchandising en base a un personaje llamado Dkiller Panda. Esta es su primera historieta y se nota bastante. Rubí tiene un estilo personal, lindo, atractivo, con mucha onda Cartoon Network y alguna reminiscencia al glorioso Jhonen Vasquez. Maneja muy bien el color y sus efectos de photoshop realzan muchísimo el clima sombrío y melancólico que predomina en la historia. Pero le falta mucho en materia de ritmo, le cuesta muchísimo plasmar las escenas de acción y tampoco ofrece nada nuevo en materia de encuadres y composición de las viñetas. Obviamente le sobran herramientas para ilustrar cuentos infantiles, pero en historieta, donde lo más importante es la narrativa, se lo nota todavía un poquito precario.
Por supuesto, estos son “peros” de lector veterano, purista e hinchapelotas. Ofrecele esta historieta a los más chicos, vendésela como un cuento de hadas, y se van a volver locos. Van a amar a Víctor y a su galera y les va a importar muy poco si la narrativa de Rubí está un poquito cruda o si Robin no se mete tanto en la psiquis de los personajes como lo hace en Dago o Savarese. Como en los buenos cuentos de hadas, en Víctor la simplicidad no se traduce en oquedad, ni la ternura en ñoñez. Una cosa es escribir de forma sencilla y accesible y otra muy distinta es apelar al mínimo denominador común. Robin Wood lo sabe muy bien y lo demostró demasiadas veces.

martes, 23 de marzo de 2010

23/ 03: SHOWCASE PRESENTS THE BRAVE AND THE BOLD Vol.1


En la primera historia, nos enteramos de que todos los miembros de la Liga de la Justicia hicieron un pacto por el cual si uno descubre por accidente la identidad secreta de un compañero, se tiene que lavar el cerebro para deletear esa información. En la segunda, se nos revela que Batman (no Bruce Wayne) está re-de novio con una minita que termina por ser la villana Queen Bee. En la tercera descubrimos que Barry Allen tiene una enfermedad incurable que acelera su muerte cada vez que usa sus poderes. Así se manejaba Bob Haney, el guionista de Brave and the Bold (BATB), cada vez que tenía que escribir un team-up entre Batman y otro personaje de DC, cosa que hizo en cantidades industriales hasta que lo jubilaron justo cuando se terminaba la década del ´70. Haney nutría a sus historias de revelaciones shockeantes, tan extremas que ningún otro guionista se podía hacer cargo de lo que pasaba en estos team-ups. Hay más: Bruce Wayne adopta a un segundo huérfano, revela que vivió no sé cuántos años en Escocia, asume una banca de senador, se convierte en entrenador del equipo olímpico de esgrima de los EEUU… Haney te tiraba esas bombas número por medio y dale que va. Para hacerla completa, Batman protagonizaba team-ups con héroes como Wildcat o el Spectre, claramente ubicados en lo que por entonces era Tierra-2, pero sin cambiar de tierra, como si vivieran todos en la misma, y hasta recordaba historias en las que peleó contra los nazis en los años ´40, junto al Sargento Rock. El viejo y querido Viva la Pepa silveragesco al que DC logró ponerle un freno recién a mediados de los ´80.
Este Showcase llega hasta el n°87 de BATB y arranca con el primer team-up de Batman y otro héroe, en la etapa en que cualquier personaje podía protagonizar un número de BATB. Pero en 1966, cuando estalla el bati-cebamiento generado por la serie de Adam West, la revista pasa a consistir únicamente en team-ups entre Batman y un héroe invitado (n°67) y así seguirá hasta desaparecer en 1983. Por supuesto, los dibujantes de la época (Ross Andru, Mike Sekowsky, Bob Brown) tratan de que el Batman del comic se parezca a Adam West y los guiones de Haney van claramente para ese lado, con tramas simples, villanos pomposos, onomatopeyas estridentes y un clima más bien festivo.
Pero claro, DC no comía vidrio. En el ´68, cuando la serie de TV entra en zona de descenso directo, el plan para que Batman no se hunda junto con el programa se pone en marcha, precisamente en las páginas de BATB. Con la excusa de manijear la poco taquillera serie de Deadman (que salía cada dos meses en Strange Adventures) se arma un team-up con Batman dibujado por Neal Adams totalmente a tono con lo que era la saga del morto qui parla: realista, jodida y dark. Adams se queda una temporada en BATB y Haney, en una demostración de notable astucia, pega un viraje radical en los guiones. Ahora hay climas más hard boiled, los malos no son más villanos disfrazados sino empresarios corruptos, y empiezan los heridos y los muertos. Toda esta etapa oscura de Adams y Haney levanta muchísimo la puntería respecto de lo anterior. Obviamente siguen las revelaciones zarpadas y los injertos de anti-continuidad, pero la aparición de temas sociales, políticos y hasta psicológicos, sumados a los majestuosos dibujos de un asesino serial al lado del cual Andru, Sekowsky y Brown eran 300 gramos de mortadela en mal estado, hacen que el tercio final de este Showcase resplandezca entre los pantanos de la berretada, la bizarreada y la puerilidad ñoña típica de la DC de los ´60.
Después se irá Adams y Haney seguirá team-upeando con bestias como Nick Cardy y Jim Aparo, así que los próximos Showcases también son muy comprables. Este vale más que nada por una cuestión histórica, porque se ve claramente cómo el ascenso, auge y caída de la serie de TV afecta al comic, porque acá Neal Adams dibuja por primera vez a Batman, porque si te cebás con Deadman acá hay dos capítulos fundamentales de esa saga y porque entre los héroes invitados hay un paneo bastante representativo de lo que era el panteón heroico de DC en la segunda mitad de los ´60. No es poco, me parece…

lunes, 22 de marzo de 2010

22/ 03: LUUNA Vol.1


Como decía el inolvidable Carlos Meglia, Didier Crissé es más mainstream que el Clarín. Un día va a firmar una obra suya como Juan Carlos Mainstream y nadie va a dudar acerca de quién la escribió. Crissé no se zarpa, no experimenta, no se devana los sesos para pelar cosas que no se hayan visto jamás en ningún otro comic/ película/ videogame/ novela/ etc. El tipo conoce perfectamente el paño de la historieta de aventuras para adolescentes y dentro de eso se maneja con la cancha y la efectividad de un Número Uno. En Francia, claro. Acá, como no hace shonen berreta ni sagas de Green Lantern, no lo conoce nadie.
Luuna es aventura clásica en estado puro. Ojo, con “aventura clásica” no quiero decir “aventura arcaica”. Esto no se podría haber publicado ni en El Tony ni en Skorpio. Es aventura clásica del Siglo XXI, pensada para sintonizar con el lector joven de hoy, que ya pasó por Mulan, Pocahontas y Aladdin pero todavía no llegó a La Búsqueda del Pájaro del Tiempo, o a Las Siete Vidas del Gavilán. Pongámosle que está apuntado al público de Valérian, así entendemos todos rápido. Ahí se inscribe esta saga de fantasía épica ambientada en el Noreste de los EEUU, en la época en que los aborígenes dominaban la región. Luuna, la joven y escultural protagonista, va a recorrer bosques y montañas en una gesta que la va a enfrentar con innumerables peligros y con el más jodido de todos, que es su propio lado oscuro, controlado por un despiadado Dios de las Tinieblas.
Al atractivo habitual de las historias de viajes iniciáticos, de adolescentes con un poder extraño, o simplemente de largas travesías en busca de… algo, Luuna suma un gancho más que es el de meterse a fondo con las costumbres, la religión, la fauna y los paisajes que imperaban en la época de los pieles rojas. La investigación histórica es acertada y la lectura del comic aporta data muy valiosa y de modo sutil, no enciclopedista. El tono a primera vista parece casi funny (como Pocahontas y Aladdin), porque hay espíritus del bosque que parecen ardillitas, o bichitos simpáticos tipo Disney, que proveen una buena dosis de un humor bastante ingenuo. Pero cuando la mano se pone heavy, pasan cosas jodidas de verdad y Crissé no les esquiva el bulto ni las “sugiere”. Están ahí, las ves, y pegan fuerte.
Y así como en Cañarí el guionista tenía ese ancho de espadas que era Meglia, acá tiene un ancho de bastos, que es Nicolás Keramidas, un pibe que en los últimos diez años pasó de ser un esclavo más de la factoría Disney a ganarse la idolatría masiva en el mundo de la bande dessinée. El primer tomo de Luuna es de 2001 y está un poquito por debajo del resto de la serie. De hecho, el colorista Bruno García pone mucho de sí para que el dibujo se vea power. Pero a partir del segundo tomo ya vemos a un Keramidas mucho más canchero, con todo listo para iniciar ese ascenso meteórico del que hablamos y que llega a su punto más alto en 2008, cuando se manda ese tomo de La Mazmorra: Monstruos que te produce orgasmos con sólo ver una viñeta.
En Luuna se ve clarísimo que el entrenamiento de Keramidas viene de sus nueve años como animador en los estudios del Tío Walt. Maneja esa estética tan bien que uno tiene miedo de que en cualquier momento los animalitos se pongan a cantar. Como todos los dibujantes que la rompen en la animación, se manda unos fondos alucinantes, se zarpa en las expresiones faciales, domina de taquito el lenguaje corporal de los distintos personajes (no hay dos que parezcan “moverse” igual) y no se mete en bretes narrativos, ni siquiera cuando se tiene que fumar esas páginas con 10 ó 12 viñetas, tan frecuentes en el comic franco-belga. O sea, recontra-garpa.
Si te gusta la aventura fantástica sin mayores pretensiones filosóficas pero con mucha onda y excelentes dibujos, a la larga te vas a dejar seducir por Luuna. Y si conocés a chicos y chicas de entre 13 y 17, ni se te ocurra prestarles un libro de Luuna, porque se van a volver locos y no te lo van a devolver jamás. Por último, yo insisto con la berretada de leer el comic francés en ediciones yankis, pero bueno, los amigos de TokyoPop me dan DOS álbumes franceses por u$ 13 ($ 50 de los nuestros). ¿Alguien iguala esa oferta?

domingo, 21 de marzo de 2010

21/ 03: MY INNER BIMBO


Sam Kieth está hecho mierda, mal. Es disléxico, tiene serios desequilibrios emocionales y un montón de problemas más. Pero tiene tres cosas a favor: Es muy buen tipo, labura como una bestia y tiene un talento descomunal. En la década pasada, se puso las pilas y produjo muchísima obra: Zero Girl, Four Women, Wolverine/ Hulk, Batman: Secrets, Scratch, Ojo, Batman/ Lobo (su único faux pas) y la que hoy nos ocupa que –cómo no- es sin duda la más idiosincrática, extraña y difícil de digerir.
My Inner Bimbo se propone algo muy difícil de lograr, algo que Kieth ya insinuara en The Maxx: un comic 100% psicológico. El conflicto, la “aventura”, lo realmente interesante de la trama, sucede en la psiquis de Lo, el protagonista, un cincuentón que un día descubre que tiene dentro suyo a una bimbo, la típica rubia que está buenísima, pero cuyo intelecto rivaliza sólo con el de los chicles que mastica. Lo está casado con una mujer un poco mayor que él, y por momentos se da una especie de triángulo amoroso en el que le mete los cuernos a su mujer… con la otra parte de su psiquis! A tal punto llegan estos bizarros desdoblamientos de personalidad, que hay que prestarle mucha atención al comic para tener claro qué sucede en la realidad, qué sucede en la mente de Lo, qué es imaginación, qué es mentira, qué es delirio febril. En ese sentido, parece una peli de David Lynch.
El guión, así, puro y duro, es difícil de sobrellevar. A todas esas secuencias que suceden en la mente de los personajes, se suman los flashbacks a la juventud de Lo y su esposa, como para complicar un poco más el panorama. De ahí puede salir bien parado sólo un guionista magistral, y Kieth todavía no lo es, aunque le hace el aguante a los más grossos en un rubro importantísimo: la construcción de personajes. Ya desde los tiempos de The Maxx, los personajes de Kieth son más humanos, más creíbles, más complejos y más sutiles que los de casi todos sus colegas. Acá esa virtud es llevada al extremo. En medio de las alucinaciones, obsesiones, traumas y demonios a medio exorcizar, la increíble carnadura humana de Lo (con sus defectos y todo) funciona como ancla para que sigamos enganchados con lo que Kieth nos quiere contar.
Y por supuesto, hay un gancho infalible, que es el dibujo. Lo que dibuja esta bestia no tiene nombre, está más allá del bien y del crack. Kieth pasa del boceto crudo, brutal y minimalista a unas viñetas en las que se dibuja la vida, con tintas, sombreados, tramas, crosshatching, efectos de photoshop, todo lo que se puede hacer sin salir del blanco y negro, lo hace y lo hace perfecto. Lo ayudan dos chicos jóvenes, que le terminan algunas viñetas para que la cosa quede un poquito más pareja, pero en todo se ve la mano del genio. Y además todo funciona armónicamente, porque hay un cuidado enorme para que las páginas tengan coherencia y este despliegue de imágenes (potentes, bellas, hipnóticas) no interrumpa el desarrollo de la narración.
My Inner Bimbo es un experimento de un maestro de la desmesura que se pasó de vanguardista. Difícil internarse en el guión y no salir con alguno de todos los problemas psicológicos que rondan por el mismo. Esto es enfermizo, de verdad. Pero además es auténtico, es la mente deforme de un genio plasmada en una historieta ¿autobiográfica? de una belleza plástica y un vuelo poético sumamente infrecuentes en el medio. Honestidad brutal, emoción en estado puro, con el corazón en cada trazo y los huevos arriba de la mesa. Cuando el diccionario incorpore la definición de “comic de autor”, la van a ilustrar con la portada de My Inner Bimbo.

sábado, 20 de marzo de 2010

20/ 03: K


Este es un manga bancado por el Fondo del Bicentenario, que habla sobre la Asignación Universal por Hijo y… Nah, mentira. K es un experto alpinista, un japonés harto de los japoneses que un día trató de escalar el monte K2 y no lo logró, pero se quedó a vivir en el Tibet, en una de las aldeas desde donde suelen partir las distintas expediciones que intentan desafiar a los colosos del Himalaya. Este libro reúne cinco historias de K, escritas por Shiro Tosaki y dibujadas por el maestro, el genio, el ídolo, el grosso entre los grossos, Jiro Taniguchi.
Es un material tirando a viejito, de 1993, posterior a El Caminante pero anterior a los trabajos más importantes de Taniguchi, los que lo convirtieron en uno de los historietistas más prestigiosos del planeta. Acá Taniguchi está con todas las pilas, totalmente cómodo en la temática que más le gusta, que es la del alpinismo, y siempre dispuesto a maravillarnos con sus majestuosos paisajes, su eximio dominio de la anatomía, las expresiones faciales, la acción, los silencios y los climas… fríos. En las historias de K hace tanto frío, y los autores lo transmiten tan bien, que hay que leerlas con sueter, campera y gorro de lana.
Cada uno de los episodios enfrenta a K con alguna de las grandes montañas del Himalaya (los ochomiles, llamadas así por tener más de 8.000 metros de alto) y lo somete a las más extremas condiciones. Frío de 170 grados bajo cero, precipicios de cientos de metros, vientos huracanados de 160 kilómetros por hora… K se la aguanta contra todo, incluso sin comer, sin dormir, con un cadáver a cuestas o un balazo en una pierna. Pero ¿es un humano, o un dios? A lo largo del libro, muchos personajes se lo preguntan, y Tosaki incluso ayuda a sembrar la duda entre los lectores. Pero no. K es un ser humano normal, sin ningún tipo de superpoderes. El tipo sabe lo que hace, conoce las montañas como la palma de su mano, tiene una cuota de suerte importante y unos huevos tamaño Galactus. Lamentablemente, los guiones de Tosaki no hurgan demasiado en las motivaciones de K. ¿Qué lo lleva a jugarse la vida para rescatar a gente que ni conoce? Está claro que no es el dinero, que hay alguna obsesión más profunda, pero el guionista decide no explorarla. Se juega, en cambio, a la tensión que siente el lector al ver (o en realidad, vivir) los peligros a los que se expone este animalito, a la emoción que siente (sentimos) cada vez que alcanza su objetivo, y la verdad es que todo eso te electriza, te conmueve y hasta te hace sufrir de tan fuerte que te golpea. Pero faltan esos cinco pal peso, que sería indagar un poco más en los motivos de K para arriesgar tanto, tantas veces.
Parte de esa fuerza con la que nos impactan estas historias se explica con la labor de Taniguchi. Pocos dibujantes en la historia del medio reflejan como él la relación (en realidad, el contraste) entre el ser humano y la naturaleza. Taniguchi, al igual que Tosaki, conoce a la perfección el mundo del alpinismo, o sea que dibuja con precisión milimétrica todo el particular equipamiento de los escaladores de alta montaña. También se esfuerza para darle rasgos distintos a los personajes, de modo que los japoneses, los europeos y los nativos del Tibet se puedan identificar de inmediato, a través de las sutiles pinceladas del dibujante. Y ni hablar de la puesta en página, siempre cambiante, para acentuar la tensión, la quietud, la violencia o la desesperación que propone el guión en los distintos momentos de cada relato.
Con los años, Taniguchi volvería varias veces a tocar el tema de los montes del Himalaya, tanto en historias cortas como en una de sus obras más extensas, La Cumbre de los Dioses (escrita por Baku Yumemakura). Incluso la maravillosa The Quest for the Missing Girl tiene como protagonista a un tipo (Shiga) que un día se pudrió de Japón y de los japoneses y se fue a vivir a un refugio en las montañas. Pero el romance entre el ídolo y el manga de alpinistas (subgénero en el cual es el máximo referente, a años luz del que va segundo) empieza en K. No es un romance tórrido, porque en la alta montaña hace un frío de cagarse. Pero sí uno sumamente fructífero para los que nos gusta leer mangas de temáticas atípicas y dibujados como la Hiper-Concha de Dios.

viernes, 19 de marzo de 2010

19/ 03: SPECIAL FORCES Vol.1


Bueno, alguna vez tenía que pasar… digo, lo de reseñar un comic publicado por Image. Y más de uno dirá “¿Qué carajo hace Kyle Baker en Image? Tiene su propia editorial e inmejorable trato tanto en Marvel como en DC! ¿De qué juega en Image?!”. Es raro, sí, pero acá está. Después de la gloriosa Nat Turner (que financió él mismo, centavo por centavo) le pintó hacer algo para otro público, no el que accede al comic a través de bibliotecas y librerías, no el que compra lo que recomiendan los prestigiosos críticos de medios masivos como el Washington Post, sino para los chicos más jóvenes, que prefieren timbearle sus pesitos a comics con explosiones, mutilaciones y chicas con escasa vestimenta. Que son casualmente los que compran en comiquerías, los que sostienen el formato de comic-book y los que hace casi 20 años le dan de comer a Image, incluso cuando esta editorial les inflige historietas de lesa humanidad como todas esas inmundicias de los ´90 que preferimos no recordar para no enchastrar nuestros monitores con vómito.
Y además son los lógicos receptores de una obra como Special Forces, que habla ni más ni menos de las cagadas y las atrocidades que se mandan las Fuerzas Armadas de los EEUU en su desesperación por reclutar a jóvenes y convertirlos en soldados para ir a pelear a Medio Oriente por la libertad, la democracia y el petróleo. Baker se enteró por los diarios que los milicos mandaron a Irak a un chico autista y a varios chicos imputados en unos cuantos delitos y dijo “Vamo en essssaaaaa..”. Los protagonistas de Special Forces son Zone, un chico con discapacidad mental, y Felony (Delito), una chica con un prontuario peor que el de Patricia Bullrich. Para la página 48 (de 176), ellos son los únicos sobreviventes de una patrulla yanki que avanza por las calles de una ciudad que parece Bagdad. A lo largo del libro, los veremos sobrevivir a toda clase de penurias y ordalías en cumplimiento de su deber de soldados, hasta confrontar con el maligno Desert Wolf en el corazón mismo del kilombo, una refinería de petróleo llena de misiles.
Pero falta un dato, y es que Special Forces es una sátira, escrita en joda, como casi todo lo que escribió Baker en su vida. Todo está exagerado al punto de la ironía más macabra, desde la violencia, hasta las poses imposibles en las que Felony muestra más nerca que cualquier otro soldado en la historia de la Humanidad (con la posible excepción de los espartanos de 300, a los que Miller dibujó casi como strippers), hasta la dedicatoria del final. A los chistes jodidos de discapacitados y de los nenes de ocho años armados hasta los dientes (a los que vemos recibir tiros, piñas y patadas en todo el cuerpo), Baker suma otros más sutiles, que tienen que ver con la forma en que la mega-corporación Halliburton gana las licitaciones para reconstruir las ciudades devastadas y moviliza a “obreros” con una capacitación militar y un armamento infinitamente superior al del propio ejército yanki.
Para ilustrar esta animalada, Baker recurre a su estilo más realista, a años luz de lo que vimos en Plastic Man o Birth of a Nation. Le pone (como buen comic de Image) mucho énfasis a la anatomía humana y en especial femenina, se zarpa con viñetas de gran espectacularidad y violencia explosiva que ocupan una o dos páginas, y a la hora de poner el color, tira toda la carne al asador. Según lo requieran los climas del guión, mete colores planos, pinceladas sutiles de gran belleza plástica, o trucos burdos de photoshop de los que maneja cualquier principiante. Todo vale para maximizar el impacto de lo que el autor nos quiere contar, que además tiene tanto peso como lo que nos ofrece a modo de puntas para pensar y debatir una vez que cerramos el libro, recuperamos el aliento, y vemos qué hacemos con tanta salvajada, tan desmesurada y tan letal. Otro experimento que le sale bárbaro a este monstruo insuperable del comic contemporáneo.

jueves, 18 de marzo de 2010

18/ 03: LES ETATS D´AME DE CELLULITE


O para decirlo en cristiano, Los Estados de Animo de Celulitis.
Allá por los albores de 2010 hablábamos de Gerard Lauzier, el genio que le inyectó a la bande dessinée de los ´70 una dosis devastadora de un humor costumbrista basado en la sátira y la mala leche. Bueno, obviamente Lauzier no hizo todo solo. La revolución del comic humorístico francés tuvo varios nombres y apellidos (y apenas dos revistas emblemáticas, L´Echo de Savanes y Fluide Glaciel) y entre ellos hay que destacar a Marcel Gotlib (el pionero, el que empezó a armar kilombo en los ´60), a Frank Margerin, a Mandryka, a Florence Cestac, a Regis Franc, a Masse, pero por sobre todo a Claire Bretécher, que fue la que inventó la variante femenina del humor costumbrista jodido, ese sub-sub-género que llegó a su punto más alto con los laburos de Maitena en Para Ti y La Nación.
Si Lauzier forzó a la clase media a reirse de su propio patetismo, Bretécher focalizó su mirada irónica en las mujeres, sobre todo las que –a tono con los tiempos que corrían- se daban aires de intelectuales, pero sin descuidar el glamour. Con su dibujo cercano al de clásicos norteamericanos como Johnny Hart y una puesta en escena sobria, escueta, con claras influencias de Copi (aunque no tan minimalista), Bretécher pegó un hit atrás de otro hasta llegar a Les Frustrées (Las Frustradas), que fue la serie que la consagró a nivel mundial (acá se publicaba en Humo®).
Cellulite no es su obra más famosa (de hecho tuvo sólo dos tomos) y –me entero a través del blog de mi amigo y referente Fabio Blanco- acá la publicaba SuperHumo®. Al igual que The Wizard of Id (la tira más conocida de Johnny Hart), Cellulite está ambientada en el medioevo, pero usa ese escenario para hablar de su época. La protagonista es una chica, ni muy linda ni muy fea, que no ve la hora de casarse, pero no consigue novio. Vive en un castillo con su padre, un noble que de noble tiene sólo el título, porque es una criatura rastrera y venal como pocas, todo el tiempo pendiente de la guita, el poder y la chapa. Su objetivo es que su hija se case, sobre todo para sacársela de encima y ahorrarse los gastos que le ocasiona con su adicción a las cremas y productos de belleza.
Por supuesto, la serie se puebla con otros personajes igualmente avechuchescos, como el sacerdote que recluta tropas para las cruzadas y les cobra a los nobles para ordenarlos caballeros, o el abyecto Vicedómine, tan preocupado por la guita y el poder como el padre de Cellulite. A medida que pasan las historias (el primer tomo recopila tres: dos extensas y una más breve), a Cellulite le sube la temperatura y cada vez se le cuelga más rápido de los lienzos a los varones que le pasan cerca, sin dejar nunca de poner en duda si a ellos les interesa más que ellas sean hermosas o inteligentes, cariñosas o ariscas, dulces o fáciles. Esa es la pregunta que Bretécher quiere dejar rebotando en la cabeza de los lectores (sobre todo las lectoras) y además es lo que le da un toquecito ácido al vertiginoso despliegue de situaciones cómicas que propone cada guión.
Para el que nunca leyó a Bretécher, Cellulite es un punto de partida ideal, porque tiene un formato más parecido al del comic de aventuras cómicas tipo Franquin, con peripecias, pantomimas y un humor un poco más visual. Sus series más famosas, en cambio, son historietas de una sóla página en las cuales muchas veces los personajes apenas se mueven y oscilan entre silencios incómodos y extensos soliloquios, con un timing de increíble efectividad, pero no tan reader-friendly como el de Cellulite.
Ah! Para los que no quieran ponerse a buscar las paginitas dispersas entre decenas de números de SuperHumo®, esto salió también en libro, en una edición española de Grijalbo… que tampoco debe ser fácil de conseguir… Es lo que hay…

miércoles, 17 de marzo de 2010

17/ 03: IMMORTAL IRON FIST Vol.2


Hasta que lo agarraron Ed Brubaker y Matt Fraction en 2006, Iron Fist era un personaje decididamente menor, con una hinchada chiquita pero fiel y las suficientes limitaciones como para que eso fuera así, forever. Pero los muchachos le encontraron una vuelta muy piola, que fue convertir a Danny Rand en un legacy hero, como The Phantom, o decenas de héroes de DC. Así, Danny dejó de ser Iron Fist y pasó a ser el Iron Fist de la época actual, lo cual habilitó una catarata de revelaciones shockeantes acerca de los antecesores de Danny y de los sacudones que le pegó cada uno de ellos al status quo de la legendaria ciudad mística de K’un Lun. Con esto, el maestro Brubaker y el pulpo Fraction llenaron un muy lindo primer arco, donde además conocimos a David Ajá, un dibujante español de trazo oscuro, adusto, militante de la anti- grandilocuencia y con gran manejo de los climas.
El segundo arco arranca con otra revelación escalofriante: K’un Lun es una de las siete ciudades capitales del Cielo. Una vez cada 88 años, las siete ciudades se intersectan en el plano místico para formar una única ciudad. Entre distintos festejos, se celebra un Torneo de Artes Marciales donde los campeones de las siete ciudades se enfrentan entre sí. “La puta madre –dije yo- En el tomo anterior me convirtieron a Iron Fist en un comic de DC y ahora me lo quieren convertir en Dragon Ball!”. Encima los luchadores tiran golpes especiales… con nombres, como los de los Caballeros del Zodíaco! Por suerte, el torneo no es lo fundamental, sino que sirve apenas para presentarnos a las Armas Inmortales, los campeones de las siete ciudades, a los que Brubaker y Fraction tendrán la gentileza de dejar sueltos por el Universo Marvel al final de este tomo (y de su etapa en la serie, que también termina acá), como para que otros autores los puedan volver a usar.
Los plots centrales son básicamente dos: un plan de HYDRA para hacer mierda a las siete ciudades de un saque, y una runfla política que termina en revolución y que va a cambiar para siempre la relación entre los distintos Iron Fist y la ciudad de K’un Lun. En el medio encaja un Annual (con majestuosos dibujos de Howard Chaykin y Dan Brereton) en el que Danny se escapa de los festejos para viajar a Francia, donde conseguirá más data sobre los Iron Fist anteriores y sobre las otras Armas Inmortales, e intercalado con la saga central, tenemos un extenso flashback a la juventud (y entrenamiento) de Wendell Rand, el padre de Danny.
Las dos líneas argumentales son lo suficientemente ambiciosas como para que los autores metan no menos de seis personajes nuevos, no menos de tres villanos a los que Danny ya había enfrentado antes, y de colados en la fiesta, el elenco completo de la clásica Power Man & Iron Fist: Luke Cage, Misty Knight y Coleen Wing. Y como si esto fuera poco, todo se resuelve coherentemente, sin soluciones mágicas ni finales precipitados. Sumémosle algunos diálogos muy ingeniosos, y vamos a tener algo que no es una obra maestra, pero sí está muy por encima de la bóñiga por kilo con la que se suelen llenar hoy en día las series mensuales de Marvel y DC.
El capricho pelotudo de pre-publicar esta saga en formato de revista mensual es el responsable de que una porción considerable del tomo no cuente con los dibujos de Ajá, sistemáticamente reemplazado por una amplia rotación de suplentes (algunos muy buenos, como Javier Pulido). Artes marciales, intrigas palaciegas, batallas multitudinarias a todo o nada, personajes carismáticos, malos infinitamente turros y legados teñidos de misterio se combinan en estas 236 páginas para darle un cierre memorable al paso de Brubaker por la vida de Iron Fist. Fraction se quedará un par de episodios más y luego la serie decaerá en manos de otros autores hasta desaparecer a mediados de 2009. Pero este tomo y el anterior quedan, y quedan allá arriba, entre las sagas que vale la pena releer varias veces.

martes, 16 de marzo de 2010

16/ 03: AL MEJOR POSTOR


Y volvió el ídolo. Víctor Santos, el autor español más grosso del momento, el creador de Los Reyes Elfos, vuelve con todo, esta vez sin espada, pero con la 9mm cargada de talento. Creo que en su momento comenté que yo conocí a Santos primero por Pulp Heroes, su incursión en el género hard boiled, y después me metí en su saga de fantasía épica. Bueno, volví a donde empecé.
Al Mejor Postor ofrece un compilado de cinco historias cortas, la primera de las cuales (además de dar título al libro) intersecta con la historia de Marcus Sigurd, el pibe cancherito cuyo ascenso en la estructura del hampa vemos frustrarse prematuramente en Pulp Heroes. Marcus no aparece, pero sí se lo nombra y aparece Goseki, el ninja jodido que lo enfrenta en Bushido, la segunda novela (y última) de la serie. Acá Santos homenajea a Frank Miller (otro más) y su Sin City y logra reproducir tanto la estética (de modo increíble) como los climas, pero con una propuesta narrativa mucho más arriesgada. El resultado es tan impactante, que si el libro terminara en la página 13, nadie se quejaría.
La segunda historia es la más corta y la de mayor belleza visual. Me remitió enseguida a 5 é il Numero Perfetto, de Igort, aunque el dibujo se acerca mucho más al de otro monstruo italiano, el insuperable Gipi. Posta, un lujo. La tercera historia tal vez sea la menos brillante, aunque es sumamente competente. Es la única que a nivel gráfico se parece mucho a lo que vimos en Pulp Heroes.
Un Beso Envenenado ofrece un guión sencillamente perfecto, de esos que sólo un grosso de verdad puede plantear, desarrollar y liquidar satisfactoriamente en ocho páginas. Y el dibujo nos muestra al Santos más evolucionado, ese que ya leyó toneladas de Bruce Timm y Darwyn Cooke, y que además hace jueguitos maradonescos con las tramas mecánicas. Piñas, garche, tiros, amor, traición y un dibujo fastuoso. Otra historieta por la que vale pagar cualquier precio que te pidan por el librito.
Y para el final, Santos nos prepara una sorpresa. Lap Dancing es la historieta más extensa del libro (14 páginas), es completamente muda, y está desarrollada en una grilla fija de 20 viñetas por página. Obviamente estamos frente a un osado experimento narrativo, que en manos de Santos se convierte en una cátedra. Al trabajar sobre viñetas tan chiquitas, el valenciano opta por un dibujo minimalista, más crudo y menos detallado, pero sumamente efectivo. Pero aún con esos trazos más crudos (donde pareciera que no hay lápiz, sino que está todo plantado directamente con tintas) el monstruo trabaja fondos, grisados y expresiones faciales con la solvencia de siempre. Como suele suceder en estos experimentos narrativos, lo más importante en Lap Dancing es el armado de las secuencias, cómo se desparrama la acción por ese mosaico de cuadritos todos iguales, puestos uno al lado del otro. Y en ese rubro, lo de Santos es casi sobrenatural. Desde la primera viñeta nos vemos sumergidos en un vértigo alucinante, una pantomima desaforada de violencia, sexo, persecuciones y mejicaneadas diseñada para dejarte boquiabierto, con síntomas como fiebre, escalofríos, lecopenia, leucositosis, eosinofilia y artralgia.
Este es otro viaje de ida. Cualquiera que lea Al Mejor Postor va a querer quedarse para siempre en este mundo de matones a sueldo, putas y drogas regenteado por Víctor Santos y va a terminar perdido en las garras del vicio, dispuesto a matar por una nueva dosis. Bang!

lunes, 15 de marzo de 2010

15/ 03: SHOWCASE PRESENTS STRANGE ADVENTURES Vol.1


Se abre otro portal a la bizarreada y esta vez es realmente jodido, porque nos lleva a 1954, al período bizarro por antonomasia que sirve de puente entre la Golden Age y la Silver Age. El Showcase arranca en el n°54, cuando la revista coordinada por Julius Schwartz deja de lado a su estrella excluyente de los primeros años, el Captain Comet, para convertirse en una antología con cuatro historietas autoconclusivas por número, sin ninguna relación entre sí, ni continuidad alguna. Las historias de Strange Adventures se basan casi siempre en encuentros entre humanos y alienígenas, o si no, en accidentes extraños que le dan a un humano algún poder fumado, como desdoblar su mente en cuatro y hacer cuatro cosas al mismo tiempo.
Con esta fórmula, y con un equipo de guionistas integrado por Otto Binder, John Broome, Joe Samachson y Edmond Hamilton (todos importados de la ciencia-ficción, el palo donde Schwartz era referente ineludible), Strange Adventures se convierte en un laboratorio de experimentación donde se ponen a prueba un montón de conceptos que años más tarde vamos a ver en los comics de superhéroes. Los protagonistas son en su mayoría científicos de saco y corbata (o moñito), muchachos valientes, íntegros y convencidos de que todo avance de la ciencia debe ser usado para el bien de la Humanidad y no para rédito personal. Son los ancestros de Ray Palmer, Reed Richards, Barry Allen, Bruce Banner… los obvios. Pero además acá aparecen un montón de ideas que vamos a ver en otros comics en los que los humanos interactúan con aliens, como Green Lantern, Hawkman, Legion… Hay gorilas inteligentes, tipos que se miniaturizan, tipos a los que les salen alas, aliens que patrullan los distintos sectores del cosmos, un chorro que usa una máquina del tiempo para robar, un metal capaz de neutralizar la gravedad… cientos de ideas que Schwartz y sus colegas reciclarán cuando llegue la hora de revivir a los superhéroes.
En los guiones simplistas, ingenuos y en un punto ridículos de Strange Adventures los humanos son gente copada e ingeniosa que siempre se las rebusca para repeler una invasión alienígena. Y los aliens son una manga de gansos que entran en toda clase de engañifa, se convencen de la grossitud de los terrestres y ordenan (en el último cuadrito) suspender la invasión, porque creen que de visitante se comen cinco. Y cuando digo “los humanos”, digo varones de raza blanca. Schwartz tenía estudiadísimo su target y sabía que eran 99% varones, con lo cual en estas historias casi no hay mujeres y cuando aparecen, lo hacen en roles patéticos y denigrantes. Y por supuesto, tampoco hay negros. Si uno lee sólo comics de DC, se convence de que los primeros afroamericanos aparecieron en EEUU a principios de los ´70 y por combustión espontánea. En 500 páginas, el único protagonista no-blanco es un piel roja, que por supuesto labura de guardabosques, no vaya a ser que agarre un libro o un microscopio…
El equipo de dibujantes es lujoso. El único medio pelo es Sid Greene (luego entintador de la JLofA), pero Sy Barry, Carmine Infantino y Gil Kane dan cátedra de sobriedad y elegancia. Infantino es, claramente, el primero al que se le notan las ganas de pelar cosas distintas, pero los tres están muy bien, en esa línea pre-Kirby, influenciada en partes iguales por Alex Raymond y Milton Caniff.
Strange Adventures se puede leer hoy sobre todo como testimonio de una época lejana, en la que EEUU le tenía miedo a los marcianos (y a los comunistas, a los que acá ni se menciona) y una fe inmensa, casi irracional, a la ciencia, que era la que nos iba a llevar a desarrollarnos tecnológicamente a niveles increíbles y a conquistar el espacio y a controlar de taquito cosas como los fenómenos climatológicos, la gravedad, la electricidad, el magnetismo y todas esas cosas que, ya desde los años ´50, obsesionan a los geeks. O se puede leer para chorear ideas, ya que (al igual que en House of Secrets) acá los guionistas quemaban en 6 páginas conceptos con los que hoy podés escribir una serie de 60 comic-books. Para encontrar uno viable hay que hurgar en un pantano bastante desgarrador, pero seguro algo pulenta se puede rescatar…

domingo, 14 de marzo de 2010

14/ 03: OH-ROH, EL REY LOBO


Cada vez que se juntan, Buronson y Kintaro Miura se copan imaginando sagas en las que la historia de Japón pega vuelcos fumados o impredecibles, verdaderos Elseworlds históricos que abren las puertas para epopeyas grandilocuentes que, en algún punto, se las rebuscan para conectar con la historial real.
Hace un tiempo me tocó leer Japan, ese Elseworlds en que Japón era destruido y arrasado por las naciones rivales y los japoneses debían emigrar, dispersarse y finalmente reunirse para fundar una nueva nación, todo en un contexto de ciencia-ficción post-holocausto onda Mad Max, y con un par de personajes de nuestra realidad espacio-temporal que –bizarra disrupción mediante- presenciaban los sucesos de esta realidad alternativa. Y me gustó bastante, por eso me compré Oh-Roh.
Acá estamos en la misma: Iba, un historiador y esgrimista de nuestro presente, cae en un vórtice temporal y termina en la China del Siglo XIII, donde gobierna con mano de hierro Gengis Khan, que resulta no ser otro que el legendario guerrero japonés Minamotomo Yoshitsune, un personaje histórico que vivió más o menos en la misma época y cuya muerte teñida de misterio le sirve a Buronson para decir “No, en realidad no murió, se fue a Mongolia y adoptó la identidad de Gengis Khan”. Si leíste mucho comic de superhéroes, este giro limado y traído de los pelos no te va a horrorizar ni mucho menos, así que aceptemos el planteo argumental como válido y démosle para adelante.
Hete aquí que Iba tiene una novia, Kyoko, que no se resiste a perder a su muchacho y, tras seguir sus pasos por China y Mongolia, encuentra el mismo vórtice temporal, se manda de una y cae a la misma época y al mismo lugar! Y acá ya se empieza a caer todo a pedazos. Sobre todo cuando Iba y Kyoko se encuentran y el historiador se convierte en un guerrero mega-pulenta que, gracias a sus técnicas de esgrima moderna y una espada extra-large, le gana de taquito a los aguerridos mongoles del Siglo XIII… que por supuesto están retratados como unos salvajes de escaso intelecto, cuya única motivación es mostrar que son los más malos, matar a muchos tipos y violar a muchas minas.
Iba logra hacerse notar hasta terminar frente a frente con Gengis Khan, quien le revela su pasado como guerrero japonés, y como Iba también viene de la islita, el emperador más cruel, más poderoso y más aficionado a los genocidios, pega onda con el muchacho desplazado en el tiempo y lo integra a su círculo más íntimo. No les quiero contar mucho más sobre la relación entre Iba y el Khan, para no spoilear, pero es muy triste cómo Buronson la usa sólo para darle a Iba nuevas chances de trozar soldados con su espada, en lugar de indagar en el cebamiento infinito que debería sentir un historiador al que –de la nada- le cae la chance de verse cara a cara con una figura histórica de esa magnitud. Todo está puesto al servicio de la machaca y visto desde una concepción machista y retrógrada, donde todo pasa por quién la tiene más grande (la espada, claro). Cuando faltan 58 páginas para el final, Buronson se da cuenta de las posibilidades que abre la paradoja del viaje en el tiempo de Iba y, sin restarle importancia a la machaca sanguinolienta ni pelar ningún giro que no hayamos visto antes 20.000 veces, busca darle un cierre decoroso a este bizarro festival de la violencia. Y casi logra redimirse de las giladas acumuladas en las 150 páginas anteriores. Casi.
Por el lado del dibujo, tenemos a Kentaro Miura prendido fuego, mil veces mejor que en aquel aborto infumable llamado Berserk. Miura es casi un dibujante de Image transplantado a Japón. Se juega demasiado a la espectacularidad, los músculos, las armas, las líneas cinéticas, las poses impactantes, esos caballos enormes (deformes) que parecen poseídos por el Demonio, todo pasado de rosca en materia de violencia y grandilocuencia. Cuando tiene que dibujar una escena tranqui, o laburar los climas, revela sus profundas limitaciones de dibujante pochoclero (aunque no choto, ni precario).
En fin, esto es manga 100% hitero, pensado como eye-candy para la hinchada (o más bien la barra brava), sin profundidad, sin matices y sin chances de resistir una segunda lectura.

sábado, 13 de marzo de 2010

13/ 03: DMZ Vol.5


Y bueno, aguanté todo lo que pude. Pero acá estoy de vuelta, en la Manhattan devastada de Brian Wood que no para de sumar fans. Después de lo jodidamente trascendental que fue el tomo anterior, en esta entrega Wood toma la sabia decisión de bajar un par de cambios e incluso la arriesgada decisión de sacar de escena al protagonista, Matty Roth, para concentrarse en las historias de otros personajes. Como en los primeros tomos, esta vez la atención se focaliza en no-combatientes, en tipos y minas que no pertenecen a ninguno de los bandos enfrentados en esta cruenta guerra civil. De hecho, cada una de estas seis personas protagoniza uno de los seis unitarios que forman el libro, con lo cual podemos leerlo como un tomo de historias cortas, casi un companion, un tomo “paralelo” a la saga central.
Las repaso en desorden, para recorrer primero las cuatro que dibuja Riccardo Burchielli, del cual ya no hace falta hablar. La primera nos cuenta la historia de Decade Later, un osado y genial pintor de graffitis urbanos y su amor inquebrantable por esa ciudad que lo vio nacer y que lo va a ver morir, no sin antes dejar para la posteridad su obra más original y ambiciosa. Un trago amargo pero de gran lirismo y, como siempre en Brian Wood, “de hondo contenido humano”, como dicen los críticos-de-cine-a-sueldo-de-las- distribuidoras cuando les encajan por el orto esos bodrios con Meryl Streep y Susan Sarandon.
En la segunda historia nos reencontramos con Amina, personaje secundario del tercer tomo al que Wood obviamente le reserva un rol importante para más adelante. Son 22 páginas desgarradoras, sórdidas, sin un centavo de esperanza en el bolsillo. En la siguiente historia el protagonismo se lo lleva Kelly Connolly, la cronista canadiense amigovia de Matty. Otro bajón de difícl digestión y a la vez un giro inesperado con interesantes consecuencias a futuro. Y la última que dibuja Burcchielli es la más floja del libro, centrada en Soames, un soldado que deserta de las filas de los Free States y se la juega solo en el peor lugar posible. Obviamente, termina para el orto.
Otro personaje que venía acumulando chapa dentro del elenco secundario de la serie es Wilson, el capo-mafia que se esconde detrás de ese chino sesentón siempre dispuesto a ayudar a Matty. Ahora Wood nos revela el origen de Wilson, su ascenso al trono del hampa de Chinatown y sus verdaderas motivaciones. Es un unitario excelente, encima dibujado con notables pilas por Danijel Zezelj, el genio croata al que los lectores yankis aborrecen pero que a mí (y supongo que a muchos otros fans del Viejo Breccia) me parece un ídolo.
Y nos queda un unitario más, centrado en un personaje nuevo que esperemos vuelva a aparecer: Random Fire, un DJ y MC hip-hopero con mucha onda, al que le cae de sopetón la misión imposible de evitar un cataclismo de proporciones cromagnónicas en su boliche preferido, cortesía de los hijos de puta de Trustwell. Acá nos reencontramos con los dibujos de Nathan Fox (que había colaborado en el tomo anterior), ahora totalmente influenciado por Paul Pope y a un nivel altísimo. Una vez más, Fox se complementa con el colorista Jeromy Cox mucho mejor que sus otros colegas (¿será porque tienen apellidos tan parecidos?).
Pasan los tomos y Brian Wood sigue sin tenerle miedo al riesgo. Con un ritmo distinto, con estructuras de relato distintas y con dibujantes distintos, se da el lujo de tomarse seis episodios en los que la trama no avanza más que unos pocos milímetros, pero que dedica a cerrar puntas argumentales, explorar personajes poco utilizados o simplemente a sembrar ideas que seguramente desarrollará con más énfasis en los próximos tomos. Un fenómeno.

viernes, 12 de marzo de 2010

12/ 03: DEATH NOTE Vol.3


Después del bajón que significó el segundo tomo, el mega-cebamiento que genera Death Note vuelve a justificarse con el tercero. Y no porque Ryuk haya recuperado algo del protagonismo perdido, porque pobre bicho, sigue pintado al óleo, más intrascendente que un Arsenal- Atlético de Tucumán emitido un viernes a las 19 hs. La serie vuelve a levantar porque el turro de Tsugumi Ohba se las ingenió para llevar la tensión entre L y Light a niveles asfixiantes. La movida de L, tan osada como la de Light en el tomo anterior, es brillante y pone a Light a milímetros de quedar expuesto como Kira. Enseguida se arma un histeriqueo alucinante entre ambos: “Yo no digo que seas Kira, pero tampoco dejo de sospechar”, “Bueno, pero me tratás como si yo fuera Kira”, “Es que no sé si no sos, pero quiero creer que no sos”, “No, pero si te quiero ayudar es porque no soy”, y así, hasta que ya no sabés si lo que ocultan son sus verdaderas identidades o un romance homosexual. Pero está muy bueno, encaja perfecto con la forma en que razonan dos chicos de 18 años más inteligentes que el pelotudo promedio.
Esta vez, ese duelo de intelectos, donde todo lo que se dice y hasta lo que NO se dice puede desequilibrar la balanza, viene condimentado con un poco más de acción, y con un mayor protagonismo de un personaje hasta ahora bastante sub-aprovechado: el papá de Light, capo de la policía a cargo de la investigación. Baqueteado por el stress y todo, el veterano Soichiro Yagami saca pecho, ruge como un león herido y pela una chapa (y un peso en la trama) que pocos le sospechábamos.
De todos modos, el sacudón brutal al status quo de la serie (que esperemos sea para mejor) no viene por ese lado. Sin dudas lo más impactante es la aparición de un segundo Death Note en nuestra realidad, acompañado de un segundo shinigami y en manos de una minita, Misa, que habrá que ver de qué la juega. En las poquitas páginas que aparece, da la sensación de ser una boluda frívola y creída, pero esperemos que su rol vaya más allá de calentarle la pija a los lectores. La aparición de un segundo Kira es un elemento potencialmente muy rico, que le puede dar mucho jugo a la relación entre Light y L. Bien usado. Mal usado, puede resultar un faux pas atómico y dejar a la serie en zona de promoción. Veremos para dónde agarra el compañero Ohba.
Por su parte, Takeshi Obata ya está más allá del bien y del crack. Lo suyo es de un nivel tan mortífero, que deja a los otros mangas hiteros muy, muy mal parados. En este tomo, TODO está magníficamente dibujado, pero la secuencia del partido de tenis entre Light y Kira es verdaderamente memorable. Agarrá cualquier tomo de Prince of Tennis y ahí lo tenés al amargo de Takeshi Konomi, que muestra cómo hacer lo mismo que hizo Obata, pero mal. El partido de tenis de Obata es vértigo, emoción e impacto en su estado más puro. Es la visualización “física” del combate intelectual entre los personajes, a tal punto que te hace sentir que más que una pelotita, lo que va de un lado al otro de la red es una ojiva nuclear con poder para devastar un continente. El tipo dibuja mansito tooooodas esas páginas de cabecitas que hablan, pero cuando el guión lo deja zarparse, te detona el bocho con secuencias como la del tenis, o la del camión blindado en el canal de televisión, que te pone los pelos de punta.
Nada, ojalá esto siga así, siempre al límite, y no derrape. Este tomo sembró lindo para los siguientes y no veo la hora de ver qué cosechan para nosotros Ohba y Obata.

jueves, 11 de marzo de 2010

11/ 03: LIGHT BRIGADE


En la contratapa de este libro se destaca una frase que no quiero leer nunca más en mi vida: “El Cielo y el Infierno están en guerra y la van a librar en la tierra!”. ¿Cuántas historietas leímos sobre la guerra entre el Cielo y el Infierno? ¿Cientos? ¿Miles? Y si le sumamos las películas y las series de TV, por ahí decenas de miles. ¿Hace falta otra historia más de guerra entre el Cielo y el Infierno que se libra en la tierra?
Con esa excelente predisposición me senté a leer este libro, sin olvidarme de que era la primera vez que leía algo “grosso” de Peter Tomasi, de quien sólo conocía historias cortas, perdidas en alguna antología. Lo conocía y respetaba por su labor como coordinador, pero nunca le había entrado a ninguna de sus obras importantes como guionista. Y la verdad es que con mucho huevo y mucho oficio, Tomasi me sacudió mi escepticismo y me reclutó en la Brigada. La clave es fácil: Light Brigade se lee como una de esas buenas historias de guerra que escribe Garth Ennis en las que lo más importante es el laburo de desarrollo de personajes. Tomasi trabaja muchísimo sobre esto y nos presenta un amplio elenco protagónico, donde cada soldado es único (los hay más duros, más trágicos, más guarros, más intelectuales, más bestias, hasta más geeks) y tiene su chance de brillar. Esto no es el Sargento Rock y diez salames más que nadie sabe quiénes son y a nadie le importa si los nazis los matan, los violan o los afilian al PRO. Acá hay un sano rescate del famoso (y oesterheldiano) héroe colectivo.
El otro gran logro de Tomasi es cómo se esfuerza para que de punta a punta esto sea un comic bélico lo más puro posible. Para esto, se encarga con enorme habilidad de encorsetar toda una serie de elementos sobrenaturales (no los quiero denominar “fantásticos” por las dudas de que algún católico fanático se ofenda y me haga excomulgar por un obispo pedófilo) para que incluso lo más fumado y grandilocuente se pueda contar dentro de los parámetros del género. Y lo más flojo, o lo que menos cierra es que, precisamente por la grandilocuencia de la trama, por lo ambicioso del plan de los villanos (que no son los nazis, o por los menos son algo más que simples nazis), es obvio que van a perder. No hay forma de que los buenos no frustren el plan de los malos, y lo que te puede llegar a sorprender es –en todo caso- a qué costo.
Hablábamos de las similitudes entre Light Brigade y los buenos comics bélicos de Ennis y una de ellas es que muchos de esos comics los dibuja el gran danés Peter Snejbjerg, un monstruo injustamente subvaluado por la gran masa del pueblo comiquero. Snejbjerg tiene una narrativa cristalina, una puesta en página sobria y ajustada, como los dibujantes ingleses tipo Steve Dillon. Pero dibuja mejor. Sus composiciones y su trabajo de sombras tienen más que ver con Mike Mignola o con Tony Harris, y en un montón de detalles se le nota el amor por Will Eisner y por Richard Corben. El colorista Bjarne Hansen también se debe cebar con esa impronta filo-corbeniana de Snejbjerg, porque el color está puesto como suelen ponerlo los buenos coloristas que trabajan con el prócer de Kansas. Snejbjerg además es un dibujante de enorme versatilidad, al que le salen bien las escenas tranqui, los pasos de comedia costumbrista, las escenas de acción y todo tipo de machaca, desde una mera puñalada hasta la hecatombe de proporciones bíblicas que propone Light Brigade. La documentación histórica de la Segunda Guerra Mundial está muy lograda y siempre que Snejbjerg recurre a la ayuda de fotos, las labura para que parezcan dibujos, un poco más realistas que los de los personajes, pero dibujos al fin.
Lo cierto es que, al jugármela por el lado de la historieta bélica, me hicieron entrar. Toda la parte sobrenatural está buena, da mucho jugo y los autores lo aprovechan para que la enésima versión de la guerra entre el Cielo y el Infierno no sea una gilada más, sino el ingrediente extra para una muy buena saga de yankis versus nazis en las frías planicies de la Bélgica invadida por las tropas aliadas. Una más, y no jodemos más…

miércoles, 10 de marzo de 2010

10/ 03: MANHATTAN BEACH 1957


Imaginate que sos guionista de historietas y tu viejo es uno de los mejores dibujantes del mundo. Un día te llama, y medio para estimularte, medio para desafiarte, o para darte la oportunidad de jugar en Primera, te dice “Escribite un guión copado, que yo te lo dibujo”. Eso debe ser un momento 100% mágico, pletórico de alegría y ensoñación (palabra que según la Real Academia Española no existe, pero que los verduleros que doblaban al castellano las pelis de Disney de los ´50 y ´60 te metían en las letras de todas las putas canciones), imposible de olvidar. Un sueño que se le hizo realidad a Gabriel, el hijo de Solano López, cuando unió esfuerzos con su viejo para parir a Ana y las Historias Tristes… y a no muchos más. Bueno, también al guionista de esta novela gráfica, el notable Yves Huppen (Yves H., para los fans), que es hijo nada menos que de Hermann Huppen (Hermann a secas, de acá en más), el glorioso autor belga que desde hace 40 años combina una producción inmensa con un nivel de calidad que no para de crecer.
Yves H. y Hermann formaron equipo por primera vez en 2000, para la exquisita y fundamental Liens de Sang (Lazos de Sangre), y dos años después los encontramos de nuevo juntos para esta nueva historia. Yves es fanático a muerte de la novela negra norteamericana y se le nota. Trabaja muchísimo sobre los climas, le gustan las historias sórdidas y los protagonistas perdedores. La lectura de sus obras te deja invariablemente un regusto tristón, a whisky barato y derrota asegurada. Manhattan Beach 1957, lejos de ser la excepción, es otra historia de sueños rotos y desencuentros amorosos, por supuesto en un marco de investigación policial y crímenes truculentos. El guión intercala con maestría secuencias de la juventud de John Haig, allá por 1957, y otras ambientadas en 1976, cuando John ya es un tipo maduro, incorruptible pero frustrado policía de un pueblito de Missouri. Yves nos narra ambas historias en paralelo y a medida que nos revela detalles de lo sucedido en 1957, uno empieza a sospechar cómo puede terminar la trama ambientada en 1976… pero el final (o en realidad, los dos finales) sorprenden por completo, incluso a los que tenemos mucho comic europeo leido.
Lo único medio al pedo es el énfasis en el fantasma de Elvis (que en 1976 estaba vivo, o casi), una especie de obsesión con forma de cantante que acompaña a John desde su juventud, para cantarle en las buenas y cagársele de risa en las malas. Visualmente es un muy lindo recurso, pero a nivel argumental no agrega nada demasiado sustancioso. El resto, impecable. Nada está estirado, todo tiene explicación, cada giro imprevisto impacta en el momento justo. Redondísimo.
Y papi la tiene clara. El trabajo de Hermann en este álbum es simplemente glorioso. ¿Querés buenos climas? Tenés al dibujante indicado, acá jugado a full por el color directo, con una sutileza y una cancha infinitas, con paletas distintas para los distintos períodos y el viejo truco que inventó Francis Ford Coppola en Rumble Fish y después vimos en infinitos comics y video clips: secuencias enteras en blanco y negro, con UN elemento a color, que se destaca y llama la atención. Hermann además tiene un talento nato para la composición, y sobre todo para el manejo del tempo narrativo. Mete como pocos las pausas, los silencios y los arrebatos de violencia, que son unos cuantos dado lo intempestuoso del guión. A primera vista, Hermann puede parecer demasiado clásico, hasta incluso un poco frío, pero en Manhattan Beach 1957 se nota a la legua que al maestro lo mueve una pasión irrefrenable por contarnos una historia y que nos llegue, que nos pegue, que nos quede impregnada. Lo mejor de todo es que lo consigue.